Dos debutantes y dos abonnés (para darles el nombre que se les da en Cannes a los habitués del festival) se alternan en la continuidad de la Competencia Argentina de la 19ª edición del Bafici. Los debutantes son el cordobés Moroco Colman, que lo hace con Fin de semana, y la porteña Florencia Percia, que presenta Cetáceos. Ambas son lo que en otra época se llamaba “dramas íntimos”, y que ahora ya no se está tan seguro de llamar así, porque hasta qué punto son dramas y no comedias, y en qué medida el orden de lo íntimo no está penetrado por el mundo. En cuanto a los abonnés, el primero de ellos es el inefable José Celestino Campusano, único capaz de seguirle la apuesta a Raúl Perrone, que estrena película nueva ya no en cada Bafici, sino en cada Bafici y cada Mar del Plata. Campusano lo hizo en el último Mar del Plata con El sacrificio de Nehuén Puyelli y ahora presenta una curiosidad llamada Cícero impune. Curiosidad porque dura sólo 60 minutos, pero más porque se trata de una coproducción con Brasil, filmada en un pueblo del Amazonas, protagonizada por actores del lugar y hablada en portugués. Una ciudad de provincia es también protagonista de la nueva película de Rodrigo Moreno. La ciudad de Colón, Entre Ríos, que el realizador de El custodio y Reimon filma como quien filma un organismo desconocido viviendo y respirando. La película, su primer documental, se llama justamente así: Una ciudad de provincia.
Como sucedía en Lejos de ella, de Jia Zhangke (2015), Fin de semana cambia de ratio (las proporciones del encuadre) en el curso del metraje, pasando de un formato casi cuadrado a uno de Cinemascope. También cambia el dosaje de color, hasta el punto de que cada formato (en total son tres) fue fotografiado por un director de fotografía distinto. Suena a exageración, tanto porque lo que sucede no parece pedir esos cambios, como porque esos cambios son tan leves (los de la fotografía, sobre todo) que difícilmente un espectador medio los advierta. Por suerte la película se defiende sola, y se defiende por lo que en oposición a esos tecnicismos podría llamarse pura y simple tracción a sangre. No precisamente la historia, ya que la historia en sí misma es un soporte-cliché, en el que colgar emociones como perchas. Son esas emociones, largamente mantenidas fuera de campo pero potencialmente deletéreas, encarnadas por unas actrices inmejorables y observadas por una cámara que sabe qué y cómo ver, las que hacen la diferencia. María Ucedo (una actriz que parece capaz de representar todo, sin previo aviso) viene a reencontrarse con una chica veinteañera que sufrió una pérdida y no la recibe muy bien (la debutante Sofía Lanaro, sin el menor respeto por las normas de etiqueta). No se sabe exactamente qué relación las (des)une, aunque se la irá (de)construyendo. Hay sexo duro, alcohol, descontroles nocturnos. Cosas que en los dramas íntimos no se veían, y que le dan a la ópera prima de Moroco Colman la sensación de que las cosas pueden desbarrancarse.
La protagonista de Cetáceos tampoco las tiene todas consigo. Profesora de Letras, Clara (Elisa Carricajo) atraviesa la que constituye, según dicen, una de las mayores causas de estrés: una mudanza. Al mismo tiempo, su pareja, Alejandro (Rafael Spregelburd) parte a Italia, invitado a dar unas charlas sobre etimología en ese idioma. Al tiempo que queda como corrida de sus actividades cotidianas, dejando las cajas de mudanza sin deshacer y sintiéndose algo perdida en la facu, se vuelve más porosa, aceptando invitaciones que jamás hubiera aceptado. La de una vecina (Carla Crespo) a ir a tomar algo con unos turistas europeos con pinta de vikingos y la de otra vecina (Susana Pampín) a hacer un retiro saludable con un grupo de estudiantes de tai chi. Clara, en una palabra, se deja llevar, mientras apenas soporta al autosastisfecho Alejandro por Skype. La microabsurdización del mundo, hecha de pequeños corrimientos cómicos, está como muy vista, sobre todo en las películas de Martín Rejtman. Lo más interesante de Cetáceos, lo que le es más propio, tiene que ver con el acierto del punto de vista adoptado por Florencia Percia, que es de una nulicencia total (por oposición a omnisciencia) con respecto a lo que pasa en el interior de Clara. Nulicencia rematada por la notable actuación de Carricajo, quien en su primer protagónico cinematográfico pasa de quedarse con sus ojos celestes como imantados a sonreír con una semisonrisa que no se sabe si es sentida o mecánica, para bailar enseguida como un motor de energía en una disco.
Desde hace varias películas José Celestino Campusano viene probando salir de su zona de confort, establecida en las calles más duras de Quilmes y Berazategui. Primero fue el campo de esa zona, en El perro Molina (2014). Después la clase alta, opuesto exacto del medio en el que hasta entonces había trabajado, en Placer y martirio (2015). Enseguida, el encuentro con la actualidad de la comunidad mapuche en El sacrificio de Nehuén Puyelli (2016), y ahora el salto al Amazonas brasileño y a ese idioma, que paradójicamente da fluidez al cine del realizador, cuando por razones de extranjería podría haberse pensado lo contrario. Contando con el auspicio de varias asociaciones gubernamentales y con música a volumen 10 del grupo de metal Brutal Death, El relato se centra en el novio de una de ellas, que ante la protección oficial con que cuenta el violador termina acudiendo a un grupo de vengadores. La película no apoya la opción de la mano propia: muestra qué es lo que lleva a ella. La implacable narración y la técnica son mucho más prolijas que lo habitual en el realizador de Vikingo, y ni qué hablar las actuaciones y los diálogos, donde no se registra ni un solo actor marmóreo recitando fárragos. ¿Habrá quedado definitivamente atrás todo eso? Ojalá.
En Reimon Rodrigo Moreno filmaba de modo documental fragmentos de la vida de la protagonista, que en la “vida real” trabaja en casa de sus padres. En Una ciudad de provincia da un paso más y filma un documental entero. Como las crónicas de la escritora Hebe Uhart, que es capaz de encontrar una peculiaridad, algo inimitable, en lo aparentemente más nimio de la ciudad más común, Moreno halla en Colón relumbres quizás insospechables. El de un barquero atravesando por la noche el río Uruguay, el de unos relámpagos cruzando el cielo, unos pescadores charlando junto al río o unos parroquianos jugando un juego de cartas (¿truco uruguayo?) que parecería constar básicamente de decir “sí”, “no” o “paso”. Dos escenas notables: una en la que dos personas mantienen una larga charla a bordo de dos motos, atravesando la ciudad, y otra en la que un inspirado guitarrista termina de tocar, agacha tímidamente la cabeza y de pronto la levanta de un respingo, señalando a lo lejos el canto de los pájaros y nombrándolos, uno por uno, con la cámara internándose en el bosque. Una cámara sin apuros: he ahí el secreto.
* Fin de semana se verá por última vez mañana a las 13.15 en el Atlas Belgrano 3.
* Cetáceos, hoy a las 16 en el Atlas Belgrano 3.
* Cícero impune, hoy a las 22.45 en el Village Recoleta 8.
* Una ciudad de provincia, el jueves a las 15.10 en el Atlas Belgrano 15.10.