El mundo desenfocado
A partir de mayo, quienes visiten la sede londinense de la galería Maddox podrán ver – más bien, intentar descifrar– la obra inquietantemente fuera de foco de Roberto y Renato Miaz, también conocidos como los Miaz Brothers. Dúo contemporáneo de origen italiano, acostumbran estos muchachos aplicar capas de pintura en aerosol sobre sus lienzos de gran formato, con la deliberada intención de convertirlos en una auténtica nebulosa. “No es posible mirar pasivamente nuestro trabajo. Instintivamente, demanda al espectador que se involucre a nivel físico con lo que observa, acercándose o alejándose para decodificar lo que tiene enfrente. Entonces la memoria empieza a manifestarse, los pensamientos comienzan a tomar forma, las emociones se entremezclan con la reflexión...”, se pone poética la dupla, que lleva décadas desenfocando topo tipo de imágenes, desde retratos de amigos hasta marcas icónicas. Lo próximo, dicho está, será la muestra londinense, donde los tanos expondrán su más reciente blureo, la serie El pasado, el presente y lo imperceptible: obras que aluden a celebérrimas piezas de grandes maestros de la pintura clásica, destacados como Caravaggio y Rembrandt van Rijn; aunque, claro, sea difícil saberlo a ciencia cierta, habiendo sido intervenidas las escenas, que refieren “a leyendas, fábulas, fantasías dispares”. Así, fieles a su estilo tan característico (“un lenguaje pictórico alternativo”, según declarasen con anterioridad), quieren seguir ahondando en cierto objetivo: “Brindar una experiencia visual que obligue al espectador a reconocer y restablecer los límites de su propia percepción”. Aunque siempre está el riesgo: de que alguna almita cándida corra al oftalmólogo tras toparse con sus obras, temiendo necesitar la más alta graduación de anteojos.
La habitación de Huppert
Aunque lleve por nombre Haute couture, la renovada suite que por estos días ha inaugurado el exclusivísimo Hotel Lutetia, de los más lujosos de la capital francesa, seguramente atraiga a cinéfilos como miel a las abejas. Quien se ha ocupado de customizar la pituca habitación parisina de 73 m2, después de todo, es ni más ni menos que la deslumbrante actriz Isabelle Huppert, devenida diseñadora de interiores para la ocasión. Obvio es decir que no se ha puesto el mameluco para darle unas capas de pintura al espacio; más bien se ha ocupado de los detalles, colocando algunos objetos personales, como un guión del film La pianista; algunos libros, como Herzog de Saul Bellow, Les Poésies de AO Barnabooth, varios títulos de Virginia Woolf. "También he colgado bellas fotografías de Carole Bellaïche, con quien he trabajado mucho, y de Bernard Plossu”, revela. El toque alta costura, por cierto, lo da el vestido que llevó en 1999 a los premios César, que hoy emperifolla la suite como si de una escultura se tratara: “Bastante austero por delante pero abierto por detrás, es una pieza majestuosa y dramática que encuentro absolutamente hermosa, diseñada por el propio Yves Saint Laurent”, es como lo describe. Huppert elige tres palabras para definir la habitación: “Relajante, invitante, suave”. Habitué del Lutetia, en cuyo bar gusta tomarse una copa cada tanto, allí ha tenido “reuniones con Claude Chabrol, con el escritor Peter Handke, con el fotógrafo Philip-Lorca di Corcia. También con Coluche, que vivió aquí durante un tiempo, y con Helmut Newton, si la memoria no me falla. Muchos cineastas con los que más tarde trabajaría, los conocí aquí: Werner Schroeter, Marc Fitoussi, Christophe Honoré”. Cabe suponer que elegirá esta suite en el sexo piso para venideros encuentros. Tiene, después de todo, excesivas comodidades: un balcón de 20 m2, sala de estar, comedor, un baño para invitados y un largo etcétera. Hospedarse cuesta lo suyo: alrededor de 700 euros la noche, aunque habrá cinéfilos con cuentas bancarias abultadas que acaso prefieran el penthouse Saint Germain, que dos años atrás diseñara para el Lutetia don Francis Ford Coppola.
Quémese antes o después de…
Aunque se publicó originalmente en 2014 en Gran Bretaña, el libro Burn after Writing (“Quemar después de escribir”) de la ignota inglesa Sharon Jones, es hoy día un sonado bestseller en Francia, y está camino –según alertan confundidos medios galos– a convertirse en un fenómeno global. Y todo gracias a TikTok, cuyos usuarios con entre 20 y 35 años han impulsado el suceso de un título que consta de poquísimas líneas en sus páginas. Porque Burn after Writing es, en el mejor de los casos, una suerte de neo-diario íntimo, donde la autora propone al lector escribir a mano alzada sobre “Lo más loco que he logrado”, acerca de “Mi mascota”, o bien desarrollar peliagudo tópico: “Las 5 mejores canciones de todos los tiempos”. “El bolígrafo es más potente que el teclado”, señala Jones (de quien se conoce poco y nada), elevando los méritos de la letra propia “en la era de la reproducción ilimitada e instantánea”. “¿Creés que tus descendientes leerán alguna vez los feeds de tus redes sociales?”, lanza al viento la dama que presuntamente viviría en Francia y que, al parecer, es diseñadora gráfica. Probablemente no, pero tampoco deberían tener acceso a Burn after Writing, de seguir el lector correctamente las instrucciones: tras contestar a todos los temas propuestos por la “escritora”, pide Sharon que quemen o entierren su ejemplar. Algunas ediciones, de hecho, ya vienen con un fosforito para facilitar la faena. De sueños a proyectos, de todo como botica para alentar la introspección, invitando la desconocida a “afrontar las grandes cuestiones de la vida: ¿quién eres hoy?, ¿cómo llegaste aquí?, ¿a dónde vas?”. Siempre con honestidad brutal porque “sin sinceridad, no avanzarás en el descubrimiento personal”. Porque nada dice autoconocimiento como cuestionarse “a qué personas me gustaría golpear”, “qué querría encontrar ahora mismo en la heladera”; preguntas filosóficas, claro está.
En busca de sonidos perdidos
“En un pequeño taller en Chennai, India, un hombre pasa horas perfeccionando el yazh. Primo lejano del arpa, el instrumento de dos mil años de antigüedad alguna vez fue pilar en templos y cortes reales, produciendo ‘el sonido más dulce jamás escuchado’, según la literatura de la época. Luego desapareció, conservado solo en textos históricos. Hasta ahora...”, se lee en un reciente artículo del medio Atlas Obscura, que cuenta cómo el joven luthier Tharun Sekar ha recreado minuciosamente el mentado yazh, de 7 cuerdas, perdido desde hace añares. “Hay escrituras tamil del período Sangam, del siglo VI a.C. al siglo III, que mencionan el yazh. Aunque hoy en día hay réplicas en algunos museos, ni son originales ni se pueden tocar. Tampoco he podido encontrar ningún registro sonoro en el mundo entero”, ofrece el muchacho de 24 años, que también ha subsanado la ausencia de musiquita: vía YouTube puede escucharse desde hace unas semanas “la primera canción grabada con el antiquísimo instrumento”, que ha bautizado Azhagi. Por lo demás, vale mencionar que le lleva a Tharun Sekar alrededor de seis meses fabricar cada ejemplar, a partir de único bloque sólido de madera. Aunque se tomó algunas libertades en el diseño (ha reemplazado, por caso, la tradicional jaca por cedro rojo, más ligero, para facilitar la movilidad), estudió tantísimo antes de ponerse manos a la obra y producir una fiel réplica de este olvidado instrumento folclórico. Arrancó, de hecho, leyendo documentos antiguos, pero las descripciones eran vagas: “Ninguna data objetiva en términos de longitud de cuerdas o dimensiones de su estructura; menos que menos ilustraciones que sirvieran de guía”. El gran eureka llegó con el libro Yazh Nool, del escritor y poeta hindú Swami Vipulananda, de 1947; “único que contiene información detallada sobre el yazh, con teoría musical, cómo se alineaban las cuerdas, notaciones que me ayudaron a recrear el sonido”. Al parecer, el muchacho ya cuenta con clientes en lugares como Noruega, Dubái, Estados Unidos. Atentos, probablemente, de próximos proyectos. Y es que, conforme adelanta el luthier, tiene previsto seguir reviviendo instrumentos antiguos, como “el panchamukha vadyam, o el tambor de cinco caras, que perteneció al período de la dinastía Chola. Hecho de bronce, pesaba alrededor de 200 kilos. Hoy, la única pieza original que existe está en un templo en Tiruvarur. De momento, solo he construido el prototipo”.