En 2014 desembarcó MasterChef en la televisión argentina. Por entonces, los cocineros del jurado eran Germán Martitegui, Donato de Santis y Christophe Krywonis. El lugar de conductor que hoy ocupa Santiago del Moro lo ocupaba Mariano Peluffo y en lugar de estrellas y famosos de la música, el fútbol y la televisión, los participantes eran un muestrario muy propio de los castings de Telefé orientados hacia las historias de vida de la gente común, prototipos que en un par de años se convertirían mayoritariamente en estereotipos: los modélicos emprendedores que supimos conseguir con el macrismo.
Hoy, la estrella gastronómica está apagada, Palermo Soho rumia su mal humor, todos aprendimos la poética del take away y el discreto encanto de reducir la felicidad a un pedido ya que se satisface ya (lo pedís lo tenés) y mientras llega el delivery esperamos que comience el show.
Nunca a horario, con una impunidad bastante llamativa en pleno declive de la pantalla grande, comienza el show. MasterChef Celebrity 2 es un Big Show asociado a las proteínas, las endorfinas, los sabores y los colores. Si durante años Mirtha Legrand fue fustigada por “comer plata” delante de los pobres a la hora del almuerzo, ¿qué deberíamos decir de lo que se "desperdicia" en el mercado, en las mesadas y las hornallas más famosas del país en estos días de tarjeta alimentaria? Y, sin embargo, el alimento “espiritual” que deja el programa compensa en parte esa falta de timing social que, por otra parte, no es privativo de MasterChef sino que campea por todos los canales y programas, cada vez más alejados de la vida real.
Hechas las salvedades de rigor, hay que decir que por lejos se trata del único programa que ha logrado atraer genuinamente la atención del público en este años y pico que va de pandemia, haciendo que muchos televidentes regresen al ruedo del vivo, al menos por un rato, y posterguen Netflix para después de medianoche.
En verdad, si reviso mi propia chicana acerca de comer delante de gente con necesidades, habría que agregar que hay una dimensión consolatoria que está funcionando exactamente al revés en estos tiempos en que las personas en general, más allá de sus condiciones materiales de existencia, necesitan un plus compensatorio de placer frente a una por ahora indetenible marea de dolor y duelo colectivo.
En esas horas de la noche, salvo para los negadores, que no descansan ni un minuto de su obstinada negación, suben la angustia, la ansiedad, la incertidumbre. Esa profusión de alimentos, esa variedad de verduras y frutas, condimentos y especias (no importa tanto si luego alcanzan la perfección culinaria), traen alegría, calor de hogar, nostalgia de encuentros, y no está nada mal.
Los tiempos cambiaron demasiado desde aquel primer MasterChef 2014 que adaptaba el norteamericano de Fox a la Argentina. “Cuando cocinas a presión, consigues la perfección” era la divisa del cocinero escocés Gordon James Ramsay, el gran inspirador de todo esto. Y, sin embargo, hoy ir por ese lado no parece la opción más apremiante, ni la más correcta, ni la que prefieren los participantes. Hay otro espíritu. Cambio de época.
Ya había empezado a insinuarse en MasterChef Celebrity 1: participantes como Boy Olmi se negaban a aceptar el rigor disciplinario del stress de cocina, la divisa de Ramsay. Otros, declarados vegetarianos, pusieron en peligro la obediencia ciega del cocinero que, si tiene que degollar a un chancho en vivo, lo hace sin chistar, y de yapa probar el plato antes de servirlo.
Martitegui –representante local de la ortodoxia a la Ramsay- queda un poco desfasado frente al tano buena onda y el permisivo Damián Betular, y hasta debió invertir el lema guevarista (en su caso: “enternecerse sin perder la dureza") para no quedar tan seco frente a la sensibilidad desbordada de casi todos los participantes. Una escena de hondo dramatismo se vivió en la emisión del 29 de abril (¡Día del animal!), cuando hubo un cuasi piquete de la abundancia encabezado por Daniel Aráoz, al enterarse de que debían hervir los caracoles cuando todos sabemos que se los cocina aún con vida. El cambio de clima y el cambio de época se coló en MasterChef sobre todo dejando en evidencia el avance atronador del veganismo en el mundo (y que ya más de una vez obtuvo alguna respuesta cruel y revanchista, poniendo un animalito con sus rasgos todavía bien delineados sobre la mesada). La cuestión masculino-femenino –verdadero tema en las cocinas reales de los restaurantes, los bares, los hospitales- también se reflejó en distintas ocasiones, con cruces entre jurados y participantes mujeres, a las que se las estereotipaba como hacedoras de postres de tías solteronas o abuelas mitológicas. Ni hablar de la actualidad pandémica: fijarse si este o aquel tiene bien puesto el barbijo, las transgresiones que de pronto todos vemos que se producen y seguramente dejamos pasar consolándonos con un “están todos hisopados”. Y ¡ni qué hablar! de algunas otras señales que finalmente hacen que MasterChef sintonice a full con este tiempo que nos tocó atravesar.
Personas famosas, que uno presupone bastante acomodadas en sus casas con jardines, arremangándose para cocinar como símbolo de que –perdón veganos- son tiempos de correr la coneja, sobre todo en el rubro teatro, cultura y medios. Si hay que ponerle más aceite de oliva a la emulsión, se le pone. Y finalmente, nosotros.
Nosotros mirando comida. Nosotros viendo comer en Masterchef. Nosotros necesitamos de un jurado que nos certifique no sólo que eso que están probando está rico, o por lo menos comestible, sino simplemente que eso existe, que no es virtual. Nosotros viendo comer una comida que se nos hace necesariamente virtual y sobre la que alguien podría perfectamente estar haciendo una mímica más o menos convincente. ¿Podría concebirse una conexión más profunda con estos tiempos zoom?
Eso sí: el toque argento y populista siempre se cuela entre los sabores exóticos por más virtualidad en la que nos encontremos inmersos. Y, esta vez, no pasa tanto por los cortes fabulosos de la carne de vaca, por la insistencia en una gastronomía local o por el casting de la gente común, sino por ese espíritu popular que hizo que en la primera temporada ganara Claudia Villafañe, tantos años la doble de riesgo del mito mayor.
Ahora, resucitados de sus diversas cenizas, ahí están Carmen Barbieri con su gesta del regreso del coma farmacológico, Juanse esta vez dispuesto a mostrar que es más que un león herbívoro, Andrea Rincón en lucha contra la adversidad. “¿Sabés cuántos animalitos hice en el taller de cerámica en las tres internaciones psiquiátricas?” lanzó al aire, en la frase más memorable que se escuchó hasta ahora cuando tenía que hacer animalitos encima de cup cakes.
Ellos y nosotros como sobrevivientes de la pesadilla que estamos viviendo.