La escritura es como un madero al que Noé Jitrik se aferra en medio de un océano de incertidumbres. El narrador, poeta, ensayista y crítico literario escribe novelas, ensayos y artículos que suele publicar en las contratapas de este diario, donde combina la belleza inaudita de su prosa con una lucidez tan excepcional como profunda para nombrar lo complejo. Nada de lo humano (ni de lo literario) le es ajeno. A los 93 años, el escritor que integró la revista Contorno junto a David Viñas, Ismael Viñas, León Rozitchner, Oscar Masotta y Carlos Correas, encarna con su obra en permanente construcción la famosa frase de Picasso: “Lleva mucho tiempo llegar a ser joven”. La Universidad de Buenos Aires (UBA) decidió otorgarle a Jitrik el Doctor Honoris Causa por su destacada trayectoria como escritor, profesor y crítico.
Jitrik cuenta que tanto la Facultad como él van a esperar un poco para que el acto sea presencial. “Te aseguro que no voy a pedir consejo a (Horacio) Rodríguez Larreta para que me muestre las mejores maneras de expandir la pandemia”, ironiza el escritor que ha publicado recientemente dos libros de ensayos: Lógica en riesgo (Voria Stefanovsky Editores) y Ensayos sencillos (17grises editora). “Pasaron tantos años sin tener el Doctorado Honoris Causa que bien pueden pasar unos meses más; la impaciencia es la madre de todas las tonterías”, aclara el autor de La fisura mayor (relatos, 1967), Llamar antes de entrar (relatos, 1972), Citas de un día (novela, 1992), Mares del sur (novela, 1997), Long Beach (novela, 2006), Destrucción del edificio de la lógica (novela, 2009), Cálculo equivocado (su poesía escrita entre 1983 y 2008) Atardeceres (2012) Casa Rosada (2014), El río de las terneras atadas (2014), La nopalera (2016) y Terminal (2016), entre otros libros.
No es el primer Doctor Honoris Causa que recibirá. Ya acumula varios: es Doctor Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Puebla (México), país donde se exilió durante la dictadura cívico militar; Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Cuyo, Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Tucumán y Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República (Uruguay). “La UBA es como mi casa y, como mi casa, fuente de expectativas y de decepciones, de amores y de peleas. No puedo olvidar el día en que entré por primera vez a sus pasillos. Ya no sé lo que sentí, pero visto a la distancia fue como un viento que me arrastró hasta ser lo que soy, desde el asombrado chico de barrio que se asomaba a la literatura hasta creer que la literatura es mi vida”, subraya Jitrik. “Es curioso pero me liga más a la universidad mi ser de estudiante que el papel presuntamente formativo que pude llevar a cabo. Mi máximo triunfo como profesor es haber conseguido que muchos estudiantes se convirtieran en mis amigos”, confiesa el escritor.
-¿Cuál es el “secreto” que te permite, a los 93 años, leer, escribir ensayos, artículos periodísticos, ficciones?
-No hay ningún secreto, o bien conseguí evitar los penumbrosos consejos de la edad, o bien tuve suerte o bien, simplemente, cada día es semejante al precedente y lo que empezó el anterior tiene que ser continuado: ¿cuál es la diferencia? Mucha gente renuncia, a mí no me pasa por la cabeza. La escritura es por un lado un espejismo, asedia y reclama y, por otro, un madero al que uno se agarra en medio de un océano de incertidumbres. Siempre ha sido así y ahora, en la pandemia, mucho más, por contraste con los que no tienen otra cosa para soportarla que sus recuerdos penosos o sus malestares físicos: desearía sacudirlos y decirles: “escriban, lean”. Pero, desde luego, no se puede escribir horas y horas todos los días, no es una manía sino una continuidad: mis sueños me dicen muchas mañanas lo que puede ser escrito y ahí voy, un relato, un ensayo, un poema, un artículo, ¿cuál es la diferencia? ¿La voz engolada de los que se proclaman sacerdotes de la poesía o de la novela o del periodismo? Y como no se puede escribir a lo loco, cocino y no me parece que una berenjena indómita o un estofado irredento ́me impedirán llevar a cabo la deseada “gran obra” con la que sueño y que me permitiría dormitar junto a Góngora en el lecho de la literatura.
-¿Cómo estás registrando la palpitación de este tiempo pandémico a través de la escritura? ¿Qué te ocupa y qué te preocupa?
-Hay dos maneras, pensando en la literatura, de vivir la pandemia; la previsible es tematizarla, si lo hizo (Albert) Camus por qué no nosotros; no la aconsejo porque conduce fatalmente al costumbrismo y no hay nada más aburrido que eso; la deseable es ser atravesado por esta catástrofe. ¿Cómo? Se resuelve o no pero, si intentamos describirlo aun si se percibe que un texto se entrama profundamente con un suceder exterior, sólo se podría señalar que es una cuestión de distanciamiento y de extrañamiento. A veces extraño, en el periodismo y en las declaraciones políticas, la instancia individual, la vibración subjetiva: se paga un precio por ese congelamiento; la palpitación se hace lenta y pesada, se siente la amenaza del “para qué”, la comunicación ensordece la poesía. La pandemia aparece como un ser dominante que tapa todo. Tal vez eso explica por qué, frente a otros discursos, el de la economía, el policial, el político, el de la literatura está en un cono de sombra, como sin ganas.
-En una de tus últimas contratapas “Delicadeza”, mencionás el comentario reprobatorio de Augusto Roa Bastos a tu primera novela. ¿Recordás qué te dijo?
-Creo recordar que a Augusto Roa Bastos le costaba frustrar a un chico que le había mostrado una especie de sopa tibia que creía que era una novela. El modo que empleó fue tan convincente que creo haber sentido que acababa de sortear un peligro mortal. No sé dónde la metí, por suerte la perdí y algo me dijo que tenía que esperar. No debe haber sido lo único que debió ser sacrificado, y en buena hora. Sin advertirlo, debo haber comprendido en ese delicado rechazo que mi tiempo era otro, no el que yo creía en ese momento. Rimbaud es uno solo y, en el otro extremo, Borges también.
-¿Qué estás escribiendo ahora?
-Ideas sueltas, algún poema, tal vez necesite dejar descansar un poco la narración. Durante la pandemia escribí una novela y un libro de ensayos, numerosos artículos, por llamarlos así, tan benévolamente, pero para mí es lo mismo una cosa que la otra lo cual me pone en un estado de vulnerabilidad: los poetas no me leen -son los únicos que leen, de cuando en cuando, poesía-, para los novelistas soy un crítico, para los críticos, un diletante. Dos cosas me aterrorizan: una la frase de sor Juan Inés de la Cruz que retoma Margo Glantz, “Por mirarlo todo no veía nada”; la segunda la repetición. Por suerte todo me sigue suscitando interés: la literatura, el cine, la política, las conductas, la belleza, los detalles. La repetición no la puedo controlar, pero puedo distinguir todavía entre repetirse porque no se tiene nada que decir y se quiere seguir de todos modos o ser fiel a un pensamiento que sigue generando imágenes, fantasías y ocurrencias.