El macrismo, junto con el grupo mediático-judicial con el que compartió el proyecto de desmantelamiento del país, dejó como saldo varias patologías sociales. Entre estas patologías se encuentra el ascenso de una manifestación discursiva que en los últimos años se volvió compulsiva, organizada y devino sentido común: un dispositivo que trabaja al servicio del falseamiento de la realidad. Nos referimos a un fenómeno en que lo falso probado como falso puede ser considerado verdadero, mientras que lo verdadero probado y constatado puede ser livianamente desacreditado.
Una comunidad, sostiene Hanna Arendt, puede embarcarse en un falseamiento sobre su propia realidad. Esto supone que una parte importante de la sociedad está involucrada en tanto cómplice, tal como sucedió durante los regímenes totalitarios europeos y en nuestro país con el terrorismo de Estado, la Guerra de Malvinas y ahora con la pandemia. Los medios de comunicación concentrados constituyen un eslabón fundamental de este dispositivo que daña la democracia porque, a puro cálculo político, llevan a cabo una violencia simbólica cuya manipulación del pensamiento no se detiene ni ante la actual tragedia sanitaria, que ya se llevó más de 50.000 vidas.
El éxito en la imposición del falso relato radica en una pinza retroalimentada que incluye, por una parte, el lugar de enunciación desde donde el emisor emite su mensaje. En general, es esta una posición de influencia imbuida de autoridad en las que se habla con impunidad abusando de la protección que ofrece el poder corporativo, económico y comunicacional. Por otra parte, se precisa también de una subjetividad de pensamiento colonizado, capaz de consumir acríticamente los falsos enunciados. Una subjetividad negadora y anestesiada sin funcionamiento adecuado del principio de realidad, parte de la colonización de la subjetividad buscada por el neoliberalismo, que habita una hipnosis colectiva.
A pesar del cambio de gobierno y de modelo, desde 2019 los medios de comunicación corporativos continúan con su modus operandi, que consiste en la apropiación de “la verdad”. Sabemos que la verdad nunca es natural ni privativa de un grupo privilegiado, hegemónico e irresponsable, capaz de politizar la vacuna, la cuarentena o la presencialidad de las clases en el medio del segundo brote del coronavirus.
Con el propósito de instalar “verdades” compran los servicios de “periodistas neutrales e independientes”, profesionales de la salud física y psicológica. Todo un aparato irresponsable, carente de escrúpulos y vergüenza, cuya función es engañar e imponer. Los mensajes que emiten poseen un componente argumental o ideacional y otro afectivo, que apela a la indignación, el temor y el odio articulados en un discurso libertario e individualista, siempre en contra del gobierno.
En este sentido, podemos distinguir cuatro modalidades de falseamiento comunicacional: el negacionismo, la renegación, las fake news y la mentira política.
La negación es un mecanismo de defensa que permite al aparato psíquico rechazar lo desagradable o perturbador para conservar cierta homeostasis. Consiste en un trabajo que implica un gran gasto mental, porque una vez que el aparato recibe una marca o una representación displacentera no puede huir ni deshacerse de ella. Lo que le cabe es despojar esa marca o representación de su intensidad afectiva a través de defensas, una de las cuales es la negación, es decir, hacer de cuenta que aquella no existe. Aunque la negación es un mecanismo imprescindible en la constitución del sujeto ─necesaria para limitar la invasión de la muerte─, una cosa es evitar el avasallamiento de la muerte experimentado como angustia radical capaz de conducir al pasaje al acto (y a veces hasta el suicidio) y otra muy distinta hacer como si la muerte, la enfermedad o el sufrimiento no existieran. El negacionismo social siempre es sacrificial, es capaz de enviar a la gente al matadero y nadie se hace responsable del homicidio.
Derivado de la negación, la renegación es un mecanismo que admite dos proposiciones contrarias, a las que afirma y niega al mismo tiempo. Por ejemplo, en relación a la pandemia se dice: “no hay coronavirus”, “es un invento de los científicos”, “es como una gripe”, “no me va a suceder”, etc. Una negación masiva de la realidad conduce a una compulsión delirante y actos sacrificiales.
Si bien estos dos mecanismos son propios del sujeto, que no quiere saber nada de la muerte o la enfermedad, este se encuentra actualmente afectado por la pandemia. Las distintas estrategias singulares que distraen de la angustia ─viajes, vacaciones, reuniones sociales, encuentros sexuales o amorosos─ están obstaculizadas. El mecanismo de negación que, en el contexto de una crisis, no funciona “normalmente” es aprovechado y estimulado por los medios de comunicación corporativos para construir un sentido común negacionista que, mientras ideologiza la epidemia y las vacunas, boicotea la política sanitaria y genera desconfianza en el gobierno.
Las fake news son la falsas noticias no "chequeadas", cuyas fuentes son oscuras y se ponen en circulación para confundir a la opinión pública. En el contexto de una pandemia es un instrumento gravísimo que puede conducir a la muerte, lo que observamos con la difusión del óxido de cloro como remedio para el coronavirus.
Por último, la mentira política se caracteriza por sostener en el ámbito público una falsedad refutada por las pruebas y las cifras. Puede presentarse de dos maneras: como un argumento falso o como una verdad presuntamente “objetiva", una evidencia “natural”. Los medios de comunicación corporativos han hecho y continúan haciendo de la mentira una práctica cotidiana dedicada al engaño generalizado. Esta cínica estrategia posee verdadera eficacia performativa; con el propósito de manipular la opinión pública, construye una realidad paralela, ajena a los datos, las cifras y las pruebas judiciales.
En sus cuatro modalidades, este dispositivo de falseamiento realiza una operación que persigue la manipulación social, atenta contra la verdad, la política y los lazos sociales. Desmontar este poder de imposición social requerirá hacer valer las herramientas legales, culturales y militantes a disposición, así como inventar nuevas formas democráticas que limiten el uso normalizado del falseamiento intencional.
Restablecer la relación con la verdad se volvió un problema fundamental para restituir a la política su dimensión ética y hacer de la vida un mundo habitable.
* Psicoanalista, Magister en Ciencias Políticas. Autora de “La reinvención democrática. Un giro afectivo”, Letra Viva, 2020