“¡Perdón por la demora en responder! Estuve muy ocupado terminando mi nueva serie, Just A Spark On Journey From The Dark. Jonathan”. El que firma, al final de un brevísimo texto escrito en puño y letra en lápiz negro sobre papel, no es otro que Jonathan Richman, el fantástico cantautor que, a punto de cumplir setenta años de edad, continúa expresando su arte de la misma manera en que lo hacía a los dieciséis, cuando andaba por el centro de Boston con su primera remera de artista a rayas blancas y negras horizontales y una guitarra que su padre había ganado en un bingo, preguntando a quienes se cruzaba si querían escuchar sus canciones y prometiéndose que el día en que eso se convirtiera en un trabajo simplemente renunciaría. Lo hizo: pocos años después renunció a la Warner cuando le exigieron que tocara sus éxitos, y esa misma intransigencia lo llevó, con los Modern Lovers primero y como solista después, por un camino a contramano de cualquier moda. Bob Dylan lo llamó el Bertold Brecht de Norteamérica, los hermanos Farrelly lo invitaron a ser el juglar que guitarra en mano narra desde adentro la película Loco por Mary, y Todd Haynes lo invitó a participar en su documental sobre Velvet Underground que estrena este año. Pero siempre fiel a la promesa que se hizo desde adolescente, esa frescura de sus comienzos es la misma que sostuvo hasta el día de hoy. ¿Quién más si no podría conjugar de manera tan natural la música devocional hindú con una oda a la pizza fría?
Mucho de eso hay en la nueva serie a la que hace referencia, un podcast subido por su sello a Bandcamp (por ahora bajo la modalidad pagar para escuchar) donde estrena canciones, lee poesía, cuenta anécdotas y entrevista amigos. Y la demora en responder que menciona refiere al año que pasó desde que recibió una serie de preguntas enviadas por mail a su discográfica, una botella al mar lanzada para saber en qué andaba y consultarlo un poco más acerca de su carrera. Pero se sabe: reticente desde siempre a hablar sobre su obra, las entrevistas con Jonathan son todo un género en sí mismas. Para empezar, no le gustan mucho. Y menos las telefónicas, así que pide que le envíen las preguntas por escrito. Pero no tiene ni nunca tuvo computadora o celular ni quiere participar de la vida online, así que responde a mano sobre una hoja que luego faxea de vuelta a su discográfica. Hace unos días, cuando ya la nota había quedado en el olvido, llegó el mail con la foto del texto en cursiva en el que, previsiblemente, contaba algunas impresiones de su visita a nuestro país en 2010 y poco más. Pero muchas de las respuestas que esquivó asomaron tanto en el programa como en las líneas que escribió para el booklet del disco con los primeros ocho episodios, así que no queda más que juntar piezas para armar un poco mejor el rompecabezas de ese misterio tan cabrón como encantador que es Jonathan Richman.
“Mis recuerdos más grandes de la visita son el paisaje diferente al fin de la ciudad, y después del espectáculo en el teatro comiendo pizza bastante tarde en el restaurante al otro lado de la calle. ¡Eso estuvo divertido!”, escribió (así, en castellano). En uno de los textos de su libro Ahora o no, Juan Manuel Strassburger, quien acompañó al músico durante los días de aquellos dos entrañables recitales que dio en nuestro país, cuenta que si bien Jonathan no habló mucho esa noche –no suele hablar mucho después de sus shows– quedó tan encantado con esa pizzería que antes de irse saludó uno por uno a los cocineros. Pero vamos a lo nuevo: las canciones que estrenó en Just A Spark... se mantienen a tono con las del fantástico Sa! (2018), su último disco a la fecha y uno de los mejores de su carrera, tal como el precioso Because Her Beauty Is Raw And Wild (2008), otro punto alto de estos últimos años en los que además de la música profundizó en otros intereses artísticos: “Me gusta pintar cuadros con acuarelas, óleos, pasteles, y también hago albañilería”, escribió, haciendo referencia tanto a su pasión desde siempre por la pintura (que dejó en claro en canciones dedicadas a Picasso, Vermeer o Van Gogh) como al aprendizaje de ese oficio con el que se dedica de manera artesanal a la creación de patios, hornos y paredes de jardín. También desde hace un tiempo estudia el sánscrito, un interés directamente relacionado con esa aproximación personal a la música devocional que comenzó en Ishkode, Ishkode! (2016) y que continua en Sa!. Así es como entre piezas como la divertida “Cold Pizza” (“Podés comerla de la caja a la mañana/ con una Coca sin gas/ no es malo ni bueno/ es lo que es/ Y basta/ Ya sé que es harina blanca”) o la bellísima “Seven Minutes of Dreaming” (en la que aborda esa tensión siempre presente en su obra entre el viejo y el nuevo mundo), también aparecen otras como “My Inner House”, “I Am the Sky” o “Silence”, basadas en cantos hindúes de poetas milenarios como Rumi.
Suele decirse que con su banda The Modern Lovers anticipó el punk a comienzos de los ’70, pero lo cierto es que cuando el punk explotó decidió abandonar la electricidad y se puso a escribir canciones acústicas de tono infantil con títulos como “El abominable Hombre de las Nieves en el supermercado”, para luego continuar con una obra en la que ya lleva veinte discos relatando las derivas agridulces de la vida en los suburbios. ¿Cuál es su opinión sobre ese punk del que muchas veces lo llaman “padrino”? Bueno, esa pregunta la salteó. Rick Ocasek, líder de The Cars, contó alguna vez que en aquellos años las audiencias se dividían entre aquellos que ninguneaban a Jonathan, los que reían de él y los que seguían su performance como hipnotizados. Otra de las preguntas lo consultaba acerca de esas reacciones. Tampoco la respondió, pero sí lo hizo en las líneas finales del texto que escribió para el disco: “Quizás más importante que encontrar una escena sea una actitud de indiferencia hacia lo que otros piensen de tu obra. Que se rían. Que abucheen. Que te ignoren. Que se acostumbren. Si les gusta lo que hacés, bien, y si no también. ¡No desesperen!”. Y debajo de eso deja su dirección postal para aquellos que quisieran escribirle. Avisando, eso sí, que habrá que esperar por su respuesta.