“Empandemizada” dice que está Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) y pasa a contar las maneras en que la pandemia que cambió al mundo, los modos de relacionarse y también la crianza, la afectan particularmente. Sus hijos (de 9 y 12 años) no tienen clases desde marzo de 2020 y su última novela, La hija única (Anagrama), fue presentada en Youtube por la escritora argentina Mariana Enriquez: las maneras en que sus temas se fueron tejiendo con la dinámica actual le abrieron nuevas preguntas sobre los vínculos filiales y esa obsesión por poner en los lazos de sangre toda la carga de los cuidados. “Si miramos a cualquier mamífero, ellos crían en tribu. Es como deberíamos asumir los cuidados si no viviéramos en un mundo tan capitalista” dice la autora de El huésped, El cuerpo en que nací y Después del invierno (ganadora del premio Herralde). Sobre su novela, que empezó a escribirse en 2017, ubica el big bang en la experiencia de una amiga, a quien dedica el libro.
¿Cómo fue el proceso creativo de La hija única?
--Es la historia de esta amiga muy cercana, con la que llevo muchos años de relación. Ella pensaba que no quería hijos y después decidió que sí. Yo no soy Laura (la protagonista de la novela) pero ella sí es Alina, y su historia de los últimos años es muy dramática porque le dijeron a los ocho meses de embarazo que su hija iba a morir al nacer. Yo sí estuve en el hospital durante el parto, y presencié cómo encontraron todas las estrategias que encontraron para sentirse bien con la realidad. Me pareció que era importante aunque sea escribir un cuento al respecto y le pregunté si estaba de acuerdo. Para mi sorpresa dijo que sí, sobre todo porque quería visibilizar a las familias y a los niños que tienen condiciones neurológicas como su hija… Para ella esto fue una decisión política.
¿Cuándo te diste cuenta que no era un cuento?
--Cuando empecé a entrevistarla me di cuenta que no podía ser un cuento aunque fuera largo, porque ella me estaba contando muchísimas cosas y me las contaba con muchos detalles. Pero después me sentí muy agobiada y pensé que no era bueno para la novela; ahí es donde nace el relato de Doris y Nicolás, que ni siquiera lo tenía armado en la cabeza cuando me senté a escribir. Y el reto era que ese relato inventado fuera tan verosímil como el testimonial. Por eso también los capítulos cortos: me permiten tomar aire y volver. La segunda parte fue dificilísima, porque Inés tuvo muchos altibajos de salud. Ahora va a cumplir 4 años y afortunadamente está muy bien pero casi se muere, eso lo cuento en el libro.
A la protagonista le dicen que la beba se va a morir cuando nace. Lxs lectores creen lo mismo, pero los médicos se equivocan… ¿Quisiste hablar de la medicina como una corporación totalmente patriarcal y soberbia?
---No solo eran los que le decían con seguridad que su hija no iba a vivir (y en su mayoría eran hombres), era un “ni pienses en el aborto porque no te lo voy a hacer”. Y eso es complicado porque entonces quién los hace.
De hecho es una médica la que le ofrece una solución parecida al aborto. O sea la de una opción. ¿Fue difícil decidir contar esto?
--Para mí fue fundamental en cómo pudo tomar las riendas de su vida a partir de ese momento, a partir de que ella sabía que iba a poder decidir, que eso no iba a ser un calvario eterno sino que si de verdad era insoportable iba a poder poner un freno. Antes que suicidarse ella. Hace poco, me llegó un libro sobre el cerebro femenino y el Alzheimer. Lo primero que dice es que desde la época de las talidomidas, en los años 60, (un antidepresivo que le daban a las mujeres embarazadas para que no tuvieran depresión post parto y que causaban malformaciones en el cuerpo de los niños), decidieron no volver a involucrar a mujeres en los protocolos médicos en edad fértil. Entonces las medicinas que tomamos ahora, en muchos casos, están diseñadas solo para hombres, y muchas veces hay reacciones diversas. ¡Pero la gente no lo sabe! Esta actitud de los médicos no se da solo en la medicina reproductiva sin en la medicina en general. Lo que dice Marta Sanz en Clavícula y Susan Sontag y otras, es que cuando una mujer se enferma, lo primero que piensa todo el mundo es que tiene una depresión. Por suerte hay movimientos de médicas que están tratando de cambiar las cosas ahí adentro.
En El matrimonio de los peces rojos (2013) ya encaraste el tema de la violencia intrafamiliar y en La hija única se despliega mucho de activismo feminista. ¿Cómo se trama el feminismo con tu vida?
--Mientras estaba escribiendo se estaba dando la marea verde, en México las protestas por los feminicidios han sido enormes y en ese momento salíamos a la calle a pintar monumentos y recibíamos como respuesta el famoso “¿pero por qué son tan violentas?”. Yo estaba leyendo lo que decían mis colegas escritoras en toda Latinoamerica: Claudia Piñeiro, Liliana Colanzi, Gabi Wiener y muchas más… Lo que era difícil es que entrara toda la discusión adentro de la novela y que no se convirtiera en una novela de ideas o una novela-ensayo. Pero estaba empapada por toda esta rabia e informada de toda esta conversación que era permanente.
También está el contraste en la novela con aquellas que tienen menos margen para exigir un parto respetado o pedir por los derechos de sus hijes con un diagnóstico adverso…
--Y lo que pasa es que cuando sí te encuentras en esa realidad como le pasó a mi amiga, todo un mundo se abre y otro se cierra. Sigue siendo un tabú muy fuerte el de las condiciones neurológicas y el síndrome de Down; ya menos pero lo fue durante muchísimas décadas y esa prohibición queda en la sociedad. A mí siempre me ha interesado hablar de la anomalía física, desde El huésped hasta la fecha, en un sentido muy amplio, y también sobre la belleza del monstruo, su inocencia y su frescura. El llega sin entender que es distinto y solo por el hecho de existir revoluciona al mundo, subvierte las categorías de lo permitido, de lo bello…
También pienso en ese sentido en Nicolás, que no es el niño esperado, angelado…
--Es la semillita de un machista, es verlo justo en el momento que todavía se puede hacer algo para que no surja un hombre violento y maltratador en él, pero está ahí y le recuerda a su madre todo lo que vivió. Los niños absorben los comportamientos sociales y no podemos como madres luchar con eso solas. Y cuando van creciendo va siendo peor (risas).
La hijidad está muy presente, de hecho tengo algo para reclamarte: la relación de Laura con su madre, ¿por qué al principio es tan perfecta?
--Eran mis intentos de distanciarme de la narradora y que ella no fuera yo (risas). Creo que desde la ida al bosque hay tensión: la madre le pregunta ¿cuándo vas a tener hijos?, y ella le dice nunca, me ligué las trompas. Hay una tensión que después se vuelve mayor, es cierto, pero con las madres siempre es como abajo del agua, siempre tratamos de que todo parezca bien, y abajo, en el discurso subyacente, hay muchísima violencia y reproches, ofensas nunca curadas.
Acá no es común que una mujer se ligue las trompas, el sistema médico lo avala muy poco y en casos muy extremos. ¿Cómo es en México?
--Tengo un par de amigas que lo hicieron y fue muy fuerte para mí, entonces a las dos, en diferentes momentos de mi vida, les hice muchas preguntas. También tengo un amigo que a los 20 decía que se iba a hacer una vasectomía para atajar al imbécil que iba a ser a los 40 pero finalmente no lo hizo y tuvo un hijo (risas). Pero hablando en serio, creo que el hecho de que no se difunda tiene que ver con cómo sacralizamos los lazos sanguíneos y cómo se construyen unas murallas de sangre en las que nadie puede entrar, justamente porque es sagrado, y ahí adentro sucede de todo (violencias, abuso, etc) pero nadie se atreve a pronunciarse. Si vamos a maternar, a encarar una carga tan grande como los cuidados, aunque sea fumarnos un porro con la vecina mientras los niños juegan juntos, ¿no?