Hay un modo muy capitalino de llamar a lo que no es su radio de pertenencia. Es la referencia a todo lo que parece una lejanía de su centralidad, es “el interior”. Así somos designados quienes habitamos en el 99,9% restante del país por parte de quienes tienen el poder de la nominación. Claro, nada nuevo. La cuestión es que muchos, en esa lógica de la metrópoli, ven a este interior como “colonia”. La metrópoli, como topos ideológico-político, funciona como la “ciudad madre”, como su nombre lo indica. Pero no es un modelo de madre cuidadosa, emancipadora, sino de metrópoli cuya herencia está instituida por la lógica colonial.

La colonia fue la forma de trasladar un espejo degradado de la metrópoli, con el único objetivo de satisfacer el apetito de esa madre controladora y demandante. La colonia hacía como si fuera la metrópoli, pero su existencia era la condición de imposibilidad misma de convertirse en lo que deseaba. Espeja, imita, puede que hasta crea poder emanciparse en algún momento, pero la verdad es que el vórtice metropolitano es irresistible. Sus hijos deben rendirle tributo, pleistesía, aceptar sus berrinches, tolerar su intolerancia, bajar la cabeza frente a sus decisiones, copiar sus modelos. 

La metrópoli se autopercibe como la línea demarcatoria de lo real, de lo válido, de lo que tiene sentido, del deber ser, de la civilización. ¿Cómo puede sorprender la emergencia de la llamada “barbarie” a todo lo que se extiende más allá de su esfera de inmediatez? ¿Cómo extrañarnos de que todo lo que ella prohija no sea, en definitiva, un ser extraño, un habitante de un afuera, así sea dentro del interior de su cuerpo extendido a fuerza de sus propias necesidades? Por que, seamos sinceros, el país se extendió por las demandas y necesidades de esa metrópoli, sean de recursos exportables, mano de obra, tierras cultivables, protección, etcétera. La metrópoli no querría necesitarnos, pero le es inevitable tenernos, en un sentido más propietario que protectivo. No somos sus hijos, somos su alimento y su excrecencia, y así somos tratados. Un abono, un hiato de mentes infantilizadas, un fusible necesario. Esa es la lógica de su funcionamiento.

En el interior solemos saber más sobre el tráfico por la General Paz que el de nuestra localidad. Los equipos de fútbol que nos apasionan tienen sede, en buen número, en CABA. Las noticias del día se dan por los principales canales capitalinos. Nos rige su moda, nos rigen sus modos, su velocidad se contagia. Pero el asunto es más grave. 

El interior es también testigo de cómo esa metrópoli se ha convertido en un monstruo que amenaza la existencia de la Nación, y eso es lo que la metrópoli educa hacia abajo. El aberrante desafío al DNU nacional, su auto-proclamado fuero judicial como único actor válido en contiendas que no le son favorables, su desobediencia a otros tribunales que no condicen con su lógica, es la imagen más patética y violenta del capricho metropolitano por su condición de tal: “No me gusta lo que quiere la Nación, pues entonces hago lo que quiero”. 

La metrópoli capitalina ha asumido el lugar de Luis XIV, “el Estado soy yo”. Desde lejos, el espectáculo es vergonzante. Tanto el papel de la Nación, que parece no poder poner en su lugar a este pequeño gran monstruo, como también lo es el de Rodríguez Larreta y su berrinchismo de nene bien y mimado por los medios, que cuesta vidas humanas.

La metrópoli que tenemos, da vergüenza, al menos a muchxs que queremos emanciparnos de ella. Da vergüenza porque su concentración, su poder, sus ínfulas, son capaces de generar Larretas, o macris, o bullrichs, y “exportárnoslos” al interior como los modelos a seguir, vía repetición y repetición y repetición mediática. ¿Cómo alguien con las incapacidades de Mauricio Macri se podría haber convertido en presidente, si no es a través de una sincronización espectacular entre lo que la metrópoli demanda y lo que la metrópoli ofrece? 

¿No se nota que la política de la derecha se concentra en formar a sus cuadros en la metrópoli y luego los disemina por el “interior” para encandilar a la barbarie? ¿No es evidente la asociación obscena entre el multimedio argentino y los representantes de sus intereses ideológicos-económicos, y cómo el primero va regenteando sus modos, sus planos, sus enunciados, hasta dar con la medida de publicidad? Si cala allí, cala acá, porque la construcción de la metrópoli supone en erigirse en faro para la colonia, para el interior que anhela salir de su falta de registro por el horizonte.

¿Cómo no tener un interior que vota a Macri o que votaría por Larreta o por Bullrich si son todo lo que se ve, lo que se imagina que debe ser, si son la esencia misma del ser que la metrópoli pone en sus olimpos? ¿Por qué ciudades pequeñas, ajenas absolutamente a las necesidades de la CABA, votan exactamente lo mismo e incluso con números que superan a los de su propia cosecha? En nuestras más pequeñas ciudades no nos cambian las baldozas a cada rato, ni nos ponen garitas para meditar en la plaza, ni nos dejan afuera a los chicxs del colegio por falta de lugar, pero votamos lo que la metrópoli nos demande, pensamos y deseamos ser ella.

Necesitamos romper esta lógica, y que sea modificado el lenguaje con el que nos relacionamos las distintas regiones del país. Necesitamos que esa metrópoli no lo sea más, porque su organización en torno a las élites del poder obtura (y obturará, siempre) cualquier posibilidad de democratizar nuestro país. 

Necesitamos que el gobierno nacional articule nuevos modos de construcción de poder iniciando la destitución del poder realmente existente. En algún momento hay que hacerlo, aunque nunca sea un buen momento para enfrentarse a esos poderes. 

El caso de la rebeldía de CABA al DNU, la judicialización asqueante de la política sabiendo que la justicia es también metropolitana, hizo explícito lo que se sabe en el “interior” hace mucho: que la metrópoli se autopercibe por encima de los demás, que su única ley es la propia, que la única existencia que tiene sentido es la que digita.

El Gobierno nacional también necesita salir de su lógica metropolitana. No alcanza con firmar algunos convenios de obras con las provincias. Porque sus habitantes siguen consumiendo la noticia capitalina, que es la metropolitana, y esas obras ni siquiera aparecen. Es necesario comunicarse, que nos comuniquemos de otra forma. Tenemos que dejar de ser colonia, hacia adentro de nuestro propio país. 

 Doctor en Ciencia política, Universidad Nacional de Río Cuarto