En 1995 vi esta obra en el Centro Cultural Recoleta. Era una muestra que reunía el trabajo de tres artistas británicas: Helen Chadwick, Cathy De Monchaux y Cornelia Parker. Había sido expuesta en la Bienal de São Paulo el año anterior y estaba girando por algunas ciudades de Argentina y Brasil. La muestra se llamaba Something the matter. Es una expresión que se usa para decir "Algo malo (o algo raro) está pasando". El título juega con el doble sentido de la palabra “matter” que significa “materia, sustancia, cosa” y también “algo que importa”. Era una muestra profundamente feminista, porque las tres artistas trabajaban con materiales cotidianos muy cargados de significación. Retorcían la materia para construir otra cosa: objetos que dislocaban las relaciones y sentidos sociales de cada material. Los productos de limpieza se revelaban y embellecían para intoxicarnos en el caso de Chadwick, y los ornamentos palaciegos se transformaban en elementos eróticos y tortuosos, en la propuesta de De Monchaux.
Cornelia Parker presentaba una instalación, que para mí se convirtió en una especie de fetiche, hasta el día de hoy, cuando vuelvo a evocar una y otra vez imágenes de explosiones en mis búsquedas visuales e investigaciones. La memoria no es lineal, es sorprendente ver como vuelven, se releen y retoman situaciones y sensaciones que parecían lejanas. Cold dark matter es una instalación que reúne un montón de pedazos, astillas de maderas y fragmentos de objetos cotidianos estallados: botas de goma, elementos de jardinería, fragmentos de una bicicleta, etc. Todas estas partículas rotas y un poco quemadas cuelgan del techo, armando un cúmulo flotante de cuatro metros de diámetro aproximadamente. En el centro hay una bombita eléctrica como única iluminación en la sala. Lo cual provoca un teatro de sombras proyectado sobre las paredes, piso y techo del lugar. Como espectadora, podía entrar en la instalación y sumar la sombra de mi cuerpo en la situación. Cornelia Parker había hecho estallar un galponcito de madera lleno de cosas. Una cabaña donde se guardaban herramientas, materiales de jardinería y otros elementos para los arreglos del hogar. Me llamó la atención que a alguien se le ocurriera dinamitar algo así para hacer una obra. Me pareció un gesto violento y sumamente poético a la vez. Debe haber sido un ritual para ella: necesitar destruir algo para poder construir otra cosa. Al entrar en la instalación sentí que todo estaba dicho, sin palabras, en esas maderas y plásticos rotos, bellos y sórdidos. Un big bang precario, sin efectos especiales, colgando de unas tanzas.
Cold dark matter (Materia oscura fría) es un concepto que usa la física para describir un tipo de materia oscura, que no se pudo percibir ni registrar hasta el momento, pero se intuye y deduce que existe. Es un tipo de materia que permanece suelta en el universo, no puede formar objetos porque no tiene interacción electromagnética.
Me pregunto ¿Por qué la figura explosión me conmueve y provoca tanto magnetismo? Hay algo especial en la observación de su movimiento expansivo, liberador de energía, orgásmico. Se siente en los oídos, se escucha y retumba en el cuerpo. Esta obra suspende en el aire el material que duró pocos segundos en flotación. Pero no intenta “reconstruir el momento”, sino dar cuenta de una transformación y de todo lo que podemos hacer a partir de la dislocación abrupta y minuciosa de un espacio-objeto de la vida cotidiana. La materia se ve sometida a una serie de procesos. Es también el estallido de la vida doméstica.
Puedo enumerar una pequeña colección íntima de estallidos, que tal vez comenzó en ese encuentro casual del Recoleta. El final de la película Zabriskie Point de Michelangelo Antonioni. Donde la explosión de una casa es filmada con diecisiete cámaras y tiene música de Pink Floyd. La caleidoscopía que nos regala el cine nos hace sentir estar nadando-flotando ahí adentro. Las imágenes ralentizadas nos permiten ver lo que los ojos no llegan a percibir. Estamos adentro y devoramos el paisaje, en lugar de observarlo. Somos parte. O cuando observamos las pinturas de la artista etíope-norteamericana Julie Mehretu, que hace estallar los paisajes urbanos en sus pinturas de gran tamaño con alta fuerza centrífuga.
Sigo masticando el momento en que todo se derrama y mezcla, para destruirse, reconfigurarse o dispersarse. Todo estallido nos deja la pregunta por el después. ¿Caen en algún lugar las partículas? ¿O continúan flotando eternamente? ¿Alguien las recoge? ¿Qué hacemos con ellas? Hace años que llevo adelante la práctica de recoger fragmentos de cosas dispersas, para retorcer esos signos e intentar nuevas sintaxis, neologismos visuales los llamaría Mehretu. Las esquirlas flotan, giran, vibran, se retuercen y gozan, caen, decantan cicatrizan, sedimentan. Imprimen. Se produce una transformación, un cambio en el estado de la materia, la imagen y sus sentidos.
Es mi deseo, que las obras de arte y prácticas artísticas funcionen como detonantes, que hagan estallar y abrir algo de manera tal que transformen nuestra materia, nuestros modo de estar, sentir, pensar.
Julia Masvernat nació en Buenos Aires en 1973. Es artista visual y docente. Estudió Diseño Gráfico en la UBA. Desarrolla una obra visual con materiales industriales y artesanales, procesos analógicos y digitales:objetos, pinturas, dibujos, videos e instalaciones. Ensaya una geometría deforme y revuelta, que surge a partir de la observación de los accidentes geográficos y ritmos urbanos. Realiza también instalaciones audiovisuales con tecnologías precarias. Obtuvo un premio por su proyecto Luciérnaga sonora en multimedia experimental (2008). Actualmente da clases en la carrera de Diseño Gráfico en UBA. Integró el Taller Popular de Serigrafía, el Laboratorio Audiovisual Comunitario, el grupo de sombristas Nocturama. Forma parte de la asamblea Nosotras Proponemos y del colectivo de arte, activismo y feminismos La Lengua en la Calle. Su trabajo se puede conocer en www.juliamasvernat.com.ar