Cuentos, poesías, obras de teatro, ensayos: la literatura es tan diversa como necesaria. Los lectores viajan con ella, y ella viaja, desde tiempos inmemoriales, en un soporte simple y fiel: el libro. En honor a él y los hombres y mujeres que poblaron sus hojas de historias, hoy se celebra, en todo el planeta, el Día del Libro.
Aunque el cimbronazo económico asociado a la crisis sanitaria mundial golpeó fuertemente a la industria de las páginas, algunas cifras resultaron –en algún punto- alentadoras: según datos de The Global Web Index Coronavirus Research, aportados por la UNESCO, los números de abril de 2020 demuestran que el 33% de las personas leyeron y escucharon más audiolibros durante la pandemia.
En este marco, Salta/12 invitó a diferentes autoras del NOA a recomendar títulos que conocieron o revisitaron en tiempos de confinamiento. Así, Elisa Moyano, responsable de Mujeres Amordazadas eligió Rabia, de Sergio Bizzio: “Es lo más apasionante que he leído durante la cuarentena. Podría llamarse ‘policial invertido’ por ciertas razones que el lector descubre al cerrar la novela. En ella, hay también un encierro, el del protagonista, que nada tiene que ver con los ocurridos durante la pandemia, pero que tiene algo en común con ellos: el acceso a una percepción diferente de la realidad que nos rodea. Leerlo constituye una experiencia límite”, reveló.
Por su parte, Geraldine Palavecino, artífice de Quiero verte una vez más, describió: “Durante los largos meses que ha durado la pandemia atravesé mis días como lectora de diferente manera. De hecho, una necesidad compensatoria con la realidad me trasladó por diferentes paisajes literarios. Básicamente, podría diferenciar muy bien las lecturas propias del período de aislamiento obligatorio de las otras. Durante la época más dura me dediqué a leer diarios personales, también a escribirlos, por el detenimiento que implica. Muchas lecturas relacionadas a exploradores como la de Ernest Shackleton con Sur o Cherry Gallard con su libro El peor viaje del mundo. Ambos, de experiencias extremas que me ayudaban a reconocer las fortalezas para los malos momentos, los artilugios para salir adelante.
Luego, releí Lo que resta del día de Kazuo Ishiguro, uno de mis autores preferidos. La novela recorre con la memoria situaciones que ocurrieron en un espacio cerrado a pesar de que el personaje se mueve en viaje. También leí muchos ensayos, sobre la libertad que es mi tema predilecto. Leí a Rebecca Solnit en El arte de perderse y El Elogio del riesgo de Anne Dufourmantelle”, enumeró y acentuó: “En situaciones de crisis leo para comprenderme, recobrar fuerzas y valorar lo que tengo alrededor”.
Del mismo modo, la poeta Lucrecia Coscio, relató: “Soy una lectora desordenada. La pasión y la curiosidad son las bibliotecarias de mis días. Me encuentro entre las creadoras que procrean. Si la pandemia no termina su trabajo, aprenderemos de ella. También nosotras aprenderemos; las que nos concebimos mujeres, hembras, poetas o al menos artesanas de las palabras”.
La creadora de Los subsistemas del caos seleccionó Historia de mujeres, de Rosa Montero, a la vez ensayo y narrativa. Conjunto de breves biografías narradas con pasión literaria y labor científica. “La autora lo escribe desde su condición de mujer y nos desafía a pensar en las vidas de estas mujeres extraordinarias, aunque para nada ejemplares. Ahora que lo pienso, durante siglos fuimos condenadas a ser ejemplares. El ejemplo de mujer, el ejemplo de madre, el ejemplo de maestra y así sucesivamente”, describe.
Y continúa: “Aquí nos encontramos con mujeres revolucionarias, intelectuales, asesinadas, coartadas, eclipsadas, asesinas, atrapadas, libres. Aquí nos encontramos con historias que nos aterran como la de Aurora y Hildergart Rodríguez. ¿Cómo puede ser tan cruel una madre que en su juventud había leído a Owen, Saint Simón y Fourier?, ¿Cómo pudo la malvada Laura Riding hundirse en su propia humanidad hasta parecerse tanto a un personaje literario? Y Zenobia Camprubí ¿cómo pudo creer lo que escribió Juan Ramón Jiménez en aquella carta de amor?, ¿Por qué María Lejárraga no firmaba sus propias obras? Y George Sand ¿cómo encontró esa plenitud a la que se refiere la autora? Y si Simone de Beauvoir ¿no fuera ya, tan encantadora? Aquí está Frida Kahlo, la que a esta altura de nuestras vidas ya no puede levantarse de la cama. Ahora su cama se incorpora y sobrevuela las calles. Este libro me devuelve su imagen. ¿Quién, de nosotras, no se siente un poco Frida? Todo libro que inquieta vale la pena”, opinó.
Finalmente, la jujeña Meliza Ortiz prefirió El bobo del pueblo y otras incorrecciones, de Leo Maslíah. Un libro “rarito”, según sus palabras. El volumen “está lleno de cosas que te son contadas porque sí y donde nunca nada va a parar a ningún lado. Y todo a propósito. No esperemos saber si lo que estamos leyendo es un cuento o qué. No esperemos conclusiones ni que nos digan qué pasó con el personaje de tal relato o de tal otro texto inclasificable ni por qué estamos leyendo esto ni por qué lo seguimos leyendo ni por qué lo terminamos de leer a pesar de todo lo que acabo de decir”.
La hacedora de Quinotos al whisky aseguró que Maslíah “no busca crear una narrativa perfecta, indiscutible y atrapante, que te deja estupefacto ante su increíble efecto. Pero tampoco es que se trate de esa otra narrativa tipo minimalista que no te cuenta nada ‘porque la esencia es esa, ¿entendés?’. Acá lo que tenemos es un escritor y un libro que se ríe(n) de los escritores y de los libros. Y de las pretensiones literarias. Y de la vida misma. ¿Y por qué lo recomiendo si no se entiende para dónde va nada? Justamente por eso: por todo lo que acabo de decir. No sólo por el disparate, el absurdo, la ironía, el humor que se agradece siempre. Es porque el libro te agarra, te pega unos sopapos con las tapas y te dice: ‘Acordate que todo esto se trata del puro placer de escribir. Sin tanto rebusque, sin tanta historia (justamente), sin otros intereses ocultos por encima o por debajo, sin ponerse a ver primero cuál es el argumento que pega para intentar hacer que te den el premio Pulitzer. Escribir. Esto es el puro placer de escribir. Y eso otro, si se quiere, es el puro placer de leer. Y listo”, concluyó.
En recuerdo de tres grandes
La elección de fecha del Día del Libro no sucedió por azar, más bien todo lo contrario. Proclamada por la Conferencia General de la UNESCO en 1995, el 23 de abril fallecieron William Shakespeare, Inca Garcilaso de la Vega y Miguel de Cervantes, autores fundamentales de la literatura universal. De este modo, sostuvieron desde la institución que implantó la conmemoración: se “rinde homenaje a los libros y a los autores y se fomenta el acceso a la lectura para el mayor número posible de personas. Trascendiendo las fronteras físicas, el libro representa una de las invenciones más bellas para compartir ideas y encarna un instrumento eficaz para luchar contra la pobreza y construir una paz sostenible”.
En la misma línea, Audrey Azoulay, directora General del organismo, destacó: “En este periodo de incertidumbre, son muchas las personas que acuden a los libros para evadirse del confinamiento y hacer frente a la ansiedad”.
Además, Azoulay, quien fue consejera cultural del presidente François Hollande entre 2014 y 2016, indicó: “Los libros tienen, en efecto, la capacidad única de entretenernos e instruirnos a la vez. Son un medio de explorar universos más allá de nuestra experiencia personal mediante la exposición a diferentes autores (…) los libros nos dan libertad”, subrayó al tiempo en que aclaró: “Hoy rendimos también homenaje a todas las profesiones relacionadas con el libro —la edición, la traducción, la publicación y la venta—, que hacen posible la difusión de nuestro patrimonio literario, permiten la expresión de nuevas ideas y posibilitan la difusión de historias".
Azoulay recalcó que "Estas profesiones deben ser protegidas y su valor ha de ser reconocido. Ello es aún más pertinente en plena pandemia de covid-19, que plantea una amenaza profunda y duradera para la cultura”, y garantizó el apoyo de la UNESCO hacia esos sectores.