Vera Cirkovic canta como las diosas. Es la mujer "gringa" del tenor Darío Volonté. Acaba de publicar un excelente disco inspirado en los poetas malditos -especialmente en Los poetas de siete años, de Rimbaud- que se llama Escombros de un vampiro sideral. Tiene registro mezzosoprano. Históricamente modela su voz restringida por los márgenes de la ópera, del canto lírico, pero esta vez rompió el molde. Se corrió hacia otros mundos, otras estéticas, otros aires, como si fuera una maldita más. “Siempre estuve seducida por la estética y el espíritu del punk y el rock”, anuncia ella, en una especie de manifiesto que colorea el flamante trabajo, que sin embargo se mueve entre el cabaret, algunos tonos dark, Marianne Faithfull y Tom Waits. “Soy muy ecléctica en mis gustos, en las músicas que amo. Amo la ópera, desde lo barroco hacia lo contemporáneo, pero también mucho más”.
Tal vez se explique mejor tal eclecticismo si, además de contemplar sus extraordinarios dotes como cantante, se la rastrea más allá. Es “medio francesa y medio yugoslava”, por empezar. Su infancia fue un lío porque a los vaivenes geográficos de un padre que había sido un refugiado político yugoslavo se sumaba el desamparo que sufría dado el nomadismo de una madre corista. “Vivía en el teatro, donde me cuidaban las costureras y las bailarinas. Así, en ese contexto, fui creciendo… estudié piano, baile, solfeo, flauta y trabajé muchísimo hasta el fin de mi adolescencia. Era mi obsesión estar en el escenario”, profundiza Circovik. “También fui malísima en el colegio, poco sociable, hasta que por suerte ingresé al conservatorio de París a los 17, y fue una liberación en todos los sentidos”.
El camino de vuelta hacia este presente la detecta también cantando por las noches en un cabaret gay, mientras de día aprendía cómo interpretar arias de ópera. “Fue muy enriquecedor. Me encantaban los mundos paralelos, tanto lo académico como la locura del París nocturno, pero cuando se enteraron en el conservatorio de eso me dieron a elegir entre la vida loca y la ópera”, se ríe. Lo que pasó cae de maduro. Eligió lo último, pero se sabe que algunos pajaritos no se pueden encerrar, y entonces le quedó pendiente el desafío de volver a los 17 y combinar tal impulso con la experiencia.
Solo escuchar la sutileza arácnida de “Mon reve famillier” (Verlaine); la tremenda, lisérgica y adrenalínica versión que hace de “Les metamorphisis du Vampire”, de Baudelaire; o la atmósfera dark que cubre “L´invitation au voyague” (también basada en el libro epónimo del galo Charles), compensa el formalismo estético de conservatorio que identifica su formación, más ciertos pasajes claves en su vida. Entre ellos, el dúo que armó con su compañero Volonté, con el que se presentó ante cincuenta mil personas en Mar del Plata. O Entre perros y lobos, su disco anterior, que contó con los aportes de Gabo Ferro, Franco Luciani y el mismo Volonté, durante sus vivos en el Konex, y en el Camarín de las musas.
“Desde que pisé suelo argentino, cuando fui invitada a cantar La Valquiria de Wagner en el Auditorio Belgrano, me impactó Buenos Aires. Fue extraordinario lo que me pasó a nivel personal, ya que en las funciones de esa ópera estaban presentes todos los protagonistas que serían parte de mi vida: mis amores, mis amistades y mis relaciones profesionales. Volví varias veces para cantar y para enamorarme del hombre que me hizo quedar allí”, evoca Cirkovic, acerca de su relación con el tenor, a quien conoció compartiendo haceres en “Tosca”, la ópera de Puccini. “Darío aún era fletero en ese momento y yo nunca había conocido a alguien como él”, se enciende Cirkovic. “Era un excombatiente de Malvinas que manejaba un camión y con una voz de tenor electrizante que, en el mundo a veces acartonado de la ópera, emergía como un viento fresco, como un guerrero lleno de entusiasmo. Me enamoraron su buen humor, su bondad, su coraje y una cierta candidez mezclada de audacia”, evoca.
-Luego fueron dúo de voces. ¿Se complica siendo pareja?
-Son más de veinte años de conciertos líricos compartido en todas partes. Pienso que funcionó gracias a nuestras diferencias y al amor, porque es muy bello y complejo a la vez estar al lado de un tenor tan amado por los argentinos. Fue un ejercicio para mi ego, difícil a veces, aunque siempre fuimos dos para resolverlo. Nos completamos, nos respetamos y más que todo, queremos que el otro esté bien.
-El disco sí es tuyo, y bien tuyo, en varias aristas. ¿Cómo fuiste trabajando este nuevo y tan original perfil estético, que se desmarca bastante de tu bagaje profesional?
-Decidí ser lo más independiente posible y asumir el hecho que no encajo en ningún lado. Trabajé descartando todo lo impuesto, lo supuestamente correcto, para luego poder recrear mi propio universo, donde la lírica se puede sentir solo a través de la exigencia del resultado. Elegí una tesitura muy incómoda para que mi voz siempre esté en un equilibrio incomodo y pueda expresar más colores.
-¿Por qué elegiste ese título entre tantos “malditos” posibles?
-(Risas) Tenía que ser oscuro y también un compendio de poemas que reflejara el momento que se estaba atravesando durante el confinamiento. Quería también usar palabras que aisladas cuenten algo fuerte y que juntas se potencien… El vampiro como protagonista, como vector de sensaciones, absorbiendo energía vital, pero a la vez eterno y fascinante. Todo el disco es sideralmente sideral.
-¿Por qué Rimbaud, Baudelaire y Verlaine como “musas inspiradoras”?
-Desde la secundaria me impactaron los poetas malditos. Me identifiqué mucho con “L´albatros”, de Baudelaire, y su metáfora sobre el bullying. Debe ser porque siempre me gustó lo sulfuroso, lo prohibido, lo extremo. La vida de Rimbaud y sus viajes también nutren mi fantasía. Sus textos están abiertos a todo tipo de interpretaciones y me permiten estar al borde del precipicio sin caerme. Siguen inspirándome porque son temáticas actuales en muchos aspectos, y me permiten sentir emociones libres de edad, género o dictamen. También la belleza, lo ambiguo de los poemas que canté sobre músicas de Debussy, Duparc o Ravel me dispararon la imaginación.
-Puntualizás el origen de la creación del disco en Los poetas de siete años, de Rimbaud ¿podrías profundizar en los motivos de tal decisión?
-Si hubiera que cantar o decir un solo poema, pues sería éste. Es una obra de teatro, una caminata eterna hacia la iluminación, la libertad o la muerte. Todos los poetas están en este relato, todo el sufrimiento de los incomprendidos, todo lo prohibido, toda la represión de una sociedad conservadora… Hay cientos de imágenes surrealistas gracias a las palabras disparadas por Arthur. Los poetas… es, sin ninguna duda, una obra maestra para un intérprete y un reto artístico que me impulsó a idear este trabajo.
-Es impresionante lo que subyace en “Les metamorphisis du vampire”, el poema de Baudelaire musicalizado por Leo Ferré y dirigido musicalmente por Pedro Giorlandini. ¿Es la pieza que más te atrae del disco?
-Totalmente. Nació de improvisaciones que hicimos en el estudio con partes de canciones orientales, poemas de los Balcanes mezclando nuestros orígenes yugoslavos, en busca de una atmósfera teatral. Definitivamente se trata de una creación que nos inspiró más allá del poema, muy sugestivo y osado para ser, además, una pieza musical llena de originalidad.
-Decís que te marcaron mucho el rock y el punk ¿Cuánto y qué hay de esos géneros en este disco?
-Principalmente las ganas del absoluto, de vivir la vida en todo su esplendor. Detesto los lugares comunes y las generalidades de qué hacer o no en tal momento u otro. No me gusta ser "razonable", quiero decir. Y cada vez me gusta menos hacer lo que esperan de mí. Me seduce también ser en el futuro una vieja indigna, con un habano y un vodka, rodeada de jóvenes locos.