¿De qué hablamos cuando hablamos de educación? O más precisamente, de qué hablamos cuando nos expresamos sobre la educación en tiempos de pandemia. Este es el gran interrogante que nos atraviesa como sociedad y sobre el que hoy más que nunca, urgen las respuestas.
Es que a pesar de las falsas dicotomías que se exponen en los medios de comunicación con fines electorales, no hay dos bandos: uno a favor de la educación y la presencialidad y el otro en contra. Tenemos por delante un problema mucho más complejo.
Son muchos los informes de universidades, de organismos internacionales, de asociaciones científicas que han relevado los graves perjuicios del aislamiento y el cierre de escuelas para los chicos y los jóvenes. En primer lugar, se sabe que cuanto más tiempo dejen de asistir a las escuelas, menos probable es que los que abandonaron, regresen. Pero además el aislamiento tiene para muchos consecuencias negativas: depresión, malestares socioafectivos, malestares físicos, mayor exposición a las situaciones de violencia intrafamiliar, recrudecimiento de las malas condiciones habitacionales (falta de agua, luz precaria y sin conexión a redes de internet, entre otras).
Durante estos meses de pandemia se tuvieron que revisar y ajustar muchas decisiones. De hecho, desde febrero estuvo claro que no habría presencialidad plena en ningún nivel educativo sino “burbujas”, por eso actualmente la permanencia en la escuela tiene diferentes características como límites horarios mucho más abreviados, o una semana en la escuela, una semana en casa, o solo tres días a la semana de forma presencial; o la modalidad de organización que cada institución encontrara más viable para sostener en su comunidad respetando las medidas de cuidado.
Es un hecho que ni aquí, ni en ningún país del mundo se planteó el 2021 como si se pudiera pensar en un ciclo lectivo en la pre-pandemia. Por la sencilla razón de que estamos atravesados por un factor ajeno al sistema educativo que debemos tener presente para funcionar o no con las escuelas abiertas, que es nada más y nada menos que considerar que el índice de contagios de la comunidad no represente un peligro.
Así es que defender la educación como bandera no implica de ningún modo sostener la presencialidad “a como dé lugar”.
Parece una obviedad, pero quienes son responsables en la Ciudad de Buenos Aires hoy sólo hablan de las escuelas abiertas como si ésta fuera la mera garantía del derecho a la educación. Y sin restarle ni un milímetro de importancia a la cuestión, creo que estamos dejando pasar el debate de fondo.
¿Cómo se piensa el proceso de enseñanza-aprendizaje para niños y adolescentes que vienen de un 2020 sin clases presenciales y que deberán atravesar otro año lectivo, que tampoco tendrá condiciones de normalidad pre pandémicas? ¿Qué herramientas se le brindan a sus docentes, que además de tener que hacer una adaptación curricular nunca vista, se encuentran con chicos que atravesaron la pandemia en maneras completamente disímiles, ya sea desde lo cognitivo como lo afectivo?
Sobre estas cuestiones indispensables de ser abordadas y contempladas, presenté un proyecto de Ley en junio de 2020 que hoy es una iniciativa amplia y consensuada en la Comisión de Educación, que obtuvo media sanción en Diputados y espera ser tratado en el Senado. La ley establece una estretegia integral para fortalecer las trayectorias educatuvas afectadas por la pandemia por covid-19.
Es que volver a las escuelas en febrero del 2021 debía implicar un estricto protocolo sanitario, además de una serie de recursos materiales y simbólicos, indispensables para que el proceso educativo se complete y de manera significativa. Pero no escuché una sola medida del gobierno porteño al respecto.
En concreto, hablo de apostar a los docentes, a sus fortalezas y a su condición irremplazable; ampliando los equipos docentes y fortaleciendo los equipos de orientación escolar, los equipos de convivencia; que se desarrollen estrategias socioeducativas que prevengan el riesgo de abandono escolar de quienes aún no se desvinculado de la escuela, y se vaya a buscar a aquellas y aquellos que se fueron. Para esto, previamente se deben fortalecer los sistemas geo-referenciales de seguimiento de las trayectorias escolares.
Las escuelas y los docentes porteños, lejos de recibir recursos técnicos, se han apoyado en las familias y en las cooperadoras, desplegando su creatividad y arreglándose con lo que tenían antes de la pandemia, porque hasta el momento no hay un abordaje específico del gobierno de la Ciudad sobre este escenario. Ni pedagógico, ni en relación a la mejora de las condiciones materiales.
Sería muy esperanzador que este gobierno que declama su preocupación, distribuya computadoras y garantice la conectividad para que la virtualidad sea una verdadera opción para docentes y alumnos. Ya sea cuando -como ahora- se impone el cuidado de la vida y se necesite discontinuar la presencialidad por un período definido, como cuando esté controlado el riesgo de contagio por la movilidad social que conlleva, y entonces la virtualidad pueda ser una forma de fortalecer y enriquecer la oferta educativa.
Hoy, ante el cambio de escenario que provocó la pandemia y en el que las desigualdades se profundizaron, se imponen modalidades de enseñanza que combinen la presencialidad y la virtualidad y esto requiere de cambios urgentes, indispensables e ineludibles, acompañados de recursos pedagógicos y de inversión.
Por último, no quiero dejar en el olvido una frase tradicional en el ámbito docente que dice que educar es educar para continuar los estudios, para ingresar al mundo del trabajo y para adquirir formación ciudadana. Se educa todo el tiempo. Y se (mal) educa cuando un Jefe de Gobierno decide no acatar un decreto de necesidad y urgencia presidencial, ni un fallo judicial. Estemos o no de acuerdo con la medida de la restricción presencial en las aulas, el incumplimiento de las normas que rigen la sociedad es algo que todos debemos repudiar.
Que el árbol no nos tape el bosque. Cerrar unos días las escuelas es una medida que todos elegiríamos no tomar si las condiciones de salud no representaran un riesgo. Pero el bosque está ahí y son todos los niños y adolescentes que tienen derecho a recibir una educación de calidad, impartida por docentes que cuenten con todos los recursos pedagógicos y tecnológicos para poder realizarlo. Si vamos a hablar de educación, no hagamos campaña electoral anticipada. Más bien hablemos de cómo se enseña y se aprende en tiempos de pandemia.
La autora es Diputada Nacional (Frente de Todos)