Las acciones en Wall Street por el momento no encuentran techo. Los indicadores de las principales bolsas como el S&P siguen en una racha ascendente desde marzo del año pasado. El precio de los activos se duplicó desde esa fecha. Ni la pandemia ni la caída de la actividad económica fueron suficientes para frenar la suba de las acciones.
El ciclo de suba de los precios fue todavía más eufórico dentro del ecosistema de los activos financieros no convencionales. Las criptomonedas más conocidas multiplicaron por diez su valor en menos de 12 meses y no fueron las que más subieron.
Algunos proyectos de menor renombre pero con un volumen de mercado importante acumulan subas de precios extraordinarios. Haciendo un repaso rápido aparecen monedas digitales que pasaron de costar 46 centavos en diciembre a más de 40 dólares este año.
PancakeSwap fue una de las que subió 100 veces en cuatro meses. La propuesta de este tipo de proyectos para descentralizar la compraventa de activos financieros es un negocio con mucho potencial. Pero eso no quita pensar que las subas son desproporcionadas.
Entre los economistas empieza a sonar cada vez más fuerte la idea de una gran burbuja en los mercados financieros. Puede haber muchos indicadores para medirlo pero el más evidente es que gran parte del mundo se mantiene hundido en una profunda crisis sanitaria y económica.
En los centros de estudio internacional comienzan a difundirse datos del daño que provocó la pandemia en el mundo del trabajo. El problema no sólo es de los países pobres o de las economías emergentes. La tensión aparece también en las potencias.
El último informe del Instituto Internacional de Finanzas se concentra en medir las repercusiones la pandemia en los mercados laborales de distintas economías desarrolladas. “Estados Unidos sufrió la mayor caída en el empleo en edad productiva (de 25 a 54 años). El ratio de individuos con trabajo respecto de la población total para ese rango etario cayó 4,3 puntos porcentuales. Esto es un reflejo de la ausencia de planes de ocupación a corto plazo”.
La flexibilidad en el mercado de trabajo estadounidense no es una novedad. Tiene margen para ser uno de los países que revierta más rápido la caída del empleo acumulada en 2020. Pero no se espera lo mismo para España, Portugal e Italia. Estas economías europeas arrastran un profundo problema de desocupación hace años que se acentuó con la crisis sanitaria.
“Mirando con un horizonte temporal más largo es evidente que los mercados laborales de la zona euro registran un daño cíclico intenso”, plantea el Instituto Internacional de Finanzas. Suma a Grecia como otro de los países en donde aparecen las mayores dificultades para sostener el nivel de empleo, principalmente en hombres de más de 25.
La conclusión del informe es que “la pandemia genera el riesgo de reforzar una dinámica negativa que estaba en marcha antes de la expansión del virus. Los hombres en edad productiva abandonan cada vez en mayor proporción la búsqueda de empleo en países europeos claves como Italia o España”.
En términos técnicos es “un efecto exacerbado del fenómeno de trabajador desanimado que golpea principalmente en la periferia europea creando histéresis y daños duraderos”. En la práctica muestra la falta de capacidad de estas economías para crecer al mismo tiempo que se genera trabajo.
El desajuste en el mundo laboral es uno de los principales desafíos para el sistema incluso en países ricos. Por ello la suba de las bolsas hasta niveles record resulta chocante en un mundo en el que existen tantos interrogantes sobre el futuro de temas tan básicos como el empleo.
El filósofo italiano Franco Berardi pone esta lógica en palabras elegantes. En su libro La Sublevación plantea que “el fin del crecimiento capitalista se encuentra a la orden del día”. Remarca que la falta de ocupación será un problema cada vez más cruel si somos incapaces de redefinir las necesidades y expectativas sociales.
La alternativa que plantea es potente: "La única forma para transformar la falta de trabajo en una bendición es si distribuimos la riqueza de forma igualitaria, si compartimos los recursos existentes, sin cambiamos nuestras expectativas culturales hacia lo frugal y sustituimos la idea del placer vinculado al consumo por la de un placer sujeto a la libertad del cuerpo respecto del trabajo”.