Frenesí, novedad, raíz y experimentación. A fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, en Buenos Aires, las vanguardias del Instituto Di Tella, el pop de la ropa que se vende en Galería del Este, los happenings de artistas visuales como Marta Minujin y Alberto Greco, conviven con el triunfo del cinturón rastra y el poncho criollo, que llegan a París de la mano de Paco Jamandreu, el modisto de Evita. Tradición y vanguardia se tensan en distintas áreas de la creación. El diseño se hace más democrático, aunque no tanto.
En ese contexto, tal como un poco antes lo hace con el Nuevo Cancionero su coprovinciana Mercedes Sosa, una decidida Mary Tapia desembarca en la gran ciudad. En su caso, el propósito es estudiar teatro. Pero en un enroque acaso inesperado para ella misma, ese objeto del deseo que son las tablas de la escena deviene tablas para diseñar, cortar, coser y desplegar unas puestas performáticas inéditas de ropa original, muy nac & pop.
Costurerita que da el (¿mal?) paso, Mary Tapia aguanta sus trapos como una guerrera y, cuando muestra esa pilcha tan suya, rompe con los desfiles de la alta costura convencional. Generosa, violenta a veces, risueña hasta la carcajada, con una rabiosa intensidad, llena de ganas. No es una más, sino una pionera del diseño nacional, al proponer una mirada contemporánea y distintiva, que -y aquí está la clave- rescata los textiles del noroeste, sobre todo el barracán.
Hablamos de un género que surge de los telares del norte profundo, donde habita la gente de la tierra que transforma el pelaje de los animales de su entorno en cálidas, abrigadas, resistentes y rugosas lanas y lanillas. “En Buenos Aires, la última moda no llega nunca. Porque recién seis meses después hay que ponerse lo mismo que usan las europeas. En cambio, qué bárbaro lo que hacen nuestras kollas, o las mujeres del Paraguay, o las indias de Zuleta”, dice tras un viaje a Villarica de 1966 en el que se enamora del barracán.
Nace en Monteros, en los años treinta, a los catorce años trabaja en una fábrica de medias femeninas, luego viaja a Buenos Aires y estudia actuación con los grandes maestros: Hedy Crilla, Inda Ledesma, Carlos Gandolfo, Agustín Alezzo y Juan Carlos Gené. Se casa en el 61 con el artista plástico Oscar Smoje, se separa y concibe con Jorge Zanada, segundo marido y estudiante de cine, a su única hija: Eva, alias Bimba. Su desfile inaugural es Pachamama Pret-a- Porter y se celebra en 1967, en el Instituto Di Tella, por convocatoria de Jorge Romero Brest. Llama la atención su performance en la casa de baños sauna Colmegna, donde muchachos con sus torsos desnudos rodean a las chicas que exhiben la ropa, verdadera protagonista del efímero espectáculo. Llegan los viajes a Nueva York, París y Milán, los reconocimientos y premios, aunque cuerpo y corazón regresan siempre a los pequeños mercados del NOA.
Tapia, que muere temprano un 10 de junio de hace diez años, aporta una galantería que florece en su indumentaria, al aunar la producción manual de mujeres y hombres del altiplano con los géneros europeos. Y la ropa que crea resulta tan linda y “ponible” que hoy, trascendiendo esa idea que asocia la moda con lo evanescente, sigue cautivando. Por su belleza, lejana a las imposiciones de la industria, por su refinamiento y por su practicidad. Es urbana, sí, pero remite deliberadamente a los orígenes precolombinos de nuestra historia.
“La moda acompaña esta realineación, mostrando una vuelta a la estética de la vestimenta autóctona. Manuel Lamarca y la original Mary Tapia anticipan con sus creaciones esta tendencia”, escribe en su libro Historia de la moda argentina (del miriñaque al diseño de autor) la socióloga Susana Saulquin. “Era una gran conocedora de las diferentes texturas y profunda investigadora de lo folclórico”, aporta una de las creadoras de la carrera Diseño de Indumentaria en la UBA sobre esta verdadera precursora que recoge y actualiza experiencias que con tejido indígena lanza su antecesora Fridl Loos en los años cuarenta.
El tiempo de su apogeo es el del maquillaje acentuado, los jeans acampanados, las maxi/midi/mini y las pestañas y pelucas naturales o de kanekalon. Algunas de sus clientas y amigas son la periodista de moda Felisa Pinto, la cineasta Maria Luisa Bemberg, la actriz Marilú Marini, la colega y escenógrafa Renata Schussheim y quien fuera embajadora en Caracas y en Londres, Alicia Castro, que le trae textiles de Latinoamérica mientras vuela para Aerolíneas Argentinas. Su ropa sigue tan vigente que, más allá de las merecidas muestras que se realizan en el Malba (una retrospectiva, Identidad criolla, en 2006) y en el Museo de la Historia del Traje (Intima Mary Tapia en 2018), la cantautora y actriz Charo Bogarín, entre otras mujeres, luce ahora sus diseños sutiles y fascinantes.
“Guardo mucha ropa de ella. Son organismos vivos: los ponchos de sus últimos tiempos. La moda Tapia no pasa de moda. Las piezas, de colección, se miran con los ojos de hoy y se resignifican, mostrando que sus diseños son siempre del presente. Formas y texturas que vienen del pasado, nos atraviesan para quedarse y proyectar nuestras miradas, como flechas, al futuro”, cuenta la escritora Sofía González Bonorino, amiga de Tapia y directora de la revista Cuarta Prosa.
“Sus objetos están hechos de tiempo. Tiempo del amor, tiempo de las tejedoras, tiempo de la lana y del atardecer. Las manos que van y vienen”, continúa González Bonorino. Y Mary Tapia, con la aguja y los ojos cansados, dibujando, cortando y cosiendo, inclinada sobre su mesa de trabajo. Cuántas veces la habré visto así, al llegar a su casa de repente, entusiasmada con alguna nueva novela que leíamos después en voz alta, con la infaltable copa de vino tinto, hasta la madrugada. Mary es una creadora viva que, como un fragmento de la mejor literatura, provoca con sus diseños múltiples lecturas”.
“Conocí su producción en 2016, a través de Sofía, que tiene una colección preciosa de ponchos, vestidos y tapados”, cuenta la compositora formoseña. Justamente, al cumplirse cinco años de la muerte de MT, la Charo, el fotógrafo Seedy González Paz, González Bonorino y la diseñadora de zapatos Silvie Geronimi, le rindieron homenaje con una producción fotográfica y un video que dan cuenta de la vigencia de su ropa. “Nos pareció importante recordarla por su aporte, por su mirada, por trabajar con lo heredado y por dejarnos un legado. El arte debe ser expresión del lugar de uno; con un lenguaje teñido por esos colores, olores y sonidos del paisaje. La obra de Tapia remite a su territorio, transmite el orgullo de lo nuestro, de pertenecer y ser parte de esta cultura de sangre nativa, mestizada con lo negro, lo indígena y lo europeo a la vez. Tan fusionada en su estilo, ella integró una variada paleta de etnias, fue criolla y moderna”, destaca Bogarín, princesa guaraní desde que en 2000 supo en su Clorinda natal que es tataranieta del cacique Guayraré.
“Permanencia y atemporalidad”, así define Vicky Salías, directora del Museo del Traje, la obra de MT, “un personaje revelante en la historia de la moda de nuestro país”. Y revela que, para la realización de la muestra que curó junto con Bimba Zanada en San Telmo, tuvo presente “su idea de una identidad nacional diferente de las tendencias internacionales”. Para esa expo, “muchas de las piezas que exhibimos eran préstamos de clientas que aún usan sus prendas y están en perfecto estado de conservación. Creo que Mary logró un producto de tanta identidad, que se transformó en algo totalmente fuera de tendencias o estilos de época. Con ella intentamos desmitificar la idea de pieza de museo como algo ya perimido, o fuera de tiempo. Mostramos también contemporaneidad”.
Una maga vital, creadora de maravillas, apasionada por la literatura, flexible en contraposición a la dictadura de la opinión, cuenta González Bonorino. “Nos unía también cierto dolor por el hecho de estar vivas. El último libro que leyó, el que estaba sobre su cama la noche antes de morir, fue Un espíritu prisionero, de Marina Tsvietáieva, poeta demoledora. Mary era muy inteligente, se daba cuenta de todo. Tenía un corazón noble, era orgullosa, valiente. No recuerdo haberla escuchado quejarse nunca. Amaba desesperadamente la vida. El día que me entierren quiero que en la lápida diga: Muero bajo protesta”.
Agradecemos la colaboración de Male Wilfrido, Bimba Zanada, Sofía Nicola y Tota Reciclados para la realización de esta nota.