Siempre se ha dicho que la Ciudad de Buenos Aires le da la espalda al río. Pero la verdad es que a lo largo de la historia también le ha dado la espalda al resto del país. Al contrario del dios Jano, que tiene dos caras, Buenos Aires parece tener dos espaldas. Uno de los ejes de conflictos más antiguos y persistentes de la Argentina es el que ha protagonizado la ciudad puerto contra el resto de la Nación. Desde que se le impuso la federalización en 1880, y pasó a ser la Capital Federal de todos los argentinos, esos problemas parecían conjurados. Pero con la reforma constitucional de 1994 el genio maligno salió de la lámpara, el enorme desequilibrio sobre el que hemos construido este país volvió a brotar y el actual conflicto entre el Presidente y el Jefe del Gobierno porteño se nos presenta como la puesta en escena, otra vez, de las pretensiones de una ciudad que ya en 1940 Ezequiel Martínez Estrada denominó: Cabeza de Goliat.
Antes de la reforma constitucional de 1994, en la Ciudad de Buenos Aires hubo en total 68 intendentes. Ninguno llegó a Presidente. Desde que crearon la Ciudad Autónoma ya tuvimos dos jefes de gobierno que se convirtieron en presidentes, nada más y nada menos que: Fernando de la Rúa y Mauricio Macri. Y claramente Horacio Rodríguez Larreta va en busca de “lograr ese logro”.
A la luz de los hechos, es un buen momento para repensar el contexto histórico mediante el cual Buenos Aires se convirtió en CABA. En el año 1994 estaba llegando a su fin el gobierno de Carlos Menem y su voluntad de tener otro mandato lo llevó a buscar la reforma constitucional con una decisión que parecía inquebrantable. Pero no le alcanzaban los votos. Raúl Alfonsín vio que dentro de su propio espacio político la oposición no era granítica, intuyó que Menem iba a dividir a la UCR y tomó la iniciativa de negociar una reforma constitucional directamente con el entonces presidente. De esas reuniones y negociaciones surgió lo que pasó a llamarse el Pacto de Olivos. Acordaron en lo que denominaron un "Núcleo de Coincidencias Básicas" para impulsar cambios en la Constitución. Alfonsín venía jugando con la idea de esa reforma desde 1986. Algunos sectores conservadores veían un peligro en reformar la carta magna. El ex ministro de la dictadura Roberto Aleman llegó a decir: “Reformar la Constitución para que Menem tenga la reelección es como incendiar la ciudad para prender un cigarrillo”. No se llegó a tanto, pero estaba claro que lo único que le importaba al Presidente era la reelección y la UCR y el Frepaso obtuvieron en las mesas de negociación algunos aspectos muy positivos, como la introducción en el texto constitucional de los pactos internacionales de derechos humanos. Pero también acordaron la elección de un tercer senador por provincia y la muy controvertida aprobación de la autonomía a la Ciudad de Buenos Aires.
Eran épocas en las que tanto en la UCR como en el Frepaso se veía a la CABA como una especie de bastión antimenemista, la ciudad se autopercibía como progresista. Tiempo después descubrimos que esa oposición al menemismo podía encerrar posiciones contra el neoliberalsimo y las políticas de ajuste, sí, pero en el mismo lodo coexistir con quienes se oponían a Menem simplemente por ser antiperonistas.
La Constitución porteña fue sancionada el 1º de octubre de 1996. El peronismo de aquel entonces vio el peligro, para los intereses de la Nación, de una autonomía desbocada y sancionó la llamada Ley Cafiero. Por esa vía resguardó los inmuebles y terrenos en manos de la Nación, y les vedó a los porteños el manejo de la policía, la Justicia, el Registro de la Propiedad Inmueble y la Inspección General de Justicia. La Nación retuvo, además, el control del juego y el puerto. Pero ni bien se eligieron constituyentes para hacer la Constitución porteña empezaron a saltar el cerco de la ley Cafiero. Así, la Constitución porteña determinó que el puerto local “es del dominio público de la Ciudad, que ejerce el control de sus instalaciones, se encuentren o no concesionadas”; reivindicó como propios “los ingresos por la explotación de juegos de azar y de apuestas”; y estableció que “la seguridad pública es un deber propio e irrenunciable del Estado” de la ciudad. Sobre esta base, a partir del 2007, cuando el PRO empieza a gobernar la ciudad, la vía autonomista no hizo más que profundizarse. Avanzaron sin pausa sobre todas las zonas grises y ahora mismo somos testigos de ese proceso.
Se olvidaron hechos históricos fundamentales. En 1819, la primera Constitución que se intentó para estas tierras fue de un carácter tan unitario y porteñista que desembocó en una rebelión general de las provincias. En 1820 se terminó de desatar el inicio de una guerra civil casi permanente entre Buenos Aires y el interior.
En 1852, las fuerzas coaligadas de los unitarios porteños, con el Imperio brasilero, más el liderazgo del caudillo entrerriano Justo José de Urquiza, derrotaron a Juan Manuel de Rosas en la Batalla de Caseros. Pero cuando Urquiza se terminaba de instalar en el gobierno, el 11 de septiembre se organizó un motín en Buenos Aires en su contra y comenzaron de hecho un período de autonomía separados del resto del país. Pocos recuerdan que Buenos Aires no participó en la jura de la Constitución de 1853. Se negaban a un sistema federal que los ponía en pie de igualdad con el resto de las provincias.
En 1859 el Congreso de la Confederación dictó una ley por la cual Urquiza debía reincorporar en forma pacífica a la provincia disidente, pero si esto no era posible ordenaba emplear las armas a la brevedad. Ante la inminencia del conflicto, Estados Unidos, Inglaterra, Brasil y Paraguay trataron de interceder amistosamente. Pero ni Adolfo Alsina ni Bartolomé Mitre, los caudillos porteños, aceptaban nada excepto la renuncia de Urquiza, o la guerra. Así fue como se desencadenó la Batalla de Cepeda. Buenos Aires fue derrotada. La batalla y el Pacto posterior reincorporaron de derecho la provincia de Buenos Aires a la República Argentina. Pero la poderosa ciudad lograba en la mesa de negociaciones lo que las armas le negaban. Tanto como para que un enojado Ricardo López Jordán dijera sobre Urquiza: «había llegado a Buenos Aires como vencedor, y negociado como derrotado».
En 1862 la Batalla de Pavón volvío a enfrentar a los viejos contendientes. Fue una teatralización increíble. Urquiza se presentó con sus bravos jinetes y solo miró los acontecimientos. Se retiró a Entre Ríos sin pelear, dejándole el campo libre a Mitre que terminó haciendo una carnicería sobre las fuerzas federales. La poderosa Buenos Aires se impuso y Mitre se convirtió en presidente.
Recién en 1880 se pudo imponer la federalización. La provincia de Buenos Aires, luego de una guerra civil muy sangrienta, tuvo que ceder la ciudad a la Nación y erigir en La Plata su capital provincial.
Desde aquel año, los presidentes fueron los que eligieron a los intendentes de la Capital Federal, y si bien el gigantesco desequilibrio económico y simbólico con respecto al resto del país nunca desapareció, por lo menos en lo político no volvieron a existir grandes choques.
La caja de Pandora se volvió a abrir con la reforma constitucional de 1994, se agravó con la Constitución de la ciudad de 1996 y se radicalizó durante estos trece años de gobierno PRO en la ciudad. El viejo sueño de algunas mentes afiebradas que creen que la Ciudad de Buenos Aires es una gotita de Europa en medio de África.