El desarrollismo suele identificarse con la estrategia económica implementada por el presidente Arturo Frondizi y su breve ministro de economía, Rogelio Frigerio, en el siglo pasado. En ella, el proceso de industrialización podía ser acelerado si se dejaban de lado los aspectos nacionalistas y redistribucionistas del peronismo, y se optaba por una alianza estratégica con los Estados Unidos (más favorable al desarrollo industrial de la región después de la revolución cubana) y una atracción de sus grandes empresas multinacionales a sectores considerados estratégicos.
Las bases teóricas del desarrollismo se fundaban en una mezcla de tradiciones: un marxismo etapista que veía al desarrollo de las fuerzas productivas como la principal tarea de la periferia, un industrialismo elitista que hundía sus raíces en Alejandro Bunge y una visión ortodoxa del subdesarrollo como un círculo vicioso de la pobreza donde se necesitaba un empujón externo (la IED) para romperlo.
Esa tradición sobrevive hoy en día en algunos debates contemporáneos, incluso al interior del Frente de Todos. Los (neo)desarrollistas ponen énfasis en la prioridad del crecimiento económico por encima de las políticas redistributivas que promueve el ala kirchnerista. Señalan a las cooperativas de trabajo y pequeñas empresas como ineficientes priorizando las alianzas con grupos concentrados locales o extranjeros. Y critican las luchas socioambientales contra la megaminería porque ahuyentan inversiones extranjeras en sectores claves para obtener divisas.
Del otro lado del mostrador se plantea que la redistribución amplía el mercado interno favoreciendo el crecimiento; que las PyMEs y cooperativas son indispensables para que el crecimiento derrame en empleos; que la atracción de inversiones no puede ser a costa de una fuerte degradación ambiental.
Incorporando una mirada política a los argumentos económicos, si se postergan políticas redistributivas, se priorizan alianzas con sectores concentrados y se da la espalda a los reclamos ambientales, ¿se tendrá una fuerza social y política con el suficiente poder para condicionar al gran capital hacia una estrategia de desarrollo?
Junto al debate sobre las estrategias para alcanzarlo se plantea la cuestión de qué se entiende por desarrollo. Para los desarrollistas el objetivo es lograr reproducir en Argentina las sociedades consideradas desarrolladas. El hiperconsumo y las graves problemáticas sociales que acarrea son vistos como males menores frente a la pobreza tercermundista. Primero hay que comer, después ir al psicólogo, sería su orden de prioridades.
Estas posiciones extremas eluden la profundidad del debate del consumismo en el Tercer Mundo en cuyas barriadas populares la sana alimentación es postergada, a veces, por acceder a unas zapatillas de marca o un nuevo celular.
En ese sentido, las visiones del "buen vivir" no son la ocurrencia de un grupo de jipis que flashearon con la cosmovisión andina, sino la construcción regional de un ideal de sociedad al que deben subordinarse las estrategias de desarrollo.
@AndresAsiain