Estamos atravesando la segunda pandemia del siglo XXI. Sin embargo, nos seguimos preguntando: ¿aprendimos algo de la primera que ocurrió en 2009? Una lección que debería habernos quedado, es que en las pandemias nadie gana: todos, ciudadanos y gobiernos, perdemos.
La comunicación en salud tiene mucho que ver con la capacidad o incapacidad de reducir la ansiedad que generan estas situaciones.
Las pandemias son epidemias globales. Pareciera que esta simple explicación aún no fuera comprendida del todo. La pandemia no pasa solo en nuestro barrio, provincia o país. Se hace difícil comprender la magnitud de algo que parece sencillo. Nos pasa a todos los habitantes del planeta, al mismo tiempo. Con similares características, con respuestas parecidas, vivamos en el lejano oriente o cerca de la República Oriental del Uruguay.
La comunicación en salud - y más específicamente en este caso la comunicación de riesgo-, es una herramienta poderosa para poder acompañar a las sociedades en momentos críticos.
Puede constituirse en una de las medicinas más valiosas que los Estados ofrezcan a los ciudadanos: proveer información en materia de salud pública, de calidad, oportuna, veraz y transparente, que les permitan tomar buenas decisiones sobre su propia salud y la de sus seres cercanos. La buena comunicación en salud, salva vidas.
Para la OMS, los cinco elementos clave de la comunicación en estas situaciones críticas son la generación de confianza, la transparencia desde el minuto cero de comenzado el evento, la formulación de anuncios tempranos, la escucha atenta de la sociedad para no dejar de responder las preocupaciones del público y por último, la planificación antes de las crisis.
En 2009 en la Argentina vivimos dos graves momentos sanitarios: la mayor epidemia de dengue que había vivido nuestro país hasta ese momento y luego la llegada de la pandemia de gripe A (H1N1).
Una mala política sanitaria y comunicacional de la mano de la entonces ministra Graciela Ocaña, llevó al país a un desastre de enormes proporciones sanitarias en el comienzo de la pandemia en abril de 2009.
Su falta de capacidad al frente de la cartera nacional puso a la Argentina en una crisis inédita. La entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner le pidió la renuncia y puso en funciones al médico sanitarista tucumano Juan Manzur, hoy gobernador de su provincia.
Las primeras medidas fueron rápidas: se estableció el adelantamiento de las vacaciones de invierno para mantener cerradas las escuelas y para que los pacientes de riesgo queden eximidos de concurrir a sus trabajos y reducir la circulación de las personas, para controlar los contagios. Se convocó a las sociedades científicas, a los expertos más relevantes en la materia y a los ministros de salud de todas las provincias para establecer. Se reforzó al sistema de salud con el envío urgente de respiradores y elementos sanitarios a las provincias, se realizó en tiempo récord la compra internacional del antiviral oseltamivir que Ocaña no había contemplado, pese a las recomendaciones internacionales.
Pero ¿cuál fue la principal medida comunicacional? Decir la verdad acerca de la cantidad de personas contagiadas en el país. Poner en blanco sobre negro cuál era la magnitud real del problema.
No eran 3.000 o 5.000 casos como reportaba Ocaña. El nuevo ministro dijo: “hay aproximadamente 100.000 casos de personas infectadas en el país”. Fue un shock para muchos. Pero esa era la verdad y eso ajustó la percepción social a la situación real del sistema sanitario.
Así de compleja pero contundente debe ser la actitud de los funcionarios durante una pandemia. Decir la verdad de lo que ocurre, y decirla rápido. Aunque duela. Aunque no tengamos toda la información a mano en el momento, y eso implique asumir la incertidumbre de cómo va a seguir transcurriendo la pandemia, porque no tenemos todas las respuestas. Ni las vamos a tener en el corto plazo.
Esta nueva pandemia es aún mucho más compleja y exigente: ya llevamos más de un año soportándola como parte de nuestra vida cotidiana. Nos pone a todos en la necesidad permanente de contar con certezas, de que alguien nos diga cómo y cuándo vamos a salir de este atolladero. Y eso, a la luz de cómo se va complejizando, sigue siendo imposible.
Lamentablemente, en estos casi catorce meses en los que el mundo entero ve cómo se caen las economías y colapsan los sistemas de salud -aún los más avanzados del mundo-, todavía no vemos con claridad cuál es la luz al final del camino.
Por ahora no sólo las vacunas son las únicas herramientas que nos llevan a un desenlace más o menos feliz. La desigualdad en la distribución de vacunas en el mundo deja ver cuáles son los problemas que enfrentan los gobiernos de los países más pobres. Ya no sólo la escasez de vacunas es el problema: los sistemas de salud ya se están comenzando a resentir por la falta de insumos básicos como el oxígeno o medicamentos sencillos -corticoides- para el tratamiento de la enfermedad.
La pandemia está dejando en lo comunicacional algunas lecciones, que quizás muchos gobiernos, periodistas, políticos, y empresarios todavía no estén dispuestos a tolerar: debemos asumir que aún no se conoce todo acerca de la epidemia. Nadie tiene hoy la llave para abrir el cofre del tesoro. Debemos afrontar y enfrentar colectivamente los dilemas, ponerlos sobre la mesa y debatirlos. Las epidemias evolucionan permanentemente y son imprevisibles. Hay que dejar siempre una ventana para lo que puede cambiar, para encontrar soluciones a lo que no esperábamos.
En Argentina el presidente Alberto Fernández asumió desde el primer momento el reto de comunicar de frente, tomó nota de la necesidad de hacerse cargo de la incertidumbre y sigue enfrentando, de cara a toda la sociedad, el desafío de decir la verdad aunque a muchos no les guste. Sin minimizar ningún dato.
La discusión sobre si las clases presenciales deben mantenerse o restringirse por algunas semanas, tapa y silencia la real magnitud del problema: la circulación masiva de personas agrava la capacidad de replicación de contagios.
Apenas asumió su cargo, la ministra de Salud, Carla Vizzotti puso a disposición de toda la sociedad un monitor para mostrar los datos de la campaña de vacunación y la situación epidemiológica. Y eso le permite a cualquier ciudadano tener herramientas para contrastar lo que se difunde en los medios, lo que se repite en tono mercenario.
Este gobierno enfrenta a un gran desafío: hablarle a una sociedad cansada, preocupada, que en algunos grupos poblacionales niega la complejidad del problema, que está enojada, con una enorme influencia negativa generada por los medios.
Si bien la mayor parte de las sociedades en el mundo pasan por similares niveles de preocupación y alteración, en la Argentina hay un doble problema: Fernández está dando la batalla al virus con una oposición que pone permanentemente piedras en el camino, que tergiversa y confunde, que manipula la información en detrimento de la verdad y la salud.
Es imperativo que podamos otorgarle sentido y valor a la verdad. La única manera de hacerlo es seguir diciendo con entereza lo que pasa, mostrando los indicadores que más duelen pero que. son los que muestran la magnitud del problema que enfrentan todos los países del planeta.
Que podamos salir de esta pandemia sin ignorar al prójimo, sin intentar conseguir la salud solo para nosotros mismos, será el gran desafío de los próximos meses. Y de los próximos años.
* Periodista especializada en salud pública y en Comunicación de Riesgo en Brotes, Epidemias, Emergencias y Pandemias.