El sábado pasado desde la frecuencia 104.1, Radio Valle Viejo, la voz y el oído fueron prolongados a través del programa radial “Dónde estás corazón”, conducidos por la periodista Inés Ogas, junto a otros profesionales. Como parte de las estrategias de difusión modernas, para ampliar la recepción, el equipo técnico se sirvió de la posibilidad de las nuevas plataformas virtuales. La idea de la convocatoria era juntarnos para conversar al aire sobre los impactos del covid y reflexionar si hay un orden que está cambiando.

Ese sentimiento oceánico nos llevó, tras el saludo inicial de la conductora, a la metáfora de uno de los participantes: “somos navegantes, junto a muchos otros, en aguas procelosas transitadas por el covid”. De esta imagen fuerza, empezamos a remar sin saber muy bien hacia dónde, pero con la ilusión de poder mantenernos juntos y llegar a buen puerto.

¿Hay un nuevo orden? Sí, lo hay. Y probablemente tendrá consecuencias. Eso salta a la vista por las restricciones y las nuevas prácticas. Sin embargo, estos cambios que son tan evidentes y tajantes en la vida cotidiana, son mucho más resistidos a nivel de las grandes estructuras de mercado. 

Un ejemplo de eso es la dificultad que traen a la solución de la crisis sanitaria, las políticas mercantiles que se imponen en relación con las patentes de las vacunas que no se liberan. Hay una economía del deseo que fue copada por el mercado y que hoy seguirá buscando imponerse. Nos cabe responsabilizarnos como individuo y sociedad. ¡Hay prácticas que deben cambiar con urgencia si queremos transformar la humanidad y vivir en un mundo más justo!, fue la expresión de deseos que quedó flotando.

¿Se puede mirar las cosas desde el corazón? No siempre se puede, pero el sentir, es tan vital como el respirar, más allá de que pueda ser negado desde el razonamiento. Por eso cabe la idea de un senti-pensar. Porque aunque querríamos entenderlo todo, explicarlo todo, siempre se nos escapan cosas. Por otro lado, el mundo nunca se construye en soledad. Tampoco, una idea genial que nos salve… y, del entramado de la charlas de radio, surgió la voz de una de las participantes que nos llevó a otra metáfora: “solemos poner un punto y aparte a la palabra del otro, para bajar al renglón siguiente y cuestionarla como verdad absoluta”. Desde ahí podemos empezar a corazanar, asintió, siempre con otros.

Incluir la voz ajena, nos dará seguramente la posibilidad de acceder a una inteligencia colectiva (distinta y de más calidad que la artificial) y, tal vez, modificar un orden social que resiste, pero que, sin embargo, no es absoluto por el mero hecho de ser planteado así. La vida fluctúa. Cabe la necesidad de abrirnos, reconocernos, e inclusive, exigir la voz del distinto, y para eso, es necesario a la vez escuchar.

¿El covid vino a plantear un obstáculo? La pandemia puso sobre la mesa el sentido de la vida. Las respuestas que aportemos cada uno de nosotros estarán dadas por las experiencias, las prácticas y los discursos que nos fueron atravesando. La historia de nuestros padres, abuelos, amigos, los de la sociedad en que vivimos, el grupo religioso al cual pertenezcamos, etc., nos influirán de alguna manera. A la vez, como somos actores sociales del presente, posibilitamos un futuro.

Si bien los sentidos son plurales, la realidad de la vida para todos es finita. Eso nos unifica. En situación global de pandemia, debería esta realidad funcionar como un elemento colaborativo, no distinguiendo al diferente como un contrario. No es necesario vivir en un mundo donde para que uno gane, el otro pierda.

Esta lógica de negación del semejante se deriva de un enajenamiento que como cultura occidental se ha hecho del propio mundo, de la propia tierra. Lo que se ha llamado cultura salvaje o primitiva tiene el enorme don de no haber perdido la noción de ser parte de un orden mucho más amplio. Mirar más allá de su propio ombligo. Y estar en armonía con lo minerales, los vegetales, los animales, con el planeta entero. En un medio ambiente equilibrado.

¿Cómo habitamos este mundo? Nuestra manera de cohabitar el mundo a través de la historia, por lo general ha sido marcada por situaciones nefastas. Guerras mundiales, genocidios, conquistas, dictaduras militares, etc. Catástrofes mucho peores que la actual. Pero si lo miramos desde la ética humana, desde el lugar que nos toca como seres adultos y responsables de la historia, tenemos la obligación moral de luchar por un futuro mejor. Un mundo con menos miserias, penurias, desigualdades. Más amistoso.

A su vez, el coronavirus nos vino a traer otra física de las relaciones y esta coyuntura nos obliga a plantearnos como protegernos, pero a la vez, cómo seguir viviendo con estas normativas. En definitiva, otra lógica de circulación de nuestros deseos.

Al terminar el programa, se amplían sentencias e interrogantes. El covid en sí, suponemos, nos es producto de una guerra bacteriológica ni de alguna mala intención humana. Es una discusión estéril, no tenemos medios para saberlo. Sin embargo, ¿no lo son acaso sus consecuencias si el Estado no está presente y quienes más lo sufren fueran los que menos tienen? ¿Cuáles son los valores principales en los que reside un plan de vida en conjunto? ¿Qué podemos hacer cada uno para salir de la queja y modificar las prácticas?

*Psicólogo