Cuando éramos chicos con mi hermano nos pusimos un puestito de revistas en la esquina de 34 y 3. La mayoría de los quioscos estaban por la 2 y por la 32, las principales de Santa Teresita, así que el lugar nos pareció estratégico: contra el paredón que separaba del baldío ubicamos unos cajones de verdulería, el escaparate sobre el que colocamos las revistas que había en casa, con unas piedras encima para que no se vuelen. Año 76 o 77: todavía íbamos a la primaria y vivíamos sobre la 8, calle de tierra que recuerdo preciosa, cuatro o cinco mil personas en el pueblo, sin televisión. En oferta tendríamos unos 15 o 20 ejemplares a lo sumo, Gente y Siete días, Patoruzú y Condorito, alguna americana con los sobrinitos de Donald, Selecciones de Reader’s Digest, algún Gráfico: a los que pasaban por ahí algún chamuyo les hacíamos, en busca de una prosperidad de un par de días para comprar otras revistas.
Entre ese lote había un ejemplar de Skorpio, que vaya a saber de dónde habría salido, y recordé aquella escena porque AhiRa, Archivo histórico de Revistas argentinas, acaba de subir a su sitio web los cinco primeros años de esta publicación que apareció en julio de 1974, el retrato en la portada inaugural del Corto Maltés, que Hugo Pratt mandaba desde Italia. “Hay una suave melancolía en este personaje que brotó del recuerdo de Salgari, de Leslie Charteris, de Joseph Conrad –se lee en una suerte de presentación-. Es un hombre de hoy, que recorre un mundo que se desmorona, jurando que hace lo mejor. Hay sutileza, belleza, ironía, ternura en su mirada llena de escenarios distantes como Port Said, el Orinoco, las Guayanas, los remotos archipiélagos de Oceanía… Detrás de esa melancolía, la violencia, el tiempo detenido, la desesperación de ser héroes, la importancia de ser hombres. Corto Maltés es la mayor creación de Hugo Pratt, es su concepción final sobre el mundo y su sentido lúdico; es su cálida mirada hacia los años que corren velozmente hacia el 2000”. En Skorpio escribieron Oestherheld, Saccomanno, Robin Wood; y dibujaron Alberto Breccia, Francisco Solano López, Ernesto García Seijas; y aparecieron tiras como “Alvar Mayor”, “Nekrodamus” y la segunda parte de “El Eternauta”. Anota Afredo Scutti, su director: “Una buena revista de historieta marca una época: impone un estilo, se mete en el alma del lector y forma parte de su necesidad de evasión y de comprensión de su presente”.
Hace unos días AhiRa incorporó a sus escaparates virtuales doce nuevas viejas colecciones de revistas, entre las que además de Skorpio brilla por ejemplo Chaupinela, la publicación que tras el cierre de Satiricón dirigió Andrés Cascioli secundado por Jorge Guinzburg y Carlos Abrevaya, donde publicaban Fontanarrosa, Crist, Tabaré, Panzeri, Ulanovsky. Por el lado de la música y casi en estéreo puede accederse a 99 números de la revista Folklore (1961-1981) y a 98 de Canta Rock, que apareció cuando en 1983 empezó su retirada la última dictadura y traía, además de notas y entrevistas a los principales rockeros argentinos, letras y acordes para guitarra para sacar sus canciones. Otro rescate extraordinario de AhiRa entre esta tanda es Contra – La revista de los Franco-tiradores, dirigida durante 1933 por Raúl González Tuñón, donde también aparecen textos de su hermano Enrique, de Arturo y Amparo Mom, de Ulises Petit de Murat, de Leónidas Barletta, e ilustraciones de Siqueiros y Petorutti, entre otros. “Es la publicación que mejor expresa las problemáticas estéticas e ideológicas que atravesaron los escritores, artistas plásticos y poetas de izquierda en los primeros años de la década del treinta”, contextualiza en la presentación de esta revista Sylvia Saítta, que cuenta que Raúl González Tuñón publicó el poema “Las brigadas de choque” en el cuarto número, que se lo llevaron preso por estos versos y que el quinto número fue secuestrado por la policía.
Saítta dirige este proyecto que salió a la luz en 2015, asentado en el Instituto Ravignani de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; junto a ella trabaja un consejo de investigadores especializados, entre quienes están Manuela Barral, Soledad Quereilhac y Claudia A. Román. Con estas últimas doce llevan digitalizadas 192 colecciones de revistas: qué me van a hablar de amor. Punteo arbitrario del tesoro al alcance de unos clics: Crisis, El Escarabajo de oro, Patoruzú, Hortensia, Minotauro, Hora Cero, Prisma, Diario de Poesía, Lúpin, Babel, Locuras de Isidoro, Martín Fierro, V de Vian. Semejantes pilas de títulos y ejemplares me traslada a “La cueva bohemia”: para 1978 nos habíamos mudado a la 3 y debajo de casa un librero, Oscar Alonso, montó un local de compra y venta de revistas usadas. Fá, la ansiedad por las de la Editorial Columba, El Tony, Fantasía, D’artagnan, la reconstrucción fragmentaria de las historias en los números anteriores, la expectativa por el devenir de esos personajes. En aquella carrera veloz hacia el 2000 se nos quedó impresa una memoria táctil, las voces resonando en el silencio, el olor de las páginas. El domingo de febrero en que murió Menem, unos cuantos pueblos mucho más acá en el tiempo, fui hasta uno de los pocos kioscos que quedan en Santa Teresita sobre la 2: desnutridos los escaparates, en repliegue la papelería. Robustecido esto por la sensación de cambio de época y desasosiego que marca la pandemia. Que incita a la melancolía, sí, pero también a la creatividad y a nuevas formas, porque todavía resisten y marcan rumbo fabulosas revistas impresas que coexisten con su versión digital. A fin de cuentas, aunque muchos autores podían contemplar para sus páginas revisteriles el extravío y el olvido, AhiRa anda proponiendo otra cosa para estudiosos y lectores.