Olympia es favorita, a primera vista favorita. Olympia espera con fervor centinela una mueca en la boca ajena y abre la suya para decir su texto a tiempo, condición invariable de las mejores actrices secundarias.
“Gracias por responder a mi pregunta” le dice Rose Castorini (Olympia) al novio de su hija, Johnny Cammareri (Danny Aiello). Es de noche, está desanimada y quiere saber por qué los hombres son infieles. “Por miedo a morir”, responde Johnny. Rose lo escucha, se enciende y le agradece, ya sabe qué va a decirle a su marido cuando lo vea. Un periplo sentimental en un instante, una orgía de peces de colores que nadan en prosa asteroide, estamos en dominios de Olympia.
Esta escena de agradecimiento es una escena de Hechizo de luna (1987), la película por la que Olympia ganó un Oscar como actriz secundaria interpretando a la madre de Loretta (Cher). La chica Strong Enough no fue hija única, Olympia también fue la madre de Dustin Hoffman y de Joseph Bologna (impensado teniendo en cuenta la poca diferencia de edad entre ellos), de Kirstie Alley y lo hubiera sido de Meryl Streep si no hubieran sacado sus escenas en El difícil arte de amar.
Su mamá y su papá habían nacido en Grecia, ser griega era para ella ser quien era y era también ser una extraña asediada por la prepotencia cultural de los Estados Unidos, “quizás la libertad no es pertenecer”, repetía cada noche sobre el escenario en una obra que Martin Sherman había escrito para ella. Olympia la favorita, la demócrata feminista, defensora de causas ambientales, ícono gay con desfile incluido en una marcha de orgullo en San Francisco y la voz que enamoró al papá de Homero Simpson, escribió en 2003 Pregúntame de nuevo mañana: Una vida en progreso, una autobiografía convertida en best seller.
En 2011 protagonizó Cloudburst, la historia de dos mujeres enamoradas (viven juntas desde hace treinta años) que se escapan a Canadá para poder casarse antes de que la nieta de una de ellas la interne en un geriátrico. “Miré la película en posproducción y apenas pude reconocerme” le dijo a un periodista en alguna rueda de prensa después de que un crítico dijera que había creado a un Walter Matthau lésbico y mal hablado.
Tuvo tres hijxs y cuando le preguntaban qué cosas le gustaban contestaba: “la tarta de espinaca, estar enamorada de mi marido (con quien vivió más de cincuenta años y fundó dos compañías de teatro, el actor Louis Zorich), hacer las cosas que tengo ganas de hacer -no estoy diciendo que siempre tenga la razón, pero en su mayor parte la tengo- y no quejarme.” Para Olympia quejarse era tirar basura a un pozo infinito por eso incitaba a sus alumnos de teatro a que no se quejaran y salieran a buscar una obra y un bar donde pudieran hacerla con amigxs, “comiencen el proceso, agárrenlo”.
En el recorrido biográfico aparecen años de teatro: Sófocles, Eurípides, Chéjov, Brecht, Pirandello, Ibsen, Lorca, Shakespeare y naturalmente, O'Neill y Tennessee Williams y de cine, un cine que tardó en darle crédito. La primera vez frente a cámara fue una paciente psiquiátrica (1964), después fue la madre de más de uno y una mujer que probaba perfumes. Cameos alejados, extra entre los extras. En lista incompleta recordamos a Ruth, la mujer que le consigue un trabajo en fusiones y adquisiciones a Melanie Griffith en Secretaria ejecutiva, a Clairee Belcher, la viuda rica de Flores de acero, la descomunal Bette Tremont, esposa de Jack Lemmon en Mi viejo y a la Yocasta del coro en Poderosa Afrodita. Pequeñas grandes apariciones que nos dejan con ganas de más.
Murió hace pocos días, el 20 de junio iba a cumplir noventa años, la edad que festeja Anna Madrigal (Olympia), la anciana trans que hizo de su casa un refugio para la comunidad LGBTQ en Historias de San Francisco, la miniserie basada en las historias de Armistead Maupin con Laura Linney, Elliot Page y Jen Richards (haciendo de Olympia joven). Ver la escena de ese festejo, esa torta inmensa con noventa velas que sus hijxs en multitud (Olympia siempre es madre) le prepararon para la fiesta inventa la celebración que junio no tendrá pero que la pantalla hace eterna, privilegios del cine que nunca sopla las velas del todo. Sarduy decía que “la muerte no está ni más allá ni más acá. Está al lado, industriosa, ínfima”, el cine lo sabe por eso cuando sale a escena el mundo de las películas se apaga y se cierra por un rato, solo por un rato.