La noción de “necropolítica” resulta últimamente imprescindible para designar y analizar situaciones y laberintos políticojurídicos o jurídicopolíticos, como se prefiera, en algunos países de la región, y ahora lamentablemente también el nuestro.
Para muchos esa palabra es nueva, pero no lo es y tiene una historia. Desconocía también su origen, pero cuando lo busqué también esa raíz combina con lo que la derecha articulada con la ultraderecha pretende restaurar en nuestro país.
Surgió hace unas décadas entre filósofos y sociólogos de origen africano, educados algunos en las capitales de los países de los que sus propios países eran colonias. La crearon para ampliar un lenguaje que les permitiera explicar la historia de sus pueblos y dar comienzo, entonces, a los estudios poscoloniales.
Reflexiones marroquíes, argelinas y camerunenses dieron origen no sólo a la palabra necropolítica sino a las condiciones que la definen. Como su raíz lo indica, se refiere a regímenes que aunque tengan una apariencia más o menos democrática, tienen gobiernos que se reservan el derecho de decir quién vive y quién muere. Y que legitiman esa autoridad entre unos y otros, que en algunos casos aceptan que su destino se desprende no de una raigambre de sadismo estructural y gubernamental sino, como ha pasado antes y después, de cierto “orden natural” de las cosas.
Achille Mbembé, autor entre otros de En el poscolonialismo pero también de un libro llamado directamente Necropolítica, estudió en la Sorbona, tomó elementos del concepto de biopoder de Foucault, y especificó que la necropolítica se caracteriza más que por el “derecho a matar”, por “exponer a otros” a la muerte. Añade al concepto de la “muerte social o política” de grandes grupos de la población o su esclavización. Ahí entran los regímenes que llevaron adelante todo tipo de apartheid, desde el sudafricano hasta el llevado adelante hoy mismo contra los palestinos.
Ya circulante en las ciencias sociales, la necropolítica fue además el objeto de estudio de una filósofa española, Calara Valverde, que completa la caracterización de necropolítica con otra palabra necesaria para entender a la Argentina y a varios países de nuestra región, hoy que Estados Unidos, ya en su etapa de declive, vuelve a querer imponernos cuál grado de relaciones internacionales “es conveniente” que tengamos con el otro polo del poder mundial. La palabra es “verbicidio”, que no es otra cosa que la descomposición del lenguaje para que ninguna palabra quede en manos de las mayorías. Parece un robo, pero es una demolición de las palabras.
Podría extenderme en la falta de veracidad y volumen de las palabras de Horacio Rodríguez Larreta, toda vez que, para no dar una lista de ejemplos, fue evidente que en sus últimas conferencias de prensa todo lo que dijo faltó a la verdad. En la primera, cuando admitió que el decreto presidencial que rechazaba lo obligaría a recurrir a la Corte Suprema, lo dijo ya sabiendo que un tribunal amigo recibiría un amparo de ONGs amigas de origen corporativo, y que ese tribunal usaría el zoom para fallar que la presencialidad de los niños y las niñas porteñas no podía ser alcanzado por un decreto presidencial que suspendía las cases en las escuelas por dos semanas.
A todas luces ese decreto no tenía como fondo un problema ni una objeción educativa, sino el objetivo superior de evitar aglomeraciones callejeras o en el transporte público, en un momento en el pico se comenzaba a llevar miles de vidas. Miles y miles.
En la segunda conferencia de prensa, la del domingo pasado, también se presentó como “obligado” a contemplar el fallo del tribunal amigo, pero por un tuit del ministro de Medio Ambiente, Juan Cabandié, nos enteramos que tres horas antes del momento de las cámaras, Larreta le había pedido al Ministerio de Salud de Nación 60 respiradores: el jefe de gobierno porteño sabía, entonces, no sólo la pertinencia del decreto presidencial sino que su propio sistema de salud estaba colapsando. Y siguió haciéndolo: no hay camas.
“Verbicidio” se aplica en estos casos, cuando hay fuerzas políticas cuya matriz es la necropolítica y cuyas líneas internas nunca se escandalizan ni retroceden ante la muerte, sino que compiten para ver quién va más lejos en el verdadero propósito, la verdadera matriz de su forma de gobierno. La necropolítica suprime la posibilidad de que algunos de sus miembros conciban un comportamiento por “honor”: el honor es el resultado del apego a la palabra, es lo que permite a alguien “dar su palabra”. El verbicidio elimina la chance. Nadie que practique necropolítica tiene ni honor ni palabra.
Finalmente, todos hemos visto la foto de la mujer salivadora de policías en Olivos, en una de las manifestaciones odiadoras que presenciamos. Su rostro concentraba su ira y su saliva parecía exhibir su rabia, pero atrás de ella había un cartel en el que se posaron menos ojos: “No era la V de la victoria. Era la V de la venganza”.
Ese texto es un ejemplo inmejorable de verbicidio, toda vez que han pasado 45 años desde el último golpe militar, y treinta de ellos los familiares de quienes no tuvieron ningún derecho a defensa jamás cometieron un atropello, sino que optaron por mantenerse apegados a la palabra Justicia. Ni una sola vez en tantos años hubo ninguna fisura que deslizara el reclamo de Justicia a la idea de venganza. Es más, sólo en el activismo por justicia, infatigable, heroico, esos familiares encontraron el pilar que los mantuvo de pie: reclamaron desde el honor y en honor a sus pérdidas.
Tenemos una oposición necropolítica. Y como tal, quiere destrozar el lenguaje para camuflarse entre palabras que ya, en sus bocas, no tienen el menor sentido. Por fortuna, las grandes mayorías de este país carecen de muchas cosas, pero no de tradiciones para honrar, no de grandes textos que nos explican quiénes somos, y no de palabras en las que creemos y que no nos serán arrebatadas porque las llevamos no sólo en la boca, sino en todos nuestros cuerpos. Son esas palabras las que nos enlazan a la vida, porque las decimos con la creencia visceral de que salvar vidas es el único motor que debe movernos en circunstancias desgraciadas como ésta.