Nuestro mundo jamás se ha caracterizado por la igualdad, en cuanto a su administración de bienes y servicios, ni en cuanto a Derechos y garantías, ni aun en su distribución o reparto del tiempo y el espacio. “Lo común”, podría decirse que es una declaración siempre inexacta, siempre sujeta a los efectos y condiciones desigualantes, históricos e innumerables. Pero es también una construcción y una búsqueda irrenunciable. La libertad no es entonces un bien del que disponer, ni un derecho o acceso al consumo, ni una expresión más de la propiedad privada, ni tampoco la capacidad de imponer deseos, ni la posibilidad de decir cualquier cosa exceptuándose de las consecuencias; sino la brecha que se construye singular y colectivamente cada vez que achicamos, disminuimos, desarmamos y combatimos el predominio de la desigualación, y construimos un “común”. Esta pandemia, una vez más, y en forma exacerbada, visibilizó que la desigualdad no es un sustantivo sino un verbo, no es un dato natural y estable sino una forma de distribuir recursos, entre los cuales también se hallan el espacio, el tiempo, las certidumbres, el futuro, la salud, etc. Se conjuga en acciones, se sostiene en políticas, se decide cada día. La vacuna y el cuidado mutuo y colectivo son el único modo hasta hoy de pelear contra este virus, y son también el territorio donde se disputa el ejercicio posible de “lo común” contra las maquinarias que construyen y amplian la inequidad, la injusticia y la desigualación.
La negación en el espacio común deja de ser un sustantivo y pasa a ser un verbo cuando se lo ejerce, y tiene una expresión paradigmática: negacionismo. El negacionismo es política, el mecanismo de defensa propio se erige en condena de los otros, pero también en la asunción sumisa de esa condena, interiorizándola, legitimándola, incorporándola en perpetua cárcel colonialista y pastoral, en el propio dominio intrapsíquico, aun poniendo en riesgo la propia vida. No debería sorprendernos tanto que no tenga límites y que raye la idiotez o el cinismo.
El negacionismo tiene una cara hoy que urge visibilizar, y que hace alianza con el cinismo amenazando con dinamitar el espacio en el que sobrevive la experiencia de lo común: la experiencia posible del cuidado mutuo y entre todos. Me refiero al negacionismo impune, a gran escala, el negacionismo que nos pone en riesgo potenciando el peligro que el virus representa al poner en jaque la confianza en el único medio del que hoy disponemos. La vacuna que aún permanece bajo la tensión de un reparto que busca discutir y achicar la injusticia de las corporaciones siempre desigualantes. Hay personas, hay medios de comunicación y hay políticas que juegan el partido inclinándose por lo segundo, con un desprecio por la vida que no sorprende pero que debería, debe, urge, tenga consecuencias.
El espacio de lo común es frágil, es lo que anhelamos permanezca, y lo que nos toca defender y ampliar cada día.
Están los que argumentan desde la lógica de los intereses y libertades individuales y estamos los que argumentamos desde la lógica de "lo común". Son lógicas diferentes. Lenguajes diferentes. Discutir con los primeros apelando a argumentos que corresponden a lo segundo es inútil. No les interesa, no forma parte de nada que les incumba. Y en eso son siempre absolutamente coherentes. No piensan en términos de derechos, ni de situaciones "comunes". No hay comunidad. Hay agrupamientos de intereses y sufrimientos individuales.
Lila María Feldman es psicoanalista y escritora.