Una luz crepuscular se derrama sobre la obra y la figura de Ernesto Sabato, como si la distancia temporal, a diez años de su muerte, permitiera atenuar las esquirlas de las controversias que suscitó uno de los escritores argentinos más leídos del siglo XX, Premio Cervantes en 1984. El narrador desgarrado –que murió alrededor de la una de la madrugada del sábado 30 de abril de 2011 en su casa de Santo Lugares, cincuenta y cinco días antes de cumplir cien años-- encontró en la escritura una tabla donde aferrarse, después del naufragio. En sus novelas, como escribió en sus memorias Antes del fin, están “mis verdades más atroces”, “esos bailes siniestros de enmascarados que, por eso, dicen o revelan verdades que no se animarían a confesar a cara descubierta”. El “Dante Alighieri del siglo XX”, según lo definió el escritor rumano Mircea Cartarescu fue autor de El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abbadón el Exterminador, y devino un "héroe cívico" a partir del Nunca más, donde establece la cuestionada teoría de los dos demonios; una metamorfosis tan polémica como el error que representó haber almorzado con el dictador Jorge Rafael Videla, en mayo de 1976.
El “deporte nacional” consistente en “pegarle a Sabato” no es una práctica en extinción. En la biografía Sabato. El escritor metafísico (Marea), de Pablo Morosi y Sandra Di Luca, los autores recuerdan cómo esa transformación como referente moral lo erigió en el blanco preferido para “un concentrado grupo de detractores”. “Sabato puede ser el escritor argentino y el defensor de los derechos humanos, no por la integridad de su trayectoria intelectual y política sino porque es parte de una sociedad que, en alguna medida, optó por el silencio o la delación”, sostienen María Pía López y Guillermo Korn, en Sabato o la moral de los argentinos. Por un carril similar corre la perspectiva de Juan José Sebreli cuando en su libro Crítica de las ideas políticas argentinas concluye que solo “la enorme predisposición al olvido de la sociedad civil y la hipocresía de la dirigencia política permitieron que en 1984 se trasvistiera en héroe cívico y presidiera la CONADEP”.
El escritor Gonzalo Unamuno (Buenos Aires, 1985), autor de Lila, novela en la que el protagonista y narrador es un femicida, reflexiona sobre las polémicas que ha generado el autor de ensayos como Hombres y engranajes, Heterodoxia y El escritor y sus fantasmas. “Que la figura de Sabato es una figura polémica y está sujeta a un sinfín de controversias es muy cierto, pero, estamos en Argentina y ya no sé de nadie prácticamente a quien no se lo pueda tildar de controversial, más en estos tiempos tan caldeados, donde todo se batalla”, dice Unamuno. “Yo creo que se lo juzga con esa severidad porque genera una antipatía mayor a la del resto, un rechazo. En el famoso almuerzo con Videla también estaban Borges (Piazzolla asistió a otro almuerzo), pero ellos no pasaron nunca de ser comentaristas políticos que –Borges más que nada- apelaban a la ironía para carajear al peronismo. Por otra parte, son el músico y el escritor posiblemente más importantes y universales de nuestra historia. Sabato, en cambio, desde su obra, no es equiparable a ellos y, por si fuera poco, fue secretario General de la Federación Juvenil Comunista, almorzó con Videla en plena dictadura, dirigió la CONADEP y su famoso informe Nunca Más, todos hechos de sensibilidad mayúscula en nuestro país”.
Sabato, que militó en el Partido Comunista hasta que lo expulsaron por “inconducta partidaria”, fue el octavo doctor en Física egresado de la Universidad Nacional de La Plata. Cuando viajó a París por una pasantía en el laboratorio Curie en 1938, llevó en su portafolios las primeras páginas de una novela que había empezado a escribir, La fuente muda. Entonces fue emergiendo un rechazo hacia el ambiente científico, del que se terminaría distanciando para entregarse a una actividad que practicaba en la clandestinidad: la escritura. Un viejo profesor del colegio, el dominicano Pedro Henríquez Ureña, intercedió para que el escritor en ciernes llevara sus artículos a la revista Sur. En las reuniones en la casa de Victoria Ocampo en San Isidro conoció a Borges, un escritor al que admiraba; pero pronto el vínculo entre ambos se volvió conflictivo.
El otro rostro del peronismo
Su tránsito hacia la literatura coincidió con la publicación de su primer libro de ensayos, Uno y el universo (1945), y la irrupción del peronismo. Sabato formó parte del círculo de intelectuales antiperonistas, hasta que en 1955, con la llegada de la autoproclamada “Revolución Libertadora”, inició el camino de la autocrítica. “Tengamos cuidado, pues, con el paralogismo de que las multitudes populares sólo pueden seguir a los demagogos, y únicamente por apetitos materiales: también con grandes principios y con nobles consignas se puede despertar el fervor del pueblo. Más aún: en el movimiento peronista no sólo hubo bajas pasiones y apetitos puramente materiales; hubo un genuino fervor espiritual, una fe pararreligiosa en un conductor que les hablaba como a seres humanos y no como a parias”, se desmarcó de su antiperonismo más visceral en El otro rostro del peronismo (1956), texto con el que subió al ring del debate político argentino. “Había en ese complejo movimiento ––y lo sigue habiendo–– algo mucho más potente y profundo que un mero deseo de bienes materiales: había una justificada ansia de justicia y de reconocimiento, frente a una sociedad egoísta y fría, que siempre los había tenido olvidados”, reconoció el escritor.
Como editor periodístico de la revista Mundo Argentino, Sabato se atrevió a romper el cerco informativo. “Vuelve la tortura”, se leía en la tapa de la revista del 22 de agosto de 1956. En la nota se informaba con detalles sobre tormentos y vejámenes aplicados a trabajadores disidentes detenidos en los sótanos del Congreso y en la penitenciaría de la calle Las Heras. Tres días después, en una audición programada en LRA Estación de Radiodifusión del Estado, declaró: “No puedo hablar de ningún tema literario mientras a poca distancia de aquí, en la cárcel de la calle Las Heras, se está torturando a militantes peronistas”. Y aprovechó el micrófono para anunciar su desvinculación de la revisa.
“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona”. Así comienza El túnel (1948), su primera novela, publicada por la editorial Sur, después de acumular una serie de rechazos. El escritor había peregrinado con los originales por varias editoriales como Losada, donde el editor le dijo: “Sinceramente, mi amigo, nadie va a creer que un físico puede escribir una novela”. Al escritor Albert Camus, que formaba parte del comité de lectura para obras en castellano de la editorial Gallimard, le gustó la novela y le escribió una carta a Sabato en la que confesó admirar la “dureza e intensidad” de esta novela, que se publicó, finalmente, en francés en 1956.
La violencia machista
¿Sería cancelada El túnel hoy por desplegar en primera persona la voz de un femicida? Para la escritora María Rosa Lojo (Buenos Aires, 1954), coordinadora de la edición crítica de Sobre héroes y tumbas y autora del libro Sabato: en busca del original perdido, la novela muestra cómo funciona la estructura del orden de géneros en el infierno social. “Castel es incapaz de aceptar a María como un ser humano autónomo. Tiene ideas preconcebidas y prejuiciosas sobre la femineidad. Divide a las mujeres entre putas y castas doncellas; se maneja con los más rancios tópicos misóginos. Su vínculo con ella es instrumental. Quiere a María porque cree que ella es capaz de revelarle una verdad que se le oculta, sobre él mismo y sobre la realidad. Aspira a ejercer un control total y absoluto sobre su persona, a conocer hasta el más íntimo de sus pensamientos, quiere desarmarla o destriparla como una muñeca mecánica, estudiar cómo funciona. Pero nunca la ve, aunque la escrute hasta el fondo de los ojos y la interrogue como un policía torturador. No se entera, ni le interesa enterarse, de los deseos y necesidades de la mujer a la que dice amar”, plantea la escritora. “El túnel es una historia trágica de violencia machista. A través de la voz del criminal, el pintor Juan Pablo Castel, se van exhibiendo, de manera poderosamente reveladora, los estereotipos de la cultura heteropatriarcal sobre la condición y el rol femeninos; los mandatos que pesan sobre la construcción del rol masculino; los fundamentos de la masculinidad. Y se va trasluciendo también la simbólica del conocimiento que domina ese orden heteropatriarcal. Una simbólica, un modo de conocimiento que impiden el amor como mutua entrega entre pares”.
“Castel es también un artista de exacerbada sensibilidad, crítico de la condición humana en general, incapaz de comunicarse profundamente con nadie, patéticamente torpe. Inspira una mezcla de lástima y horror”, resume Lojo. “La escena del asesinato es espantosa. Es terriblemente reveladora de todo lo que implica el asesinato machista. Un deseo de posesión absoluta y una confesión de impotencia no menos absoluta. Recién después, preso presumiblemente en el manicomio, al tipo empieza a caérsele alguna ficha”, agrega la escritora que cuenta que con El túnel le pasa como con Lolita, de Vladimir Nabokov. “Son grandes novelas que se meten, con verdadera maestría artística, en la cabeza de criminales. Y que desnudan los valores y la sensibilidad criminales de un orden social. No se trata de negar la culpabilidad de los individuos, pero sí de entender, como dice Rita Segato, que –más allá de ellos— las bases del orden social están podridas y que hay que reformatearlas”.
Su consagración como escritor llegó con su segunda novela, Sobre héroes y tumbas, publicada en 1961, hace sesenta años. Uno de los núcleos narrativos es la relación amorosa trágica entre Martín y Alejandra desde mayo de 1953 hasta el 24 de junio de 1955, fecha del suicidio de Alejandra, muerte de Fernando e incendio de la casa del Mirador. El poeta Hugo Mujica (Buenos Aires, 1942) revela el impacto que le generó la segunda novela de Sabato. “Es una obra que no envejeció, sino que permanece en su juventud, y con esto quiero decir que son los jóvenes que leen ese libro a determinada edad. Creo que es un libro iniciático, en el sentido que ayuda a dar ese paso de la adolescencia a ese mundo que da miedo (que merece el miedo), que es la adultez, el adulterar la vida. Y es un libro que habla de ese momento, de poder dar ese paso, que termina en ese viaje mítico hacia la Patagonia, que es nuestro desierto. Es joven porque el libro es retomado; un paralelo, en otra literatura, es Herman Hesse. Podría decir lo mismo quizá de (Alejandra) Pizarnik, con lo grandiosa que es. Pero de todas maneras, pega en un momento, igual que (Arthur) Rimbaud. En ese sentido, Sobre héroes y tumbas es un libro que permanece”, afirma Mujica.
¿La narrativa de Sabato, sus tres novelas, envejecieron bien? “Es la gran duda en torno a Sabato ¿no? -responde Unamuno- Si bien no sé qué leen, qué no, qué filtran las nuevas camadas de lectores, me da la impresión de que su figura como escritor pudo haber sido más que su obra, algo bastante característico de cierto tiempo o de ciertas instancias, sobre todo del siglo XX, donde el escritor muchas veces ocupaba un lugar ‘oficial’, una impostura, un atril. Tanto El túnel como Sobre héroes y tumbas me parece que merecen seguir siendo leídas. Ya por Abbadón no pongo las manos en el fuego. Es un libro que nunca me gustó”. Lojo sugiere que la obra de Sabato conserva, para el lector de hoy, un gran poder revelador sobre las subjetividades humanas y las estructuras básicas de la sociedad. “Su poética narrativa es quizá más afín a la literatura argentina en estos días que el paradigma borgeano de contención verbal y austeridad clásica. Sabato crea atmósferas góticas y barrocas, desmesuradas, fantásticas y oscuras, que bien podrían vincularse con (Alberto) Laiseca o con (Mariana) Enríquez, traza mapas urbanos modernos y posmodernos, mezcla discursos y registros verbales, baraja teorías conspirativas sobre el funcionamiento del mundo. Nada de eso me parece tan distante de la narrativa actual. Pienso que también las preguntas sobre la identidad nacional y las dicotomías que cruzan nuestra historia siguen reformulándose ahora con otros acentos”, plantea la escritora y aclara que hay códigos de moral de la época perimidos, como el tabú de la virginidad femenina (presente en los planteos que se hace Martín del Castillo o Marcos Molina sobre Alejandra). “Otros hechos, que adquieren múltiples dimensiones simbólicas, como el incesto (entre un padre abusador y una hija adolescente) y el femicidio, adquieren, desde la sensibilidad de nuestro tiempo, un relieve nuevo”, advierte Lojo.
“Desde El túnel hasta Abaddón, pasando por las experiencias alucinantes de Fernando en la Cloaca, comprobaremos cómo los buscadores racionalistas que escinden la realidad y que encadenan sus razonamientos sobre bases delirantes, terminan, literal y simbólicamente, estallados, explotados, cegados, destruidos en su limitada identidad arrogante de machos pesquisadores”, recuerda Lojo. “En esas ceremonias aterradoras que padecen Fernando o ‘Sabato’ en Abaddón, no les queda otra que sumergirse en lo negado, lo rechazado y lo temido. Tienen que ‘perder el conocimiento’ en la caverna, en el pantano; tienen que dejarse cegar para acceder a la unidad perdida de lo humano. Eso: acceder a la unidad perdida, a la comprensión integral (que pasa, también, por el cuerpo) es para Sábato una de las funciones básicas del arte”.
La escritora subraya que la obra de Sabato es compleja desde su densidad simbólica. “Entre sus líneas de fondo está el cuestionamiento (siempre desde los símbolos) al orden del conocimiento heteropatriarcal o falogocéntrico, que se basa, en nuestra sociedad (y estimo que en todas) en un orden asimétrico de géneros donde el término inferior es el femenino. Los descensos y la fagocitación de los personajes suponen una tremenda inversión de todo ese orden, un genuino cataclismo. Un acceso, por fin, ‘al misterio central de nuestra vida’”, concluye Lojo.
Ciclo de homenaje
“Lo que más recuerdo de Ernesto es su fidelidad a lo que él sentía, a la pasión por dar cumplimiento a lo que la vida le pedía”, dice Elvira González Fraga, presidenta de la Fundación Ernesto Sabato. “Ese coraje, aun siendo tan vulnerable, ese asumir el riesgo por lo que uno cree, es lo que me gustaría que estuviera cerca de la gente. Por otro lado, me conmueve que aun personas que no estaban bien de salud dijeron que sí para homenajearlo. Me ha gustado mucho sentir lo vivo que está Ernesto”, agrega González Fraga sobre el ciclo de homenaje que organizó, a diez años de la muerte del escritor, en el que participaron María Rosa Lojo, Juan Sasturain, Baltasar Garzón, Bernardo Kliksberg, Hugo Mujica, Juan Cruz, Carme Riera, Rafael Argullol y Darío Sztajnszrajber, entre otros. El ciclo se completará el miércoles 12 de mayo a las 17 con una lectura participativa de fragmentos de “Informe sobre ciegos”, a cargo de Candelaria Frías; y el cierre será el viernes 14 de mayo a las 12 con Pilar del Río, Evangelina Soltero, Fanny Rubio, Fernando Rodríguez de la Fuente y César A. Molina.