La pesadilla explota cuando el país se queda sin “la vaca idolatrada”. No hay carne y cunde el hambre. Un grupo de amigos con Ramón Paz a la cabeza, “una banda de losers importantes”, son reclutados por el Ejército y llevados a orillas del Paraná con la misión de pescar surubíes para alimentar a la población. Comer a viejos trozados en una parrilla es la “nueva normalidad” caníbal. La urgencia por sobrevivir no le hace asco a nada en El gran surubí, novela distópica de Pedro Mairal, escrita bajo la forma del soneto, publicada por primera vez en 2012 en la revista Orsai, entonces con ilustraciones en color de Jorge González, editada ahora por Emecé con dibujos de Pedro Strukelj.
La arquitectura del soneto no es una novedad para Mairal, una forma que experimentó con los Pornosonetos que publicó bajo el seudónimo de Ramón Paz en 2003. El soneto tiene catorce versos de arte mayor, endecasílabos en su forma clásica. Los versos se despliegan en cuatro estrofas: dos cuartetos (cuatro versos cada uno) y dos tercetos (tres versos cada uno). El gran surubí comienza así: “quizá quería morirme no matarme/ dormir un año entero de corrido/ quizá quería no estar no haber nacido/ soñaba que llegaban a buscarme/ dos tipitos de azul tocaban timbre/ esperaban pacientes que me vista/ yo decía soy poeta soy artista/ me bajaban en un cajón de mimbre/ en ascensor riéndose tranquilos/ hablándome del juicio y sus ribetes/ sabían los detalles los aprietes/ protestaban por mis ochenta kilos/ despertaba de golpe transpirado/ largando un grito horrible estrangulado”.
Mairal (Buenos Aires, 1970) es autor de las novelas Una noche son Sabrina Love, llevada al cine por Alejandro Agresti, El año del desierto, Salvatierra y La uruguaya. También publicó el libro de poesía Consumidor final y sus relatos reunidos en Breves amores eternos. “El privilegio de trabajar por zoom con los talleres es que podés estar en cualquier lado. No es que me mudé a Uruguay, no sé si me voy a quedar, vamos a ver 2021 cómo sale. Ahora la frontera está cerrada, no se puede pasar por Fray Bentos. Cuando se pueda ir y venir, va a estar más claro. Ojalá pronto nos vacunemos todos y se pueda circular de nuevo”, dice el escritor a Página/12 desde Montevideo, la ciudad donde está viviendo desde noviembre de 2020, cuando lo invitaron a dar unos talleres.
-¿Cómo surgió tu interés por trabajar el soneto?
-Más o menos en 2002, 2003, cuando me trababa con la escritura de El año del desierto, al margen escribía unos sonetos, casi como una especie de sudoku, y eso me destrababa. Eran sonetos donde entraba toda la cosa berreta y antilírica en esa forma muy estricta del soneto del Siglo de Oro Español. Y así surgieron los Pornosonetos; el truco era en esa cajita muy clásica detonar cosas muy poco líricas que no tienen prestigio poético. Después me di cuenta de que no eran tan al margen porque llegué a escribir como trescientos. Y me quedó esa musiquita (soneto, en italiano, es sonidito), me quedó el endecasílabo del verso de once. Cuando quise escribir El gran surubí por entrega para Orsai, no me salía en narrativa. Tenía pensada la historia: a un equipo de amigos escritores los levanta una leva del ejército y los lleva al río a pescar unos surubíes gigantes; Martín Fierro y Moby Dick cruzados. Pero no me salía en prosa. ¿Por qué no intento que la figura narrativa corra en la forma estrófica del endecasílabo, como si el soneto fuera una estrofa en sí misma? Y salió el primero y el segundo y fue como escribir con un amigo porque me susurraba la respuesta: “Solo quiero contar eso que vi/ el río dios la muerte el surubí”. La rima te susurra al oído posibilidades y eso me destrabó por completo. Aunque parezca al revés, porque todo el mundo cree que te encorsetás con el soneto. No lo hice por esnobismo, "miren lo que puedo hacer", sino que no lo pude escribir de otra manera.
-Hay un guiño a Juan L.Ortiz en El gran surubí, ¿no?
-Todo lo que sea la zona, como llama (Juan José) Saer al litoral, ojalá esté ahí. Ojalá esté Juan L. y un poquito de El entenado de Saer con el canibalismo. Cuando el pez lo arrastra río arriba, se va metiendo en la zona del litoral. Juan L. era el viejo maestro zen para toda una generación de autores que lo iban a visitar, que cruzaban de Santa Fe a Entre Ríos. Hay algo que no entró en el libro y es un intento de mostrar cierta camaradería del grupo de amigos de escritores. Me hubiera gustado hacer charlas en el aura del sauce. Si hubiera sido una novela en prosa, quizás hubiera habido espacio para eso. Pero la pesadilla se comió todo. El soneto funcionó como una especie de acelerador de partículas que provocó que todo se volviera mucho más intenso y más rápido, un poco como en las pesadillas. El amor entre hombres se acelera en El gran surubí y se vuelve algo súper físico; hay escenas porno gay.
-¿Esta aceleración sucede también porque El gran surubí es un mundo sin mujeres?
-Sí, es un mundo sin mujeres. Eso aparece bastante en Moby Dick. Ismael mira a los compañeros de tripulación y piensa algo así como son tipos sin mujeres, sin madres, un mundo completamente masculino. Aparece esa sexualidad medio carcelaria entre hombres. En el libro no hay filtro y de golpe la violencia se convierte también en canibalismo. Yo estaba muy mal cuando escribí el libro, estaba pasando por un momento oscuro a nivel afectivo, y creo que se refleja en el libro. De hecho, el primer verso dice: “Quizá quería morirme no matarme”... En esa época no me quería matar pero quería morirme.
-¿Por qué la violencia es tan intensa en El gran surubí?
-La violencia del Estado contra el individuo está desde el Martín Fierro. Hablé con Hugo Sánchez, un poeta excombatiente de Malvinas. Él me contaba sobre las chapitas que les ponen a los soldados. Son dos chapitas: si se muere el soldado, le sacan una chapita, que va al registro, y la otra queda con el cuerpo. Las chapitas de los soldados argentinos no tenían nombre, tenían grupo sanguíneo solamente. O sea que esos chicos que a los 18 años los mandaron a Malvinas ya eran tratados como NN antes de morir: tenían grupo sanguíneo, pero no tenían nombre. Ese maltrato no es tan lejano. La violencia que hay en El gran surubí tiene que ver con la violencia histórica del Estado contra el individuo, que está desde Martín Fierro, y que se volvió a ver en la dictadura y en Malvinas.
-Hay un momento en el libro en que se esgrime la condición de ser poeta, de ser artista, para intentar sentirse protegido de esa violencia del Estado. Pero lo llevan igual...
-Nada lo salva. Lo levantó gendarmería y lo llevó. No se sabe bien qué es Ramón Paz, pero parece ser un poeta. La sensación es que nadie lo va a ir a buscar ni a salvarlo. Todo el círculo de protección y de contención que puede tener falló. Lo curioso es que damos por contada la civilización, aunque ahora con la pandemia se está poniendo en duda. Damos por contado que abrís la canilla y sale agua. Que vas al supermercado y hay comida. Que tocás una tecla en la pared y se prende la luz. Todo eso puede fallar; no hay que darlo por sentado. La barbarie está un pasito al costado; civilización y barbarie están muy cerca, y muchas veces los polos están invertidos y aspectos que se creen que son civilizatorios en realidad son bárbaros.
-¿El gran surubí tiene zonas de contacto con tus novelas Salvatierra y El año del desierto?
-Sin duda está el río, como en Salvatierra. Con El año del desierto comparte esta cosa distópica, la idea de la pesadilla de la historia argentina. En El gran surubí hay una situación de emergencia nacional. Desgraciadamente, cuando escribís cosas distópicas que tengan alguna raíz con lo argentino a veces coincide porque la Argentina está todo el tiempo pasando por ciclos de construcción y destrucción. Cada vez que se reedita El año del desierto -la publiqué en 2005- se lee distinto y eso es muy impresionante porque parece haber cosas muy premonitorias en esa novela, como cuando el año pasado vallaron capital y no se podía salir sin permiso. Había una cantidad de cosas que la gente que leía El año del desierto me decía: “¿cómo escribiste esto hace tantos años?”. Todo el encierro de la primera parte de la novela, la sensación de retroceso... Si había un robo a caballo en el conurbano, me escribían y me decían: “esto es El año del desierto”. La sensación de que algo va para atrás es muy cercana. En un mismo día podés hacer un recorrido y encontrarte con gente que vive en situación hiper precaria y llegar al futuro en una torre en Puerto Madero. Fabián Casas decía en una charla que veía a un tipo sin casa, llevando sus cosas en un carrito de supermercado, y él pensaba que para ese tipo el apocalipsis ya llegó. Entonces todo convive al mismo tiempo: a una persona le llegó el fin del mundo y otra persona está con su iphone en una especie de pantalla global super protegido. Todo esto es aterrador. Cuando escribo desde lo aterrador, sintonizo con cosas que están pasando.
-¿Cómo te trató la pandemia el año pasado? ¿Pudiste escribir?
-Los escritores estamos bastante preparados porque somos personas sedentarias que trabajamos más con el cerebro que con el cuerpo y algunos aspectos no cambiaron mucho. Pero sí es verdad que uno está equilibrando siempre la escritura, los momentos de concentración, con el juntarse con amigos, salir y charlar; un estímulo que se extraña mucho. Estar todo el tiempo frente a la pantalla es alienante. El año pasado escribí algunas crónicas. El gran guion de lo que estaba pasando era mucho mejor que cualquier cosa que pudieras inventar. Se sigue produciendo una cantidad de relatos impensados, distópicos, apocalípticos, a tal velocidad, que es difícil ponerte a inventar algo. Fue una etapa más de escritura de crónicas para mostrar cómo iba cambiando la vida cotidiana. Como todavía no terminó esta pandemia horrenda, tampoco hay un final para esa serie de crónicas. No sé si esas crónicas conforman un libro.
-¿Cómo imaginás el mundo después de la pandemia? ¿Los escritores van a volver a viajar, o la virtualidad llegó para quedarse y limitar los viajes, congresos, festivales y ferias del libro, porque es más barata la tecnología que pagar al escritor un pasaje y estadía una semana en Madrid, Frankfurt, Guadalajara, o donde sea?
-Hay cosas que son irremplazables. La veo a mi pobre niña de 8 años asistiendo a la escuela por zoom, y está recibiendo la parte más dura y aburrida de la escolarización. Falta jugar en el recreo, hacer amigos, correr... La escuela sin eso no tiene ningún sentido. No puede durar mucho tiempo la escolarización por zoom para los chicos. De la misma manera, no sé los festivales cuánto sentido van a tener. No le pondría la palabra festival a algo que sucede por zoom. Un festival literario por zoom lo entiendo ahora como la única manera de hacer cosas, pero es un poco como bailar con la hermana, ¿no? Es cerveza sin alcohol. Los cuerpos, cuando interactúan, están haciendo mucho más que lo que pensamos. Hay algo que sucede a nivel físico con los cuerpos. Aunque no se toquen, pasan cosas con el conocimiento y la comunicación que no suceden en una pantalla. Si gran parte de la comunicación humana va a suceder a través de una pantalla, estamos jodidos, porque el otro no es otro en la pantalla. La gente ahora usa filtros y fondos falsos, y falta muy poco para que eso se perfeccione y se elija el avatar de lo que fue el mejor momento de esa persona y sea el avatar el que interactúa. Eso es el fin del mundo como lo conocemos. Es otra cosa que va a empezar a suceder. Quizás ese avatar sobreviva y siga dando entrevistas. O hasta incluso hace entrevistas.
-Y hasta puede escribir libros...
-Creo que eso no va a suceder nunca. Hay robots que intercalan versos y los riman, pero el algoritmo nunca va a tener humor. El humor prefabricado nunca es muy gracioso. El algaritmo no va a tener cierta incorrección e ironía. Estas cosas que son un pasito al costado, el algoritmo todavía no las capta. La lectura y la elaboración fina todavía no la van a poder replicar. Esperemos que no...
-Si el algoritmo logra replicar lo más fino, sería el fin del mundo tal como se lo conoce, ¿no?
-Cuando las máquinas escriban novelas, hagan películas y empiecen a soñar y a tener quizá una individualidad, no quiero estar acá para verlo (risas).
En cine
El futuro de "La uruguaya"
La directora Ana García Blaya dirigirá la película La uruguaya. Pedro Mairal, autor de la novela publicada en 2016, cuenta que el proyecto está en la etapa de guion, pero que ya están trabajando en la producción. El escritor y editor Hernán Casciari armó una comunidad de productores asociados cuando en diciembre del año pasado lanzó una convocatoria para sumar aportantes a la financiación colectiva de su debut como productor cinematográfico de Orsai Audiovisuales. Mairal, que integra el dúo musical Pensé Que Era Viernes con Rafael Otegui, estima que la filmación en Uruguay arrancará en agosto. El alcance y funcionamiento de la financiación colectiva fue explicado por Casciari. “Si durante el primer año desde el estreno, La uruguaya es vendida a una o a más plataformas de entretenimiento en cualquier idioma como Netflix, HBO, Amazon o Disney, o si la película se emite por streaming de pago, o si gana premios en festivales, el dinero recaudado se va a repartir, íntegro, entre los productores asociados”, anunció el autor de Más respeto que soy tu madre.