Tras la derrota por 1-0 de Boca ante Unión en Santa Fe, algunos apresurados sostuvieron que el equipo había tocado fondo y que la mayoría del cuerpo técnico que lidera Miguel Angel Russo era partidario de salir del club cuanto antes por lo irreversible de la situación y el desgaste de la relación con el vicepresidente Juan Román Riquelme y el Consejo de Fútbol.

Tres semanas más tarde, a nadie se le ocurriría poner en duda la estabilidad de Russo y su vínculo con el máximo ídolo del club. Boca enhebra una serie de cinco triunfos consecutivos (tres por la Copa de la Liga, dos por la Libertadores), logró clasificarse para los cuartos de final de la competencia local y si derrota a Barcelona en Guayaquil (o al menos no pierde), tendrá resuelto en buena parte su pase a octavos en el plano continental. Sin contar que también está en los octavos de la Copa Argentina, en los que enfrentará a River en fecha y lugar a designar.

Boca está vivo en los tres frentes que encara. Y además, Russo, a quien se lo acusaba diariamente de no tener respuestas para solucionar los problemas futbolísticos de su equipo, parece haberlas encontrado en el armado de un mediocampo juvenil en el que Alan Varela (19 años), Cristian Medina (18) y Agustín Almendra (21) aportan la rapidez, el muy buen juego y la llegada al área rival que estaban faltando. Y desmienten, de paso, el aserto de que la camiseta azul y oro pesa demasiado como para que se la calcen unos chicos inexpertos.

A Boca sólo lo tranquiliza ganar. Las fauces de ese monstruo grande se alimentan con triunfos. Y mientras eso suceda, mandará la calma, y las internas y las operaciones políticas serán acalladas por el peso indiscutible del éxito. Nadie discute a los ganadores hasta que les toca perder. Y cuando Boca pierde, reaparecen los profetas de la derrota. Aquellos que, por lo general en público, acostumbran a contarle las costillas a jugadores, cuerpo técnico y dirigentes. Y que están esperando que el equipo patine en cualquiera de los tres frentes (y mucho más en la Copa Libertadores) para reaparecer con su mensaje que a nada y a nadie deja en pie.

Boca es el terreno en el que se sostiene una lucha política que trasciende el verde césped. Mauricio Macri y Daniel Angelici quieren recuperar las posiciones de poder que tuvieron en el club hasta 2019 y cuentan con recursos económicos y mediáticos para hacerse sentir. Juegan al desgaste de la gestión Ameal-Riquelme. Y en ese contexto debería entenderse la reciente renuncia a su cargo del vicepresidente primero Mario Pergolini. Suponen que a ellos les irá mejor y que más chances tendrán de volver, cuanto peor le vaya a Boca en todos los planos. Desde lo futbolístico, se debería ser prudente tanto ahora que al equipo le va bien como antes cuando le iba mal. La política lleva todo a los extremos. Por eso se dice lo que se dice. Sin pensar que a veces en el fútbol, el éxito y el fracaso dependen sólo del pique caprichoso de una pelota.