Si se mide en número de muertes y de contagios, se atraviesa el peor momento de la pandemia. La vacunación permite imaginar alivios futuros y marca una crucial diferencia con el mayor pico del año pasado: una esperanza iluminando un cuadro sombrío. El presidente Alberto Fernández deberá decidir en la semana entrante qué hacer con las restricciones fijadas en su último Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) aprobado por el Congreso. Hasta ahora, la duda oscila entre mantenerlas (quizás con modificaciones sobre la presencialidad escolar) o acentuarlas tal como propone el gobernador bonaerense Axel Kicillof.
Los gobernadores atraviesan trances parecidos que tienen menor cobertura política “nacional” porque los medios focalizan la mirada en la zona metropolitana. La Argentina, empero, no termina ni en la General Paz ni en el conurbano bonaerense. En nuestra gigantesca y diversa geografía casi todos los mandatarios provinciales afrontan el mismo dilema que Fernández. Todo indica que habrá más restricciones en distintos distritos en las próximas semanas. O días.
El Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, mantiene la bandera de las clases presenciales mientras se desmadran indicadores sobre decesos, ocupación de camas, uso de respiradores y otros macabros etcéteras. Satisfecho con el desarrollo de la brega con la Casa Rosada, Larreta sobreactúa su pasión por “los chicos”. Ingresa en una burbuja escolar junto a la ministra Soledad Acuña y, cuanto menos, un fotógrafo. Una imagen vale más que mil cuidados, su eslogan transitorio.
A Larreta le fue bárbaro en los Tribunales, cancha en la que juega de local. En los medios dominantes, ya se sabe. Nacionalizó su figura, todo da la impresión de ser ganancia. Discursivamente, se entretiene debatiendo si los contagios suben o se amesetaron alto, un bizantinismo intransferible a la cantidad de muertes.
Puertas adentro, el Gobierno de la Ciudad analiza el cuadro y, tal vez, deba recular en plazo breve porque el negacionismo puede redituar en los medios o en las encuestas pero difícilmente sirva para detener la peste.
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Volvé Kafka, te perdonamos: Las sucesivas contradicciones entre fallos de la Cámara porteña, el juzgado federal Contencioso Administrativo y las decisiones procesales de la Corte Suprema de la Nación pintaron un autorretrato del Poder Judicial. Hagamos abstracción respecto de la coyuntura: la semana transcurrida demuestra cuan indeseable es la judicialización de la política. Los jueces son ajenos a las consecuencias sociales inmediatas de la sentencia por formación y, tal vez, por el modo en que funciona dendeveras la división de poderes.
Las sucesivas resoluciones impactaron en la vida cotidiana de las familias porteñas, las llenaron de incertidumbre y dudas.
Siempre es importante saber quién tiene razón, este cronista opina que el gobierno nacional dispuso medidas prudentes por su duración y por la magnitud de la tragedia. Y deja para notas futuras el laberinto judicial. Pero lo cierto es que las instituciones fracasaron en estos días, plagando de incertezas a la gente común. Los representantes electos, de cualquier bandería, siempre quedan expuestos al veredicto popular mientras los magistrados viven en la zona de confort: cargos vitalicios, exentos de cualquier escrutinio ciudadano certero.
Por algo la judicialización es una de las herramientas predilectas de la derecha sudamericana. Recuperar la preeminencia de la denostada “política” es imperioso para las fuerzas populares y progresistas. Quedar inmerso en las redes kafkianas de los Tribunales, un modo de derrota.
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De eso no se habla pero es imprescindible: Las elecciones de medio término no integran el cúmulo de prioridades ciudadanas, hoy y acá. Sus preocupaciones son las consabidas, empiezan con el trabajo, parar la olla, la inflación. Se añaden nuevas demandas o tribulaciones en la era del coronavirus: la salud, la vacunación, si los pibes van a la escuela o si se opta transitoriamente por la virtualidad. Dirigentes políticos y funcionarios están al tanto, optan por no mencionar las elecciones. Extreman cautela hasta alardear por “no hacer política”. A su manera, hacen bien.
Pero aunque se verbalice menos los remotos comicios son fundamentales. La “clase política” piensa en ellos, discurre sobre candidaturas. Se encargan sondeos, se prefiguran internas.
Contra los dictados de la moda, insistimos: la votación es una de las contadísimas instancias en la que todas las personas valen lo mismo, a contrapelo de la creciente desigualdad, en todo el planeta y en nuestro país.
El incipiente acuerdo para postergar la fecha de las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (PASO) y las elecciones ulteriores ilumina con un destello de racionalidad al contexto político belicoso. Se retrasan esperando que aminore la segunda ola, que la primavera sea más propicia para la salud que el invierno. Signo de la crueldad de la etapa: los objetivos son sensatos pero no es seguro que se concreten.
La oposición suspendió por un ratito la intransigencia cerril. Plantea como moneda de cambio la Boleta Única. El mecanismo, probado en ciertas provincias, ahorra papel y complejidades pero está lejos de ser una panacea. La experiencia comprueba que fortalece las primeras candidaturas en listas largas porque a menudo es imposible transcribir toda la boleta. O sea, caramba, que potencia a las listas sábana. Otra consecuencia es acentuar el voto en blanco involuntario: muchos electores dejan sin llenar casilleros de ciertos cargos, los menos vistosos. Como fuera, es una discusión instrumental válida.
La opo exige asimismo una “cláusula cerrojo”; que la ley de postergación vete cualquier modificación del calendario 2021.
El pacto que se tramita ya le valió al diputado radical cambiemita Mario Negri un bruto rapapolvo en el programa de Marcelo Longobardi, autor de una proclama golpista al aire horas antes. El arranque de sinceridad de Longobardi merece una digresión, pocas líneas en esta columna. Ganó el Magnetto de platino de la semana con su arenga que luego retractó desganadamente y sin precisiones. El galardón quizá le dure poco: la competencia interna dentro del Grupo Clarín bate cualquier récord. Volvamos al eje.
Cuando comenzó la pandemia amanecieron dudas sobre qué pasaría con las elecciones en la aldea global. El dilema fue despejado: se vienen realizando en comarcas surtidas, sería temerario extraer reglas generales respecto de los resultados. Las presidenciales que nos pasan cerca o nos atañen (guste o no) produjeron resultados aciagos para los oficialismos: Estados Unidos, Bolivia, Ecuador. La variopinta muestra impide extraer conclusiones más finas.
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En cada pago, un paisano y una urna: Las elecciones nacionales conviven con las locales, en la mayoría de las provincias. El cronograma es abigarrado, siempre: lo determina el federalismo. Los gobernadores cuentan con la ventaja deportiva de fijar el calendario local. Los de Misiones y Jujuy adelantaron para junio, el de Salta para julio. En numerosas provincias (jamás en todas porque el color local se diversifica) hay asimismo primarias obligatorias.
La principal puja se disputa en cada una de las provincias, no hay padrón nacional para autoridades parlamentarias.
Se disputan la mitad de las bancas de diputados nacionales de todos los distritos. Y las tres bancas de senadores de un tercio de las provincias: Catamarca, Córdoba, Corrientes, Chubut, La Pampa, Mendoza, Santa Fe y Tucumán.
En Diputados, el Frente de Todos (FdT) renueva 51 bancas y Juntos por el Cambio (JpC) 60, conseguidas en 2017 momento propicio para el macrismo. Para que se mantuviera la actual correlación de fuerzas en la Cámara Baja, JpC debería conseguir una victoria holgada. Para mejorarla, un batacazo.
Para llegar a tener mayoría, el peronismo tendría que superar la cosecha de cuatro años atrás en especial en las provincias que reeligen más bancas. Complicado pero más posible en los papeles que un avance cambiemita.
En el Senado, el FdT renueva 15 bancas y Juntos por el Cambio 8, todas obtenidas en 2015. Como hay dos escaños para quien salga primero y uno para el segundo, la media histórica no comprueba cambios rotundos en estos casos. Las provincias saben ser bipartidistas, como mucho se puede perder o ganar una. El escenario más factible es que no cambie el esquema en la Cámara alta: mayoría cómoda del peronismo sin alcanzar los dos tercios.
Desde luego y por si es menester subrayarlo: los antecedentes o las estimaciones previas integran el gris mundo de la teoría. Los votos se suman de a uno, en el día verde señalado… pueden deparar sorpresas o confirmar los sesgos históricos. Nada está escrito hasta escrutar el último voto.
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Bipartidismo, de común acuerdo: Dos coaliciones se reparten el poder en la Argentina desde 2015. En la primera vuelta de esas presidenciales, Sergio Massa supo terciar con éxito acumulando un capital que le sigue redituando tras itinerar políticamente desde entonces.
En 2019, terceros afuera: el peronismo y el macrismo acumularon casi el 90 por ciento de los votos.
A despecho de rencillas y de operaciones intensas, este cronista opina que las dos fuerzas mantendrán su unidad. Las liga un pacto tácito y la falta de incentivos para secesionarse.
El politólogo Julio Burdman acaba de publicar una nota interesante en Le Monde Diplomatique describiendo el fenómeno cuya perduración predice y saluda. Sintetizarla acá le quitaría riqueza, mejor es recomendarla.
Las primarias o las roscas definirán las cuitas internas. Usualmente las “medio término” abren margen para terceras fuerzas porque no se disputan cargos ejecutivos que “arrastran” adhesiones y porque el sistema proporcional D’Hondt es amigable para ellas. En noviembre terceras fuerzas arriesgan 16 bancas sobre 127 que se renuevan en Diputados. Por ejemplo, el Frente de Izquierda de y los Trabajadores (FIT) pone en juego las dos que ocupa… en 2019 no consiguió sumar ninguna.
El peronismo gobierna la Nación, Buenos Aires, Santa Fe y la mayoría de las provincias. Fincan ahí su fuerza y su debilidad. Congregar tantos oficialismos deja pocos cuadros sin cargos políticos. En las campañas tallarán alto los gobernadores y el elenco de la Casa Rosada pero deberá apelar a creatividad o a mover funcionaries para armar las listas. Verosímilmente prevalecerán mujeres y cuadros jóvenes.
Juntos por el Cambio cuenta con referentes importantes en el llano, “sin tierra”, por caso la ex ministra Patricia Bullrich, la ex gobernadora María Eugenia Vidal, la ex diputada Elisa Carrió. Cualquiera de ellas está en condiciones de candidatearse en la CABA. Larreta tiene a su gente en la gestión, tal vez deba aceptar que le entren figuras aliadas para seguramente ganar cómodas en el terruño fiel. Vidal le cae menos peor que Lilita o Patricia aunque tal vez se le incube una presidenciable.
De nuevo, la mayoría de la gente común no politizada está alejada de esas peripecias. Pero cuando llegue el momento, conforme la tradición argentina reforzada por el voto universal y obligatorio, se pronunciará en la clásica gran instancia del sistema democrático. Uno de sus pilares, en una de esas el más sólido.
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Un adiós y una referencia: Estremece el fallecimiento del ministro Mario Meoni, un dirigente político vocacional y militante. Reconocido por propios y adversarios como un hombre de diálogo, electo tres veces como intendente en su ciudad. Volvía a su casa tras una semana de trabajo, sufrió un accidente. Se saluda con respeto a su familia, amistades, compañeros de gestión.
La tragedia ilumina una característica del actual elenco gubernamental, diferente a la del que lo precedió. La vocación de laburo, la consagración en larguísimas jornadas. Bien distinta a la de quienes se ufanaban de desocuparse los viernes a la tarde o del presidente que se tomaba vacaciones a cada rato. En el fondo, dos maneras de encarar la función pública, coherentes con distintas ideologías.
Claro que las sociedades civiles, con pleno derecho, exigen más que contracción al trabajo; también reclaman resultados. En sistemas democráticos estables las elecciones, a la larga, las ganan o las pierden los gobiernos, en base a esos parámetros.
Pero de cualquier manera, en estas líneas que osan “hablar de política” vale puntualizar que la vida de los funcionarios serios no es regalada ni sencilla ni frívola. Y que muchas de las críticas moralistas que les enrostran autodesignados fiscales de la República suelen esconder (apenas) el desprecio por la representación democrática.