“La Argentina es un país-velorio”, dice Bernardo Cappa. También sugiere que “siempre se dirime el poder sobre un cadáver”. Sin que sean explícitas, estas sentencias arman el espeso clima de su última producción, El cuerpo de Ofelia, escrita junto a Pedro Sedlinsky. Está basada en Hamlet –”la obra sobre la política moderna”, coinciden ambos–, pero no es una versión, sino “un corte en el mito”. “Cortamos Hamlet como si fuera un cuerpo. Lo abrimos. Hicimos el tajo en el inicio del acto V”, explican. En rigor, el clásico de Shakespeare no fue siquiera el punto de partida.
Cappa, quien había montado en Andamio 90 Es un sentimiento, fue invitado a estrenar allí otro trabajo. En un momento supo que el velatorio de Alejandra Boero había sido en la sala. Después se enteró que la actriz y directora –fundadora de Andamio, en 1990– también se llamaba Ofelia. Fueron estas “coincidencias” las que lo llevaron a meterse con Hamlet. O a meterse en. “No me interesan los clásicos por sí mismos”, aclara. Aquellas coincidencias tampoco se explicitan en la obra. Es común en los espectáculos de este director que elementos que no se perciben claramente en la ficción hayan sido esenciales en su construcción. Pero lo cierto es que se transmiten y se respiran.
Entonces, El cuerpo de Ofelia (sábados a las 20 en Paraná 666) es el velorio de Ofelia, con el ataúd colocado exactamente en el mismo lugar en el que estuvo en 2006 el de Alejandra Boero. Es una obra de fuertes resonancias políticas, con un original trabajo sobre el espacio –el verdadero punto de partida– y que incorpora personajes inventados, ajenos a la historia original. “Dos mujeres que pertenecen al mundo real y que quedan atrapadas en el mito”, definen Sedlinsky y Cappa. Son una médica forense que busca un cuerpo que falta en la morgue judicial y una joven que nadaba en la misma pileta en la que Ofelia se suicidó.
“La obra no ocurre en ningún lado. Ocurre en Andamio 90. Y tampoco se dice. Pero no es la escenografía de un lugar. El espacio no representa otra cosa que no sea a sí mismo. Así que trabajamos mucho sobre los planos de Andamio 90 y su información”, cuenta Cappa. La puesta está pensada para que la obra transcurra en tres planos. “No creo que me haya metido con un clásico, fue más la posibilidad del espacio y el hecho de tener una imagen clara, que es el velorio. A partir de ahí empezamos a desplegar la ficción. Lo que tiene de bueno Hamlet es que, al ser el mito claro, la gente ya lo vio, más o menos asocia: se le murió el padre, el fantasma le dice que lo tiene que vengar… podés ficcionalizar con mayor tranquilidad, sin necesidad de la referencia”, explica.
Un puñado de dirigentes rodea la ceremonia de despedida de la chica muerta. “En un momento, cuando ensayábamos, la idea era más realista: éste era el teatro de un club”, revela Cappa. Sedlinsky, que se sumó al proyecto por su carácter de “especialista en Hamlet” –como lo define el director– agrega que, al final, optaron por quitar la conexión con el entramado del fútbol. “Y nos quedamos con procedimientos más cinematográficos. Trabajamos más con estas dos mujeres que entran en la ficción y con lo onírico. El mundo de (David) Lynch nos rondó. Y la intención de tomar algo de la actualidad, también. Hamlet es una obra muy política y decidimos que nuestro espectáculo también lo sea”, destaca. El libro Actores y soldados. Cinco ensayos hamletianos, del filósofo y politólogo Eduardo Rinesi, los ayudó en ese objetivo. “El fútbol quedó como textura de imaginario, como tono nada más”, resume Cappa.
Y entonces llega esa sentencia que sería el corazón de este Hamlet como cuerpo abierto y tajeado: “Lo que me movió es que en la Argentina siempre se dirime el poder sobre un cadáver. Tiene esa singularidad, nunca se sabe dónde está el cuerpo, qué pasó bien… A (Alberto) Nisman lo podrían haber matado los extraterrestres. Todo puede haber pasado. El cadáver de Eva, que fue violado… hasta que lo volvieron a encontrar… todas unas locuras… Lo mismo que el de Perón”, reflexiona el director. “‘Desaparecido’ es una palabra que inventa la Argentina. Videla dice ‘los desaparecidos son una incógnita’ y ahora (Darío) Lopérfido te hace develar la incógnita. Te dice, ‘¿a ver? ¿Cuántos eran? ¿8 mil? Me parece que hicieron mal la cuenta. Háganla de nuevo’. ¡No me hagas hacer cuentas hijo de puta! No se trata de eso. Es una psicopateada, un procedimiento de construcción simbólico, en el que avanza el poder. Lo mismo pasó con el Indio (Solari). Que murieron siete, que dos, que tres. Que fue un infarto. Que ¡no!, se tropezaron.” Los dramaturgos se empeñaron en “poner en juego aspectos emocionales que hicieran posible una lectura política”.
“No hay política sin emoción. Hay una distribución emocional que sostienen las leyes del poder. Todo eso nos resultaba muy interesante, y Hamlet es ideal”, plantean. El espectáculo, que viene agotando entradas en los últimos fines de semana, tiene un elenco numeroso, compuesto por Aníbal Gulluni, Antonella Bessone, Diego Gens, Gastón Courtade, German Parmetler, Jorge Prado, Maia Lancioni, Mayra Melina Galván, Micaela Racciatti, Natacha Delgado y Pablo Chao. Hay además músicos en escena (Damián Ferraro y Emiliano Salvatore). “Me interesa el valor romántico del teatro”, expresa Cappa. “Generar unas reglas para que el espectador imagine que está en otro lado. Se expande un poco la realidad, se estira, parece más grande. La idea es profundizar en el hecho de que uno acepte eso que está pasando ahí, que es tan falso: dos mujeres están atrapadas en el mito de Hamlet. Exagerando, para mí el teatro es un lugar donde tenemos la posibilidad –y no sólo la necesidad– de creer en algo. Mientras tanto, la realidad demuestra que no se puede creer en nada.”
La Argentina de Mauricio Macri interactúa con El cuerpo de Ofelia, aseguran los autores. “Uno trabaja en la época en la que está. Y se tiene que plantar ante una situación de abuso y avasallamiento. En la obra, esas cosas están flotando”, afirma Sedlinsky. “La ficción mata. El Gobierno está inventando una ficción que genera muerte. Y hay gente que la está empezando a creer”, opina Cappa.