El concepto "banda en estado de gracia" no es nuevo, y en rigor encuentra una de sus primeras patentes gracias a The Rolling Stones. Los años en los que se forjó la historia grande del rock and roll parecen siempre deslizarse en cámara rápida, y hoy resulta inconcebible que una banda haga en poco menos de una década lo que hicieron The Beatles. Los Stones tienen una saga mucho más larga, pero también segmentos en los que sucedieron demasiadas cosas.
Sticky Fingers está en el corazón de uno de esos momentos en la extensa carrera de Sus Majestades Satánicas. Entre la previa de la muerte de Brian Jones -en 1969, cuando ya habían hecho unas cuantas cosas- a la edición de Goats Head Soup en 1973, el quinteto que asustaba a la sociedad engarzó verdaderas obras maestras, cosas como Beggars Banquet y Let It Bleed, pero sobre todo un combo que los convirtió en la contraseña de los primeros '70. Antes de la fuga francesa para Exile on Main Street, Jagger y Richards reformatearon a unos Stones que archivaron la mandolina de Jones para zambullirse de nuevo en el pantano del rhythm'n'blues más mugriento. Y así metieron otro pleno.
¿Cómo no rendirse ante un disco que comienza con "Brown Sugar"? ¿Cómo no poner en un altar del rock a canciones como "Wild Horses" y "Dead Flowers"? ¿Cómo no dejarse ganar por la melancolía del slide de Ry Cooder en "Sister Morphine", cómo no encenderse con la épica de "Can't You Hear Me Knocking"? Sticky Fingers fue y es mucho más que la tapa con cierre de Warhol y el debut de la lengua más célebre del universo. Fue y es el retrato sonoro de una banda, sí, en estado de gracia. Que además consiguiera esos resultados cuando su ejercicio del axioma sex and drugs and rock'n'roll empezaba a pasar factura forma parte de la leyenda inexplicable. En el libro gordo de The Rolling Stones se concentran múltiples encarnaciones, alzas y bajas, momentos inspirados y de los otros. Pero medio siglo atrás los fascinerosos más encantadores de la escena empezaron a forjar la frase que explicitarían en un disco de 1974. Sí, era solo rock and roll. Y nos gustaba. Y nos sigue gustando.