Desde Río de Janeiro. Hubo un abril, el de 1974, que se instaló en mi memoria como una fecha a celebrar.
Yo tenía 25 años, vivía en Buenos Aires, y a eso de las doce del mediodía me llamó Eduardo Galeano (foto). “Vuela al televisor”, me dijo. Y fue una sorpresa: aquel jueves las décadas del fascismo instalado por Antonio Salazar fueron fulminadas. La Revolución de los Claveles.
Hubo otro abril, el de 1996, que se instaló en mi memoria como pura indignación. Aquel miércoles 17, la Policía Militar del amazónico estado de Pará abrió fuego contra una marcha de poco más de tres mil manifestantes del MST – Movimiento de los Sin Tierra – en un pueblito llamado Eldorado do Carajás. Cumplían órdenes de sus superiores, que por su vez obedecían al entonces gobernador.
Diecinueve murieron en el acto. Tres, a los pocos días en hospitales de la región. Al menos otros 70 fueron heridos, muchos de ellos con secuelas permanentes. De los muertos, trece tuvieron sus cuerpos mutilados.
De los 158 policías que participaron de la Masacre de Eldorado, solamente los dos comandantes fueron juzgados y condenados. En 2012 fueron presos. El gobernador siquiera fue denunciado.
Pasado un cuarto de siglo, lo que cambió en la situación del campo en mi país fue para peor. Sigue el trabajo similar a la esclavitud, sigue la brutal concentración de tierras en pocas manos (60 por ciento de las tierras cultivables brasileñas pertenecen a uno por ciento del total de propietarios), sigue la desigualdad y la más cruel injusticia.
Con la llegada del ultraderechista Jair Bolsonaro a la presidencia, en enero de 2019, la reforma agraria, siempre lenta e insuficiente, fue sepultada. Y, por omisión o incentivo del gobierno, el medioambiente viene siendo destrozado de manera implacable.
Hubo un abril, el de 2014, que se instaló en mi memoria como un tajo en el alma. El jueves 17 – terrible coincidencia, misma fecha de la Masacre ocurrida dieciocho años antes en Brasil – Gabriel García Márquez cometió la indelicadeza de partir para siempre.
Su recuerdo sigue marcando por mis días y mis noches. Y de manera concreta recuerdo nuestros encuentros por el mapa pero, muy especialmente, en la cocina de la casa y en su estudio, que yo llamaba “Templo”. Mucho más que el oficio de escribir, de él tuve lecciones de las varias maneras de ver y tratar de entender el mundo y la vida.
Hubo un abril, el de 2015, que se instaló en mi memoria como un hueco sin fondo. El martes 13, en Montevideo, Eduardo Galeano, viajero incansable, partió en su único viaje sin vuelta.
Más que amigo, fue el hermano mayor que la vida me regaló. Luego de su partida, y a lo largo de meses, a cada vez que ocurría algo indignante o alegre, me flagré llamando a su casa de Montevideo. Hasta que entendí, con un dolor sin fin, que ya, que nunca más.
Hubo un abril, el de ese macabro 2021, que terminó con mi país destrozado bajo el comando de un Genocida y su pandilla de inútiles para otra cosa que no sea la complicidad con el horror.
Son más de 400 mil muertos por covid, y científicos y médicos aseguran que al menos la mitad podría haber sobrevivido si hubiesen sido adoptadas medidas elementales de protección y cuidado a la salud.
Solamente entre el primero de enero y el 25 de abril murieron más víctimas de coronavirus que a lo largo de todo el año pasado.
La perspectiva es que hasta fines de junio se alcance la marca de 500 mil muertos. De los 5.170 municipios brasileños, solamente 49 tienen una población de medio millón de habitantes.
Esa la dimensión de la tragedia. Del genocidio.
Más que nunca, siento que es urgente resistir. A las ausencias doloridas, a la indignación por la injusticia y la desigualdad que permanecen intocadas en mi país, a la mortandad llevada a cabo por un bando de abyectos que componen el peor gobierno de la historia.
Resistir para honrar a la memoria del Gabo, de su guardiana Mercedes, de Galeano y de todos los amigos que trajeron luz a mi vida, que permanecen intactos en mis recuerdos, y a quienes debo parte esencial de lo que viví y soy.
Alguna vez el sol volverá. Y con él, la luz y el calor.