Kate Winslet está de regreso. Y lo está en esa forma privilegiada que tuvo su presencia en los tempranos años '90, intensa y desgarradora antes de la eclosión de Titanic. Aquella criatura rozagante de furia y escándalo que filmó Peter Jackson en Criaturas celestiales, o la enamoradiza Marianne Dashwood de Sensatez y sentimientos, con sus rizos y risitas, o la Ofelia que se resistió al academicismo de Kenneth Branagh en su adaptación del Hamlet de Shakespeare. Entonces, antes de la épica de James Cameron y la fama meteórica, del ojo público en cada detalle de su cuerpo y su nacida condición de estrella, de la vorágine de ese romanticismo que exudaba el cine antes del reinado de los superhéroes y las secuelas, Kate Winslet ya estaba allí, con esa sublime entereza, aferrada a los mundos que habitaba, parte de ellos como si fueran ecos de su propia esencia. Y algo de ello regresa en Mare de Easttown, la nueva serie de HBO que excede las fórmulas del policial de prestigio para seguir la vida gris y melancólica de su herido personaje.
Mare of Easttown asoma como la nueva apuesta de la plataforma chic del streaming, como un sucedáneo de los éxitos de Big Little Lies o The Undoing, intrigas policiales encapsuladas en el retrato de un grupo social, sus secretos y privilegios, el entorno natural o urbano como la plástica de su subterránea podredumbre. Sin embargo Mare of Easttown, de la mano de su creador Brad Ingelsby, intenta condensar el espíritu de esa pequeña ciudad de Pennsylvania a través de los circuitos de la vida diaria que anticipan la emergencia de un crimen. Y Mare Sheehan es más que la oficial de la policía local que conduce la investigación, que lidia con el espesor de las relaciones del lugar, sus desigualdades económicas, sus rencores sociales. Es ella quien condensa en ese andar desgastado, expresión de años de pérdidas y desencantos, el ritmo de esa geografía olvidada, con sus casitas grises y sus plazas de sábado a la tarde, un horror imperceptible que ha venido para quedarse.
Día a día, Mare recoge los retazos de esos sueños perdidos para siempre. Persigue al hermano drogadicto de una compañera del colegio para alojarlo en un refugio y que no muera de frío, atiende el llamado de una vecina que jura haber visto un merodeador mientras discute con su marido, persigue robos menores, dirime reyertas, rencores enquistados. Esa región signada por el consumo de opiáceos, la violencia intrafamiliar y los cordones de pobreza también carga con la desaparición de una adolescente que nunca ha sido resuelta, que pesa sobre los hombros de Mare como otra de sus tragedias personales. Y es entonces cuando un nuevo crimen, un cadáver desnudo a la vera del río, un nuevo horror que enfrenta a la comunidad con ese rostro oculto, impone su lógica de excepción. Los sermones en la iglesia, los murmullos de casa en casa, las detenciones resentidas, los reproches en la comisaría diagraman ese mundo en el que Mare se mueve con el dolor propio y el ajeno a cuestas.
“Ahora que ya tengo más de 40 me interesa representar personajes reales, poco glamorosos, antes que ideales inalcanzables”, contaba Winslet en una extensa entrevista con el sitio Brief Take. “El mayor desafío para mí al interpretar a Mare fue crear el trauma en torno a la pérdida de su hijo. Todavía hoy apenas puedo hablar de eso. Tuve que crear tanto dolor, y sostenerlo durante veinte meses, que todavía me hace llorar. Es que comenzamos a filmar en septiembre de 2019, nos cerraron en marzo de 2020, y recién pudimos regresar en septiembre para terminar a fines del año pasado. Así que tuve que retener a Mare dentro de mí y todavía siento que no termino de despedirla."
Winslet no solo aprendió con notable precisión el acento de la región --el “delco”, propio del condado de Delaware, de donde es oriundo el creador--, condensó en su propia fisonomía el impacto de la tragedia de su pasado y la dependencia endogámica de la comunidad --tanto los rasgos externos como el pelo sin teñir desde la muerte de su hijo como la expresión dolida y la mirada sobre el hombro ante la persistente demanda del pueblo--, sino que ofreció a Mare una luz inusual en sus momentos solitarios, un humor imprevisto en las escenas compartidas con la genial Jean Smart que interpreta a su madre, ese gesto de prevalecer, del que hablaba Faulkner, en una tierra de dolor e injusticia.
En estos años inusuales de estrenos suspendidos y postergados, Winslet también regresó al cine con Ammonite, la segunda película de Francis Lee, director británico de aquella intensa ópera prima que fue Tierra de Dios (2017). Ammonite toma como punto de partida la vida de la paleontóloga Mary Anning en la costa de Lyme Regis, su labor pionera en el hallazgo de fósiles, su legado fuera de todo reconocimiento. Y si bien el eje de la historia es la encendida relación que la unió a Charlotte Murchison, interpretada por Saoirse Ronan y que dio que hablar por las escenas de sexo coreografiadas y el sustrato de melodrama lésbico decimonónico, lo que sobresale en el trabajo de Winslet es nuevamente la confección de un personaje adherido a un entorno inhóspito y en pugna con una persistente mirada escrutadora. Su Mary Anning, endurecida por la vida solitaria y los sinsabores del pasado, encuentra la plenitud en el hallazgo de un interior desnudo y por ello tan verdadero.
La actriz que parecía cómoda en las vestiduras de la epopeya, en aquella pasión condenada en los vestigios del Titanic, en los artilugios del recuerdo luego del naufragio, la misma que dio vida a una Mildred Peirce modelada bajo la mirada de Todd Haynes, exponente de una América que se reinventaba luego de la Depresión, que gozaba de sus velos de tragedia y emancipación, ahora despoja su camino hasta hallar la más insigne crudeza. Mare y su sombrío estoicismo, en una era sin proezas ni artificios, persigue los trazos de un crimen como los de su propia verdad. Y conoce los recovecos de esa ciudad como Mary Anning los pedruscos de la costa de Dorset, que esconden fósiles como pequeños tesoros perdidos de una gloria pasada. Ambas son el resultado de este presente sin glamour que Winslet quiere capturar ya en el tiempo de su madurez artística y profesional. Un tiempo perfecto para quien siempre ha demostrado que puede trascenderlo.