La pandemia covid-19 trajo consigo un mundo de dudas e incertidumbres pero en el terreno educativo ayudó a visibilizar por lo menos una certeza: las y los maestros son irremplazables.

Lejos de los discursos tecnocráticos que desde hace tiempo vienen anunciando una escuela sin maestros ni maestras y de las intenciones de una gobernadora de querer reemplazarlos por “voluntarios” en el inicio del ciclo lectivo 2017, la escuela es y se hace con maestros y maestras.

Las y los docentes no son meros instrumentos o intermediarios, no “capacitan”, no “informan”, no “entrenan” sino que, como trabajadoras y trabajadores intelectuales transmiten el legado de las culturas a las jóvenes generaciones. Trasmiten aquello que como sociedad hemos acordado democráticamente que es valioso de ser trasmitido y lo hacen de tal manera que, quienes lo reciben, en un acto emancipatorio puedan hacer con dicho legado lo que deseen. Por ello, las y los maestros son irremplazables. Y también lo es la escuela porque es allí donde se sostiene y se construye un horizonte de igualdad sin el cual ningún proyecto de sociedad es viable.

Oposición

El reciente decreto presidencial que, ante el significativo aumento de casos diarios y la potencial saturación del sistema de salud, suspende las clases presenciales en el AMBA ha generado una reacción de rechazo en un sector social.

¡Quiero que mi hijo/a tenga su clase presencial y la quiero ya! ¡No le roben la educación a mi hijo/a! Entre mensajes furiosos que se expanden por las redes, convocatorias, niñas/os con pancartas, cacerolas capitalinas y bocinazos, algunos medios de comunicación incitan primero, reproducen y amplían después, un malestar particular en el que lo que se deja ver no es lo que parece.

Rechazo que, si bien es cierto, es en muchos casos sobreactuado y motorizado por discursos irracionales e irresponsables de una parte de la oposición, se entrama, sin embargo, en una concepción social preexistente y allí radica parte de su efectividad.

Toda política pública expresa, por definición, la tensión entre el interés particular y el interés general, entre lo común y el deseo individual, entre lo que es de todas y todos y lo que es mío, solamente mío. Indagar las motivaciones últimas de dichas protestas ayuda a visibilizar la tensión y a pensar las concepciones subyacentes que son el terreno fértil en el que se cultivan muchos de los odios modernos.

Protesta

¿Por quién protesto? ¿Lo hago en defensa de los derechos de todos y todas las niñas, niños y adolescentes, especialmente de aquellas/os a quienes más afecta la suspensión de la presencialidad por la falta de conectividad, equipos adecuados y condiciones de vida?

¿Por quién protesto? ¿Estoy dispuesto a postergar mi presencialidad por el cuidado de la salud de la comunidad?

¿Por quién protesto? ¿Puedo verme en el rostro de los Otros o la realidad social es un espejo que solo refleja el mío?

¿Por quién protesto? La triste respuesta es que, se mire por donde se mire, protesto por mí, solo por mí y estrictamente por lo mío.

Por mí, porque entiendo a la sociedad como un conjunto de individualidades y yo soy una de ellas. Por mí, porque me han convencido de que cada uno debe preocuparse por lo suyo, cuidar su quintita.

Por mí, porque si yo pude tener todo lo que tengo, todos pueden.

Por mí, porque mi libertad individual está por encima de cualquier forma de igualdad o fraternidad. Por mí, porque no dependo de nadie, no necesito de los otros.

Presencial

Las protestas por la “presencialidad” son una nueva expresión de las viejas formas de mirarse el ombligo, de no poder ver que nada de lo que suceda en un día común de nuestras vidas, puede realizarse sin la intervención de los Otros. Ni comer, ni vestirse, ni caminar por la vía pública, ni entretenerse, ni descansar. En todo están presentes los otros. 

Cada acto aparentemente individual y aislado tiene como condición sine qua non el trabajo silencioso (y, por lo general, mal pago), regular y permanente de quienes dependemos, de quienes hacen que mi vida, sea como es. Pero no pueden ni quieren verlo.

¡Quiero que mi hijo/a tenga su clase presencial y la quiero ya! Disfrazadas mediáticamente de luchas “por la educación del pueblo o los derechos de los niños/as” sólo se reclama por lo suyo.

¡Quiero que mi hijo/a tenga su clase presencial y la quiero ya! No pueden (quieren) ver los lazos sociales, porque para algunos/as la sociedad solo es un conjunto de individualidades que, dicho sea de paso, es un viejo invento de la Modernidad.

¡Quiero que mi hijo/a tenga su clase presencial y la quiero ya! No pueden (quieren) ver que siempre dependemos de los Otros, de lo que los otros hagan o dejen de hacer. Que los Otros no son solo parte de un acto de consumo, sino principalmente de producción, de trabajo, de cooperación social.

¡Quiero que mi hijo/a tenga su clase presencial y la quiero ya! La vida social excede a mi vida social, es algo bastante más complejo que el cómodo lugar que tengo. Una muy buena conectividad no siempre significa estar conectado con los Otros ni con la realidad.

¡Quiero que mi hijo/a tenga su clase presencial y la quiero ya! Pero no. Esta vez, habrá que esperar, que ceder, que acompañar.

El Estado, que es una de las tantas expresiones de lo común, de lo que es de todas y todos, no puede priorizar la individualidad sino los lazos sociales, las solidaridades, lo que nos une, lo que nos constituye como comunidad. Y, ante la posibilidad de la saturación del sistema de salud, es lo que está haciendo.

* Docente ISFD Nº41. UNLZ FCS (CEMU).

[email protected]