El quichua es una de las lenguas nativas con más hablantes de la Argentina; sin embargo, el espacio que ocupa en la cultura la mayor de las veces no supera la gracia del folklore.
Lelia Inés Albarracín es profesora de Lingüística Quichua en la Universidad Nacional de Santiago del Estero. En esta entrevista pone de relieve la relación entre poder y lengua, así como la necesidad de que la Argentina se reconozca como un país multilingüe y pluricultural.
-¿Cuál es el estado actual de las lenguas nativas respecto al idioma dominante?
-En los últimos años asistimos, desde el punto de vista lingüístico y cultural, a una situación de empobrecimiento al privilegiarse, en todos los ámbitos, el aprendizaje de una lengua a la que se señala como universal, sin importar demasiado el enriquecimiento que supone la diversidad. En lugar de sumar, la sociedad dominante presiona por simplificar elementos del patrimonio cultural, ignorando las lenguas y las culturas de las comunidades minoritarias. La preocupación que a diario se muestra por la extinción de especies animales y vegetales no se pone en evidencia, de la misma manera, cuando de lenguas o culturas se trata.
-¿Parece no haber una conciencia de que en la Argentina perviven varias lenguas?
-Pocos ciudadanos argentinos tienen conciencia de habitar un país multilingüe y pluricultural. En el último siglo las acciones tendientes a fortalecer la cultura hispana y dominante han actuado en desmedro de las culturas autóctonas. Es por ello que muchos ignoran que una parte de la población tiene aún hoy como lengua materna la lengua quichua, una variedad dialectal del quechua, el idioma oficial del imperio incaico, una de las civilizaciones más portentosas de América. El quechua fue la lengua predominante en el NOA durante casi tres siglos, de allí la notable influencia del quechua sobre el español dialectal de la región. En los siglos posteriores, bajo la presión del idioma español, el quechua se fue extinguiendo para quedar confinado en algunas zonas de la puna jujeña y en la región central de Santiago del Estero.
-¿Puede decirse que la exclusión económica también es una exclusión que se ejerce sobre la lengua?
-En las últimas décadas se ha producido un éxodo masivo del campo hacia los centros urbanos, por causas como las siguientes: la escasez de tierra utilizable que no permite brindar ocupación a la mano de obra disponible, la escasez de oferta laboral fuera del área agropecuaria y el impacto que ejercen los medios de comunicación con la introducción de nuevas formas de vida, impuestas por el sistema capitalista, que promueven la alienación y los valores occidentales, entre otras. Esto ha dado lugar a la aparición de poblaciones urbano–marginales, cuyos habitantes en muchos casos son quichuahablantes que, en el nuevo entorno, continúan siendo víctimas de procesos de marginación y discriminación, no sólo cultural sino también económica y social.
La discriminación y la migración son factores que favorecen el abandono o la negación de una lengua por parte de sus hablantes, al sentir que son estigmatizados por hablar una lengua diferente, pero no son los únicos factores, también lo es el sistema educativo: se impone un modelo educativo occidental que no tiene en cuenta la idiosincrasia de los pueblos culturalmente distintos. Así, los niños quichuahablantes abren libros que los ignoran: en los textos no están presentes su lengua, ni sus creencias, ni los relatos que escuchan de sus mayores, ni las coplas que conservan los hablantes, es decir elementos de un patrimonio cultural único, construido desde épocas prehispánicas hasta la actualidad.
-Sin embargo, el quichua ha logrado mantenerse vigente.
-La unificación lingüística que supone el uso del español como lengua oficial en nuestro país, no impide que en catorce departamentos de la provincia del Santiago del Estero la lengua quichua continúe transmitiéndose oralmente de generación en generación en una actitud desafiante para los cultores de los valores occidentales.
En la actualidad, la mayoría de los quichuahablantes son criollos, es decir descendientes de europeos y africanos nacidos en tierra americana y el producto de su mestizaje con la población indígena.
Los portadores de esta lengua milenaria están, en su mayoría, confinados a las zonas más empobrecidas, confundiendo su alma con el salitre, en tierras en las que no existe término medio entre la sequía extrema y las inundaciones. Lengua ignorada y existencias marginadas son las dos caras de una misma moneda a la que el poder condena con su indiferencia, hacia el dolor más interno de un país.
-En los últimos tiempos se ha incorporado en el noroeste la enseñanza de lenguas nativas, ¿en Santiago, el quichua también entró en el sistema educativo?
-A pesar del discurso oficial, que pretende hacer creer que la enseñanza de la lengua quichua se ha establecido en todos los niveles educativos, podemos afirmar que la comunidad quichuahablante de Santiago del Estero no goza del derecho expresado en el artículo 29 de la Declaración Universal de Derechos Lingüísticos: “Toda persona tiene derecho a recibir la educación en la lengua propia del territorio donde reside”.
El sistema educativo privilegia los valores urbanos–occidentales, prueba de ello es que actualmente en toda la provincia de Santiago del Estero hay una única escuela con un solo maestro en el departamento Figueroa que se ocupa de la enseñanza de la lengua quichua, pero no como vehículo de instrucción, es decir los niños no son alfabetizados en su lengua materna, sino como materia de estudio.
Los ministerios de educación provinciales, como en el caso de Santiago del Estero, no tienen en cuenta la función de la lengua materna para el desarrollo cognoscitivo y afectivo de los niños quichuahablantes y el castellano se convierte en la única lengua de instrucción. No se expresa interés en ahondar las razones del alto grado de analfabetismo en la provincia, de deserción y fracaso escolar. La uniformidad lingüística-cultural para todos los ciudadanos es la meta que se plantean las autoridades, sin importar la riqueza cultural de la que es portadora esta lengua milenaria. Sólo se subraya el aspecto folklórico y pintoresco que supone para la sociedad la existencia de quichuahablantes.
Además de respetar el derecho que tienen los niños a ser alfabetizados en su lengua materna, es innegable la importancia que tendría la escuela, en la conservación de la lengua.
-Hay una insistencia en seguir enseñando un español depurado como lengua dominante en el sistema de enseñanza, ¿qué consecuencia cree que esto tiene?
-Mientras el castellano ocupa un lugar preponderante en la institución escolar y es una lengua escrita, el quichua es considerada como una lengua de estatus inferior y su transmisión es, como ya se dijo, por vía puramente oral. De allí que la supervivencia del idioma quichua depende hoy casi exclusivamente de la transferencia que hacen los padres en el hogar a través de la educación infantil. Sin embargo, en las localidades donde más azota el hambre, el incremento de la migración por razones económicas está provocando la interrupción de la transmisión intergeneracional.
Por eso, una de las acciones más importantes sería lograr que la lengua ingrese al ámbito escolar. Sin embargo, hay decisiones que sólo pueden ser tomadas desde el poder, y ya está claro que a quienes detentan el poder no les interesa el destino de una lengua minoritaria. Frente a esta indiferencia gubernamental, quizás lo importante sea difundir esta problemática para que sea conocida por todos, que la sociedad civil comprenda la necesidad de evitar un lingüicidio y tome conciencia de la urgencia de acciones a favor de las lenguas y culturas minoritarias.
Por otro lado, en necesario destacar que la incorporación de la lengua quichua al aula, no sólo debe verse como una propuesta pedagógica para las comunidades ‘quichuistas’ sino como criterio de organización curricular de instituciones educativas de zonas y provincias vecinas. Así como existe un espacio curricular destinado al aprendizaje de lenguas dominantes, una muestra más del ejercicio del poder al otorgar a ciertos sectores mayor valoración, es necesario el aprendizaje de las lenguas autóctonas en un reconocimiento a la realidad multicultural de Argentina y rescate de las raíces más profundas de nuestra identidad.
En aquellas zonas del NOA en las que el quichua no es la lengua materna de sus habitantes, es innegable la influencia que ejerce esta lengua en el español dialectal de la región. Me refiero a provincias como Tucumán, Catamarca, La Rioja, Jujuy, Salta. Algunas expresiones o palabras que son corregidas por los docentes por considerarlas incorrectas son muchas veces producto del secular contacto de la lengua quichua con el español. Cuando se corrige, se destruye un código, se destruye esa otra lengua que lucha por su supervivencia.
-Se ha dicho que ninguna lengua desaparece sino por la fuerza, ¿qué factores siguen influyendo hoy en el riesgo de las lenguas nativas?
-El dominio cultural puede llevar a la muerte de una lengua: es decir el proceso por el cual, un hablante se siente menospreciado y deja de transmitir la lengua a sus hijos. Se trata de un factor extralingüístico. Si una lengua desaparece de esta manera, se pierde un tesoro del patrimonio cultural de toda la humanidad. La lengua permite conocer la cosmovisión de una comunidad particular, por lo tanto no existen dos lenguas iguales y la diversidad lingüística tiene un valor cultural incalculable.
Precisamente, el multilingüismo y la diversidad cultural es la característica común de nuestras culturas americanas que desde hace siglos vienen resistiendo al colonialismo. Nuestros pueblos originarios, sus lenguas y sus culturas, deben ser respetados y protegidos porque, además de sus derechos que como ciudadanos de este país les corresponde, son parte de un patrimonio cultural que pertenece a toda la humanidad.
Es nuestro compromiso con quienes son doblemente excluidos, lingüística y económicamente, lo que nos moviliza. Nada justifica que permanezcamos insensibles ante la amenaza de extinción de una lengua; si no detenemos este proceso seremos juzgados en el futuro por las generaciones venideras de haber sido cómplices de nuevas desapariciones.