Ernesto Sábato nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, el 24 de junio de 1911, en el seno de una familia de inmigrantes italianos. Ernesto era el penúltimo hijo de once hermanos varones.
Mucho se ha debatido acerca de la posición ideológica y política de este notable escritor, desde su juvenil militancia en el Partido Comunista, que le permitiera su primer viaje a Europa, en especial a la Unión Soviética y tomar contacto con las ideas y el arte en aquella Moscú post-revolucionaria. Vendrán luego su desilusión de la izquierda y la huida de Rusia a Francia como un muchacho desorientado, su retorno a Buenos Aires y a la ciencia, a su carrera de físico-matemático; más tarde, ya graduado, su estadía en París para trabajar en el Laboratorio Curie, etapa que culminará en una nueva deserción porque Sábato abandonará la ciencia para dedicarse a la literatura.
En París, había participado de las reuniones con los surrealistas, lo que lo sumía en una profunda contradicción, pues se sentía, según sus propias palabras, como una respetable ama de casa (en relación con su trabajo como becario) que por la noche ejercía la prostitución. En la Argentina, ya de regreso, se dedicará a escribir ensayos y ficciones. Siempre pareciera haberse movido entre los polos opuestos de una tensión existencial, entre lo racional y lo pulsional, entre lo diurno y lo nocturno, como él mismo señala. Esta dialéctica lo llevará a la adhesión del golpe de estado de 1955, actitud que luego fue revisada como lo muestra en sus ensayos y novelas, géneros que ilustran lo que él mismo denomina su lado diurno (ensayo) y su lado nocturno (novela), una dicotomía fantasmal.
Su cuestionado apoyo al golpe de estado del 55 fue una posición que él mismo rechazó, escribiendo El otro rostro del peronismo. Carta abierta a Mario Amadeo (1956) donde analiza las características del movimiento peronista, texto que recibió la respuesta de Arturo Jauretche, y la novela Sobre héroes y tumbas (1961) en la cual narra los criminales bombardeos sobre Plaza de Mayo del 55 y la quema de las iglesias como respuesta a tan abominable acción. Existe una anécdota que el mismo Sábato cuenta acerca de los dramáticos acontecimientos de septiembre de 1955 cuando él se encontraba en Salta, en la casa de una importante familia, donde se brindaba por la caída de Perón en la sala, mientras en la cocina, las empleadas lloraban de tristeza e impotencia. En 1967, rinde homenaje al Che Guevara en París con motivo de la muerte del comandante guerrillero en Bolivia y prologa y rubrica el Nunca Más de la CONADEP durante el gobierno de Alfonsín.
Estas idas y venidas en el campo político e ideológico pueden explicarse también, casi rotundamente, a la luz de su obra de ficción, como bien lo señala en El escritor y sus fantasmas (1963). Entre los argumentos y explicaciones del proceso creador del novelista dice que Dostoievski, por ejemplo, no es el moralista partidario de la Iglesia y el Zar, sino el criminal terrible de Crimen y castigo, su fantasma, puesto que la novela surge en ese espacio complejo y ambiguo, que no es puro espíritu ni puro cuerpo: el alma, lugar desgarrado y angustiante, en realidad, lugar del fantasma. De este modo, los fantasmas del escritor, son parte de él, y lo traicionan.
Personajes y fantasmas
En el borde de ese mundo nocturno al que tanto aluden las tres novelas de Sábato, El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón, el exterminador (1974), se sitúa precisamente la génesis de su escritura: lugar de los fantasmas, con los que explica el proceso de la creación literaria, en especial la novela, en ese lúcido ensayo que es El escritor y sus fantasmas.
Fantasma: límite, espacio en donde se interceptan lo cultural, los deseos y las imágenes individuales y sociales y lo real, aquello de lo que no sabemos, y no queremos saber y recordar, aquello que nos precede y sucede, “aquello”, que es la cosa, el objeto perdido para siempre y que sólo se recupera en el ser nuevamente biológico que proporciona la muerte.
En sus ensayos Sábato explicita su deuda con el psicoanálisis, con el realismo ruso, y con el existencialismo, lo que puede advertirse en sus ficciones. Así, la cuestión del cuerpo, la alienación, la soledad, la mirada, el compromiso, la incomunicación, el incesto y la culpa constituyen puntos nodales de su escritura.
Personajes conflictivos y dolorosos, partes de su creador, muestran el lado oscuro de sus deseos opuesto a lo racional. Así, Bruno en Sobre héroes y tumbas, es el testigo mesurado, el observador ecuánime del infortunio de Alejandra Vidal Olmos, de Martín, de Georgina y en especial de Fernando Vidal Olmos, el otro rostro del mismo Bruno, y que representa lo más oscuro y temible. Es el reverso de la claridad de Bruno. Fernando es en realidad la voz de los deseos inconfesables, también es el fantasma de lo que tiene que ver con el nazismo, el elitismo y la crueldad, encarnados en un aristócrata venido a menos.
La decadencia de los Vidal Olmos puede ya rastrearse en el ámbito de la alta burguesía de los personajes de El túnel, en la vida liviana, urgida por las necesidades materiales de mujeres de alta clase como María Iribarne y Alejandra Vidal Olmos, que no vacilan en entablar relaciones prohibidas. Fernando Vidal Olmos es la presentificación de lo más recóndito y perverso. Sábato se inclina más hacia ese ser torturado, raptado por las fuerzas del mal y le otorga como credencial de existencia su propio día de nacimiento: 24 de junio.
Estos personajes, hombres y mujeres, hablan de la pugna constante del deseo, de la condición mortal, hablan también de la contradicción, del dolor, del malestar. En suma, las contradicciones de Sábato pueden leerse en sus novelas y pueden explicarse a través de sus fantasmas, jirones de él mismo, o de lo que creyó o pensó ser.
Obsesiones del novelista
En el artículo “El poeta y los sueños diurnos” (1908), Freud muestra la filiación de los textos literarios con la producción y el mecanismo de las fantasías del “poeta”. Poeta para Freud posee el sentido de narrador pues está asociado al poeta por antonomasia, Homero, el gran épico, que precisamente cuenta o narra las hazañas de los héroes. De esa épica, deviene la novela y, por lo tanto, el poeta, es para Freud, el novelista.
Pero en otro trabajo de la misma época, “La novela familiar del neurótico” (1908-1909), Freud equipara las fantasías con la historia personal de cada uno, en un entramado novelesco. Estos dos textos arrojan luz sobre la creación de la novela: un mundo, un tejido de fantasías (o fantasmas) donde aparecen las obsesiones, las fobias, las perversiones de quien escribe. Por eso, se puede decir que los novelistas escriben siempre sobre las mismas obsesiones. Pensemos en Dostoievski, o en Balzac o en ese monumento de la novela-vida, que es En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.
De este modo, Ernesto Sábato construye su novelística sobre sus propias obsesiones. La cuestión de la culpa y su relación con el incesto que aparece en El túnel, a través de la relación entre los primos, en Sobre héroes y tumbas en la alusión tenebrosa de un incesto (fantaseado o real), entre Alejandra y su padre Fernando Vidal Olmos, en Abaddón, el exterminador, entre los hermanos, el Edipo y el parricidio (Alejandra asesina a su padre), la locura, el enigma de lo femenino, el narcisismo y la madre, son las coordenadas temáticas de toda una obra, surgida como exorcismo de las propias culpas y sufrimientos.
La biografía de Sábato abunda en datos que permiten reconstruir una constelación familiar compleja. Los Sábato eran inmigrantes italianos. Ernesto fue bautizado con el mismo nombre de un hermanito muerto, inmediatamente anterior a él, era el penúltimo de once hijos varones y tuvo que compartir los desvelos de la madre y la austeridad del padre con el menor y con los otros hermanos. El peso de lo social en todas sus novelas no solamente es el marco de las acciones sino que se convierte en protagonista de esos verdaderos frescos de la Argentina en momentos cruciales del siglo XX que, a su vez, muestran la realidad del mundo: la amargura de la posguerra, el nihilismo, el compromiso del artista, las soledad del hombre contemporáneo, habitante de las grandes ciudades como Buenos Aires, la alienación, los totalitarismos, los discursos emancipadores, el feminismo, y, por supuesto, el devenir de nuestra historia, desde las guerras de la independencia, pasando por Rosas, Yrigoyen y Perón, hasta la rebeldía y la lucha de los jóvenes de los 70, los debates universitarios, los prejuicios de la pequeña burguesía, la decadencia de la oligarquía y su ceguera política.
Relacionada con el mito de Edipo y la culpa, la ceguera es un leit-motiv en la obra de Sábato. En El túnel, Allende, el marido de María Iribarne, es ciego, condición que se tornará insoportable y monstruosa en la tercera parte de Sobre héroes y tumbas: “Informe sobre ciegos”, atribuido a Fernando Vidal Olmos, “manuscrito de un paranoico”, como se lo califica en la Nota Preliminar de la novela que reproduce una supuesta crónica policial fechada el 28 de junio de 1955, 4 días después del cumpleaños de Vidal Olmos, en los momentos atroces de aquel invierno cuando fuerzas golpistas contrarias a Perón, bombardean a cientos de civiles en Plaza de Mayo.
Es cierto, la coherencia del informe, su lógica impecable sitúa al lector ante un delirio de persecución. Todos los ingredientes de la paranoia están presentes en el informe: pretendida y puntillosa objetividad, exceso de interpretación racional, mesianismo, teorías totalizadoras y de iniciación, sectas secretas. De este modo, la visión de la historia de Fernando Vidal Olmos se inscribe en una concepción conspirativa: el mundo está regido por organizaciones y actos secretos. En este punto, evocamos inmediatamente algunos de los mejores cuentos de Borges como “Tema del traidor y el héroe” o “El jardín de senderos que se bifurcan”, ambos de Ficciones (1944).
Diálogo de textos
Hay mucho de Borges en Sábato, no sólo en los ensayos y reflexiones que le dedica, sino en la configuración de algunos personajes, en especial de los personajes femeninos.
Todos recordamos el famoso cuento “El Zahir” en El Aleph (1949) de Jorge Luis Borges, donde se describe la vacía y fría vida de Teodelina Villar, hermosa mujer perteneciente a familias patricias totalmente arruinadas y que debe aceptar las reglas de una sociedad mercantilista y dura, ya que se convierte en modelo de propagandas comerciales para salvar de la ruina a su padre, el doctor Villar, resignado a perder poco a poco su patrimonio.
Teodelina Villar “cometió el solecismo de morir en pleno Barrio Sur”, ella, que había alternado los altos círculos y que como muchos miembros de la burguesía porteña había huido hacia el elegante Barrio Norte. Pero los Villar estaban quebrados (como los Vidal Olmos de Sobre héroes y tumbas) y su pobreza no les permitía otro lugar que no fuese el Sur del la ciudad. En este hecho leemos algo de la biografía de María Iribarne, protagonista de El túnel, enigmática y atractiva señora de clase alta, admiradora del arte, capaz de llevar adelante el adulterio y relaciones prohibidas, o la terrible vida de Alejandra Vidal Olmos, acorralada por la pobreza de su familia que debe vivir en un caserón de Barracas mientras que otras jóvenes de su clase lo hacen en coquetos departamentos o mansiones de Barrio Norte. Alejandra, piensan Martín y Bruno, es una típica argentina; en su sangre hay “murmullos” de españoles y de ingleses y sus rasgos, su oscuro pelo y sus ojos gris verdosos, su porte, recuerdan a algunas encopetadas señoras de Salta, vía de la remota abuela, Trinidad Arias.
El túnel había aparecido en 1948, un año antes que El Aleph (1949) por lo que es previsible que Borges haya leído esa novela. Más tarde, en El hacedor (1960), en el cuento “Los espejos velados”, Borges retoma el retrato de las grandes damas en decadencia (como la Beatriz Viterbo de “El Aleph” en el libro homónimo) y narra la oscura historia de Julia, una chica sombría de la que el narrador-personaje había sido amigo, una joven sumida en la más terrible obsesión, la obsesión de los espejos que Borges le ha contagiado y que la llevan al callejón sin salida del delirio. Julia estaba ya anunciada en “El Zahir”, inclusive en este cuento se nombra a una Julia, señora de Abascal, hermana menor de Teodelina que no aparece en el velatorio pues se había puesto “rarísima” y la internaron porque estaba “temando” sin pausa con la moneda (El Zahir), variante de la obsesión de los espejos.
Un año después, en 1961, esta extraña mujer reaparece con el ropaje de Alejandra Vidal Olmos en la novela de Sábato. Diálogo de textos. Diálogo de fantasmas. Alejandra parece bosquejada sobre el modelo del personaje del cuento de El hacedor: “Los espejos velados” ya que Julia también pertenece a una vieja familia argentina que desciende de federales como Alejandra Vidal Olmos, además vive en un vetusto caserón de Balvanera acosada por lo que Borges llama “la insipidez de la decencia pobre” y se comporta dentro de los cánones de una terrible y obcecada manía. El final de Julia es tan trágico como el de Alejandra, condenadas al ostracismo, al suicidio y a la locura.
Fantasmas del sur y del norte
Si la muerte en su faz más aciaga y trágica como en el “Poema conjetural” y en muchos de los cuentos borgeanos se sitúa en el sur, especie de lugar del pasado, límite geográfico con la indómita pampa donde hollaba solamente el indio, en Sobre héroes y tumbas de Sábato, ese sur se carga de un valor positivo. Martín marcha al sur a buscar una nueva vida, a hacer su vida. Tal vez, la visión de Sábato es la visión de los inmigrantes esperanzados que buscan un porvenir, en cambio para Borges, el sur seguirá siendo el lugar del desierto y la frontera de la ciudad y le evocará siempre el temor por los caudillos y los malones, como dice César Fernández Moreno en La realidad y los papeles (1967).
El sur será para Marechal, también signo de muerte, si recordamos su Antígona Vélez. En esa dialéctica, Sábato verá al norte de la patria como lugar indiscutible de la historia, del heroísmo, de la lucha emancipadora y también de las cruentas guerras fratricidas (recordemos la marcha de Lavalle, en el escenario imponente de la Quebrada de Humahuaca, gran contrapunto histórico en Sobre héroes y tumbas), mientras que el sur será el futuro promisorio.
Estas concepciones del sur y del norte, por otra parte, trabajadas muy bien por Octavio Corvalán en varios trabajos de las décadas de 1970 y 1980, explican ciertos actos, para nada casuales, como la elección de Borges de morir en el norte (en Suiza, en la culta Europa), huyendo definitivamente de su destino de hombre del sur, destino con el que había fantaseado y en el que se veía enterrado en La Recoleta, en Buenos Aires, junto a sus mayores. En el polo opuesto, un personaje de la historia, el general Juan Domingo Perón cumple su deseo de morir en el sur, ese sur que le evoca la Patagonia querida de la infancia, con sus araucarias y violetas amarillas en los infinitos atardeceres del invierno…
Sur y norte, extremos de una geografía fantasmal, intuida, adivinada por la ficción y por las vidas humanas.
Fechas clave
Borges, cuya preocupación por los números y las fechas es innegable, trazó sin duda las coordenadas del nacimiento y muerte de su padre, acontecidas en el mismo mes: 24 de febrero de 1874 y 14 de febrero de 1938. En estas cifras predominan los números pares y el 4 o múltiplo de 4 (el tetragrámaton de “La muerte y la brújula”).
El 18 de febrero del mismo año de 1938 se suicida en el Tigre Leopoldo Lugones. Esta coincidencia se anuda en “El Aleph”, escrito años después y dedicado a Estela Canto, que comienza con la siguiente ubicación temporal: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó ni un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo…”, enunciado donde se evocan (se lee en lo no dicho que subyace) las muertes del padre y del poeta admirado y a menudo criticado en la juventud: Lugones, figura parental al fin y al cabo. El mes de febrero que marca el fogoso verano de Buenos Aires, pleno de luz y calor, se transmuta en la magnífica imagen sensorial con la que se inicia el relato. Febrero será entonces fundamental en la vida de Borges, pues en él se entrelazan el origen y el final de quienes marcaron su destino de escritor.
Otra fecha sitúa la temporalidad ficticia de “El Aleph”, cuando el narrador-personaje-Borges, recuerda: “Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños, visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, ineludible.” Más adelante dice: “Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces, no dejé pasar un treinta de abril sin volver a su casa”(…) “El treinta de abril de 1941, me permití agregar al alfajor una botella de coñac del país.”
“La noche de los dones” (El libro de arena, 1975), sitúa la acción en el recuerdo del personaje-narrador, exactamente el 30 de abril de 1874. Más de un siglo después, el 30 de abril de 2011, casi a los cien años, muere Ernesto Sábato en Santos Lugares, Buenos Aires, y cierra un periplo de realidad y ficción que puede enunciarse así: Borges-Moreira-Sábato y Beatriz Elena Viterbo, la mujer imposible, la mujer amada más allá de la muerte…
(*) En Bellone, Liliana, En busca de Elena, Buenos Aires, Nueva Generación, 2017. Traducido y editado en Italia como Sulle tracce di Elena, Salerno/Milán, Oédipus Editoria, 2018.
***Escritor y psicoanalista.