Desde el mes pasado, Graciela Borges comparte las vivencias que ha tenido a lo largo de su inmensa trayectoria artística en un nuevo podcast de la señal de cable Film&Arts. Graciela Borges: Mi vida en el cine hace un recorrido histórico y novedoso en muchos aspectos, narrado por la mujer que se codeó con figuras como Paul Newman y Audrey Hepburn. La misma que siendo una niña a los 14 años recibió un regalo inesperado y premonitorio: el permiso de usar como nombre artístico el apellido de Jorge Luis Borges, uno de los escritores más prestigiosos de América latina. El podcast contará en total con cuarenta episodios. Cada lunes se sube una tanda de cuatro episodios. Y cuando se llegue al último, la señal de cable armará un especial con todo ese material articulado con imágenes y videos de archivo que se podrá ver a partir de junio.
Hasta ahora, “La Borges” nunca había emprendido la necesaria tarea de evocar meticulosamente los recuerdos y las emociones vividas en cada una de sus películas. Cada episodio depara anécdotas entrañables, emociones intensas, triunfos y frustraciones. También la vida de los festivales de cine, los viajes y su amistad con figuras como Catherine Deneuve y Juan Manuel Fangio. Están presentes las dificultades y su manera de vivir la actuación, el poner el cuerpo y el corazón en incontables escenas que, hilarantes o comprometidas, gracias a su talento y belleza, quedaron en la historia del cine.
"En realidad, fue por casualidad", cuenta la diva del cine argentino acerca del proyecto. Es que un día, Graciela Borges estaba en su casa de Pilar y se planteó descansar un poco de tanto trajín justo antes de la pandemia. "Me di cuenta de que había hecho dos películas muy difíciles para mí: una fue La quietud, de Pablo Trapero, y la otra, El cuento de las comadrejas, de Juan José Campanella. No porque no me hayan gustado: me parecieron personajes formidables, pero fueron muy cansadoras las filmaciones. Era muy intenso, los dos personajes eran muy difíciles; los hice con mucha alegría pero me cansé físicamente", recuerda la mujer que le imprimió su sello personal a más de cincuenta películas del cine argentino.
Dijo, entonces: "Es el momento de parar". "Decidí eso y un día me llamó Patricio Orozco, el presidente del Festival Shakesperiano, que hace cosas formidables para Film&Arts". Orozco le comentó acerca del proyecto del canal de cable. "Tenemos una propuesta: hacer una suerte de programa especial de una hora y media sobre películas tuyas". Borges le preguntó cómo lo haría porque "con libreto no". Orozco le explicó: "Por ejemplo, te pregunto: ‘¿Cómo fue filmar El dependiente, de Favio?’". "Y como siempre, está presente la vida de uno, no solamente la película. Porque si yo te cuento día por día, qué cámara pusieron, qué lente pusieron, no tiene ninguna importancia. Lo que va al lado de las películas es la vida de una. Y así lo hice y salieron cuarenta podcasts. Yo no los escuché todavía, pero me dijeron que salen muy lindos. Así que lo hice y quedé contenta porque repasamos bien el cine. Fue agradable. Hablamos también de los momentos que estamos pasando y viviendo, de qué raro es todo", cuenta la actriz.
-Sos amante de la radio y tenés experiencia en ese medio. ¿Fue un estímulo especial, entonces?
-No sé si tiene que ver. A la radio la he querido siempre. Lo que más me divierte es hacer radio. Además, ahora puedo grabar desde mi casa. En mi programa Una mujer, que va los martes y miércoles a las 23 por Radio Nacional, recibo actores, pintores, médicos, y sale muy bien. Pensá que en Radio Nacional -con un break en el medio de dos o tres años- trabajé siempre, con distintos gobiernos, distinta gente. Y de lo que hablo es nada más de lo que conozco. Y lo que conozco es la cultura. No me meto en política, es tranquilo para mí y me encanta compartir momentos con compañeros. Así que estoy haciendo la radio y está esto de Films&Arts, que me encantó. Y espero ver pronto el especial en junio.
-Tenés una de las voces más inconfundibles del cine argentino. ¿Qué pensás vos de tu voz?
-No me digas eso en este momento que parezco un rallador (risas). Hago un esfuerzo por hablar que no te digo lo que es.
-Pero tu voz es muy halagada…
-Cuando era muy chica y entré al colegio de monjas fue terrorífico para mí porque las chicas se reían mucho de mi voz. Era muy flaquita, muy pálida y con un color de voz muy especial, cuando las chicas en esa época tenían todas voces finitas. Era difícil para mí. Después, lo atravesé y me acostumbré. Y ahora la quiero, como trato de querer todo lo que tengo, que para mí es sagrado porque es mío. Sin vanidad, porque también pienso en cosas de la gente que me gustan mucho. O sea que no hago diferencias. No tengo un ego muy grande. Esto me hace muy feliz. Hay momentos en que me gustan más mis películas, otros que no.
-¿Cómo vas atravesando la pandemia? ¿Cómo es tu rutina por estos días?
-No tengo días parecidos, aunque parezca mentira. Algunos días veo muchas películas que en los festivales de cine me perdí. Otros días hago meditaciones especiales que me gustan. He nadado todo lo que pude desde que empezó la pandemia porque mi cuerpo necesitaba un ejercicio. Cuando hice la última película de Campanella tuve un pinzamiento de fémur y me dolió muchísimo. Había que hacer mucho ejercicio especial y nadar es una de las cosas que me hace bien. Y ahora camino, ya no se puede nadar más porque la pileta es fría, pero trato de hacer ejercicios y leo mucho. No puedo estar sin leer. Puedo no dormir, porque a veces duermo bastante mal, pero sin leer no puedo estar. He visto mucho cine que no había visto y también series que antes nunca veía. No tenía Netflix. Algunas me parecen interesantes, otras menos. Ahora estoy viendo si soy jurado del Festival de Cine de las Alturas, que me pidieron para ver doce películas latinoamericanas. En fin, lo que pasa todo el mundo, pero con la angustia, no el miedo ni el sobresalto, porque sé que uno puede defenderse y estar más o menos bien. Pero cuando apartás tu cabeza, mirás al costado y ves cómo está la gente, compañeros que, en este momento, con el parate de la cultura no tienen dinero para pagar ni siquiera su alquiler… Gente que no puede no salir a la calle porque no tiene plata para comprar comida para una semana. Si pensás en el otro... Las muertes que hubo... Se me murieron algunos amigos. Algunos por este bicho que nos humilla, otros por otras enfermedades. Ir a un sanatorio ahora se hace muy difícil. En fin, es la tristeza de lo que hay que empujar con esperanza pero que se hace muy complicado.
-En esta época en que se habla tanto sobre la muerte, ¿sos de pensar en ella o sólo se trata de vivir, como dice la canción de Fito Páez?
-Ninguna de las dos cosas. Desde chica, nunca tuve miedo a la muerte. Si me preguntaras estrictamente qué me pasa, me daría terror el deterioro de, por ejemplo, tener una enfermedad que me deje en una cama, que me deje con el esfuerzo de otros para que me ayuden a vivir. Eso sería terrible para mí. Pero morirse, bueno, es una costumbre que también tiene la gente, como dice Borges.
-¿Qué pensás del momento que vivió el cine argentino a raíz de la pandemia? ¿Crees que podrá recuperarse?
-Bueno, como el cine de todo el mundo. Si no vendés a grandes empresas, ¿cómo lo hacés? ¿Dónde das tus películas? ¿Dónde se puede hacer? Es la pregunta del millón y muy difícil de contestar. Pero ¿sabés una cosa? Somos tan creativos los argentinos… Hace muchos años, yo estaba en Cuba con Gabriel García Márquez, de quien tuve la suerte de ser amiga. Fue el año que fui a recibir el premio por La ciénaga, y los conocí a él y a su mujer, que fueron encantadores. Me contó una historia muy graciosa. Me dijo: "Siempre que vamos a hacer algo con un equipo de gente, decimos: 'Que venga un argentino'. Hace falta aunque sea para que haga lío. Pero es su creatividad la que nos hace falta". Hablo con Inés Estévez y lucha con sus canciones y su vida, también Mercedes Morán con lo que está haciendo con poemas. Se lucha, ¿viste? Pero es un difícil momento.
-Ya que mencionaste La ciénaga, hace unos días se cumplieron veinte años del estreno. ¿Qué significó ese trabajo con Lucrecia Martel?
-Lucrecia es una gloria. Crea unos climas que son maravillosos para la historia. Cuando se estrenó La ciénaga mandaron a un periodista y un fotógrafo del diario italiano Corriere della Sera. El periodista hizo una nota, después la leí porque me la mandaron y el título era: "La ciénaga, una película para la eternidad. Casi tan difícil de ver como de hacer". Y creo que es magia. No se puede explicar lo que pasa con los climas de La ciénaga porque cada vez que la veo siempre creo que va a pasar algo más. Es mágica la película y Lucrecia filma maravillosamente bien.
-Trabajaste con muchos integrantes del Nuevo Cine Argentino: Pablo Trapero, Daniel Burman, Luis Ortega, por nombrar algunos. Viéndolo a la distancia, veinte años después, ¿crees que provocó una ruptura y nuevas maneras de concebir el cine?
-A mí me encantaría apoyarte en ese pensamiento, pero pienso que en todas las épocas hubo descubrimientos. Torre Nilsson representaba a la Nouvelle Vague de ese momento, después vino Lucrecia... La que sobrevive es la gente que tiene talento. Y los grandes directores de otras épocas han hecho muchos bodrios y muchas cosas maravillosas. Los de estas épocas también hacen cosas gloriosas, porque el talento ocupa su lugar natural, y cosas que para mí no son tan buenas. Es difícil el tema del cine. El sentimiento y la mirada sobre una película depende de la cabeza de un director, y han habido muchas genialidades y bestialidades.
-¿Y cómo ves la cantera de cineastas mujeres que surgieron en los últimos veinte años?
-Las mujeres tienen un lugar privilegiado en este momento que, además, lo han ganado y son estupendas directoras. Algunas me gustan más, otras menos, pero me da mucha alegría. Ya es muy difícil filmar. En un momento dado, a una mujer también se le hacía más difícil. Si viviera, se lo podrías preguntar a María Luisa Bemberg cuando empezó. Y eso que era María Luisa Bemberg.
-También filmaste con directores que son clásicos. ¿Qué significó en tu carrera haber trabajado con cineastas como Leonardo Favio, Hugo del Carril, Lucas Demare, Raúl de la Torre y Leopoldo Torre Nilsson, entre otros?
-Es la vida. Por ejemplo, trabajar con Favio fue una gloria, como fue cuando empecé con Hugo del Carril, que era un hombre extraordinario, precioso, un cantante divino. Yo tenía 14 años cuando hice mi primera película. Nadie entiende mucho a los 14 años. Pero Favio, De la Torre o Torre Nilsson -y algunos más también- marcaron para mí una maestría. Fueron muy importantes en mi vida. También extraño a Alfredo Alcón de una manera que a veces me duele.
-En España, hace unos años, periodistas europeos eligieron El dependiente como una de las mejores veinte películas de todos los tiempos. ¿Cómo era trabajar en el día a día con Leonardo Favio?
-Era día a día diferente, pero al mismo tiempo muy entrañable. Él era muy sensible. Si no estás ahí, son cosas que no se pueden transmitir. Favio era un tipo que ponía amor en su cámara hasta a los personajes más nefastos que había. El dependiente tiene dos personajes terribles, que son la Señorita Plasini y Fernández, el personaje de Walter Vidarte, que estaba tan bien. No eran personajes queribles. Eran personajes terribles de una historia terrible y maravillosa. Y él le ponía en su cámara tanta piedad que hasta uno perdonaba cualquier cosa. Favio era maravilloso y seguirá siéndolo.
-Ya que lo mencionaste, siempre cuando se les pregunta a los artistas sobre Alfredo Alcón, hay unanimidad en que aprendieron al lado de él trabajando. ¿Cómo fue en tu caso?
-Fue un compañero con el que nos empujamos juntos. Siempre, sea bueno o malo el actor con que trabajes, es una maestría tener a alguien al lado, para bien o para mal. Alfredo era como su voz: alguien maravilloso. Y además, una persona extraordinaria, de una humildad y de gran un amor por el otro. Estuve todo el tiempo con él hasta que se murió. Incluso en su operación final, estuve siete horas esperando en el sanatorio a que él saliera. No podía tener la sensación de que él iba a irse. Era dramático para mí que él se fuera porque era los versitos, como él mismo decía cuando me llamaba algún día. Me decía: "Borges, voy a decir unos versitos en la calle". Porque él decía que la poesía no tenía seguidores, tenía amantes, y que no eran tantos. No es tan fácil la poesía. Entonces, yo iba a escuchar sus versitos que, en realidad, no eran versitos, eran poemas enormes de Machado, de Lorca. Y cuando terminaba alguna función decía: "Hoy no fui tan bueno". Era de una humildad tan extraordinaria.
La actuación
Filmar como religión
Graciela Borges dice que la actuación no le quitó nada en la vida pero que tampoco disfrutó en ciertos casos. “Esto es la realidad”, afirma. “Quizá me quitó haber sido chica y haber tenido prohibición de salir en esas salidas maravillosas que tienen las chicas a los 14, 15 o 16 porque había rigor en casa: ‘A esta hora salís y volvés a tal hora’. En eso mi madre era estricta. Pero, ¿disfrutar? En algunos films disfruté mucho, en otros no. No me parece que fuera muy fácil filmar, sobre todo según qué personaje fuera. No creo que sea una diversión. Creo que ni siquiera es un trabajo. Es como una religión. Uno lo hace, piensa que es el personaje, se lo mete adentro y después sigue caminando con ese personaje hasta mucho después que uno lo termina porque yo no sé actuar”, señala.
-¿Cómo? ¿Graciela Borges dice que no sabe actuar?
-Quiero decir que hay varias clases de actores. Hay actores que actúan. Laurence Olivier decía que él, en el acto que hacía "To Be or Not to Be” en Hamlet, se escuchaba. Quiere decir que él podía oírse porque estaba afuera del tema. Cuando yo hago un personaje, trabajo y trabajo y ensayo. En un momento dado, sé que soy la Señorita Plasini, por ejemplo, porque sé cómo camina, cómo es, y me convierto en la señorita Plasini. Si no trabajo de la verdad, mentirlo, actuarlo no me sale. Es otra cosa. Y están bien los que actúan. No me quejo. Hay gente que actúa y le sale bien. A mí me sale bien sentirlo, ser de verdad el personaje.