En las subidas de las montañas, el ciclista estadounidense Lance Armstrong solía tomar una velocidad asombrosa. El mundo del ciclismo se maravillaba al ver cómo se distanciaba del resto del pelotón. Fue en los tiempos en los que ganó siete Tour de Francia consecutivos: desde 1999 a 2005. Antes, a los 25 años, había sufrido cáncer de testículos con metástasis. Se recuperó y no paró de ganar. Era el héroe del deporte, el ejemplo de la vida. Creó una fundación para ayudar a quienes tuvieran la misma enfermedad. Pero todo se cayó ante la realidad. Y se sigue cayendo.
Luego de que el periodista francés Antoine Vayer denunciara que Armstrong utilizaba un pequeño motor en su bicicleta para tomar velocidad, aparecieron videos que dan lugar, al menos, a la sospecha. En las imágenes se ve que Armstrong toca la base de su asiento y gana rapidez. Armstrong es la cara visible de uno de los mayores fraudes de la historia del deporte internacional.
Ya en los tiempos en que corría había ganado enemigos entre sus colegas. Incluso, algunos de sus ex compañeros fueron quienes dieron apertura a la serie de denuncias sobre dopaje en su contra. Primero aparecieron los rumores, luego las declaraciones y por último la confesión. En 2013, en una entrevista con Oprah Winfrey, Armstrong reconoció haberse dopado para ganar aquellas siete pruebas.
La Agencia Norteamericana Antidopaje (USADA) había presentado en 2012 un informe de alrededor de mil páginas sobre el dopaje en el ciclismo. Entre varios pedalistas estaba Armstrong. La UCI (Unión Ciclista Internacional) le quitó los siete títulos del Tour, entre otros, y lo suspendió. Nike y demás patrocinadores dieron de baja los contratos. Las presiones se hicieron insostenibles y su imagen popular cayó. Hasta el Departamento de Justicia de los Estados Unidos le inició una demanda mientras los organizadores del Tour lo intimaron a que devuelva 12 millones de dólares recibidos en premios. Y tuvo que devolver por intimación del Comité Olímpico Internacional la medalla de bronce que ganó en los Juegos de Sidney, en 2000.
El informe de la USADA partió de Floyd Landis, ciclista arrepentido que compartía con Armstrong el equipo US Postal. Landis, que también fue despojado de su título del Tour francés de 2006 por dopaje positivo, no tenía buena relación con Armstrong, quien siempre hizo valer su figura para recelar a cualquiera que no acatara sus órdenes. Las denuncias oficiales constaron de 26 testimonios. Entre ellos, 15 ciclistas. Y médicos. También hubo mails y análisis de laboratorio, además de otras referencias.
A nivel mundial el ciclismo es un deporte de elite que cuenta con gran cantidad de seguidores. En algunos lugares es tan popular como el fútbol. No en vano las grandes cadenas de televisión transmiten las competencias en vivo. Las carreras más importantes son, además del Tour de Francia, el Giro de Italia y la Vuelta a España. Los corredores cobran fortunas por subirse a unas bicicletas de peso liviano, complicadas de manejar, veloces y carísimas.
En Argentina hay muy buenos pedalistas, pero la falta de sponsors incide en su proyección internacional. El último gran logro del ciclismo argentino data de 2008, cuando Walter Pérez y Juan Curuchet ganaron la medalla de oro en los Juegos de Beijing, China. De competencias, la emblemática es la rutera Doble Bragado, que se corre en la temporada de verano y tiene como cabecera a esa ciudad bonaerense.
Las drogas son habituales en el ciclismo. Están prohibidas pero los responsables hacen la vista gorda ante los casos. Las exigencias de este deporte rozan los inhumano. El Tour francés, por ejemplo, consta de tres semanas de competencia y abarca 3 mil kilómetros. Las carreras maltratan el cuerpo. Abundan las imágenes de piernas deformes tras el pedaleo constante.
Armstrong y su equipo recurrieron a diferentes métodos para superar los controles. Incluso llegaron a sacarse sangre días antes de la prueba para volver a inyectársela al comenzar cada etapa. También apelaron al EPO (Eritropoyetina), que aumenta la cantidad de glóbulos rojos en sangre, lo que facilita el alto rendimiento ilegal y permite que el deportista tenga una recuperación rápida.
El periodista Bryan Fogel, adepto al ciclismo, demostró cómo puede recurrirse a métodos ilegales en el ciclismo sin que salten resultados de doping positivos. El mismo se sometió a las pruebas. Lo contó en "Ícaro" (2017), un documental que puede verse en Netflix. Y como el caso de Armstrong es emblemático (pero no único), Fogel anuncia que su trabajo apunta a responder “¿cómo hacía Lance Armstrong para evadir los controles antidoping?”. Lo que sigue en el documental es la demostración de un entramado complejo que necesita de cómplices y de silencio.
Fogel construye el camino del dopaje con la complicidad de Grigori Ródchenkov, director del Centro Antidopaje de Moscú desde 2006 a 2015, cuando fue suspendido por la AMA. Ródchenkov recibió premios del gobierno ruso, que luego lo declaró enemigo tras ser investigado por venta ilegal de fármacos. Pero sobre todo por denunciar el andamiaje del dopaje ruso. En 2011 intentó suicidarse y lo declararon insano por una depresión severa. Fue internado en un centro psiquiátrico. Luego escapó a los Estados Unidos. Fogel y Ródchenkov cuentan a la Rusia dopada, que no es peor que la de Estados Unidos.
Los deportistas profesionales, con defectos y virtudes y obligados a ganar, suelen ser la cara visible y más fácil de manchar cuando las cosas salen mal. El dedo acusador les apunta mientras quienes manejan la industria del deporte se lavan las manos.