Argentina genera cada día, en promedio, poco más de un kilo de basura sólida por persona. El residuo plástico llega a 13 millones de kilos anuales. Este descarte de consumo termina en alguno de los 5.000 basurales a cielo abierto que hay en el país. Así, sólo aumenta el acervo de contaminación ambiental.
Desde las universidades públicas trabajan en distintos proyectos e investigaciones para abordar esta problemática. Tal es el caso de la Universidad Nacional del Comahue (UNComa) que realizó una extensa encuesta para conocer las prácticas en los hogares sobre el tratamiento de los residuos plásticos; también está el reconocido trabajo de E-Basura, impulsado por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), en el que reciclan equipos electrónicos para donarlos; o el del Instituto de Física de Materiales (IFIMAT) de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN), que desarrolló ladrillos livianos de plástico o telgopor.
¿Qué hacemos con el plástico?
Según los expertos, la responsabilidad sobre el tratamiento de los residuos plásticos es compartida entre los Estados, las empresas y la sociedad.
El Grupo de Investigación y Divulgación de los Efectos de la Contaminación por Plástico (INIBIOMA) realizó una encuesta de alcance nacional para conocer más detalles sobre el rol del público consumidor. Mariana Fasanella, Karina Speziale y Micaela Buteler, miembros del equipo de trabajo, destacaron que la encuesta “fue muy alentadora” porque tuvieron más participación de la que esperaban: Fueron 10.733 respuestas de personas de las 23 provincias y CABA.
Las investigadoras destacan que “lo más alentador fue saber que la gente está dispuesta al cambio”. En las respuestas se encuentra interés por el tema. Para graficar, el 83 por ciento de los encuestados respondió que hace cosas para consumir menos plástico en sus hogares. Otro dato positivo es que el 86 por ciento aseguró que considera muy importante que haya una ley de regulación de los desechos de un solo uso.
“El principal problema es que el plástico no se biodegrada”, precisaron las especialistas. Lento, se desintegra en partes microscópicas. A su paso, contamina agua, suelo, aire y se aloja en los organismos. El efecto en la fisiología ha sido documentado para los vertebrados e invertebrados marinos. Recientemente, estudios en modelos de ratón concluyeron sobre los efectos nocivos en la microbiota intestinal de los mamíferos, en la toxicidad metabólica y celular.
Las consecuencias fisiopatológicas de la exposición, aguda y crónica, a micro y nanoplásticos en el sistema de los seres humanos aún no están claras. Pero, aclaran, “los estudios en animales demuestran que la ingestión de microplásticos tiene un efecto tóxico”. Los nanoplásticos demostraron, en el laboratorio, que pueden penetrar en las células y migrar dentro del organismo causando, también, efectos tóxicos.
La fisiología humana no queda exenta de la exposición al desecho plástico. Se produce en gran parte por ingestión, ya que los micro y nanoplásticos se encuentran en bebidas y alimentos, y en muchos tipos de envases. También de una manera menos definida, a través de la inhalación.
Las especialistas enfatizaron que la responsabilidad frente a esta creciente problemática “debe ser compartida entre todos los actores sociales”. Además, puntualizaron que “el Estado debe regular la producción y el uso” del plástico.
“El Estado también es el responsable de gestionar el manejo de los residuos sólidos urbanos: evitar que lleguen al vertedero y puedan reciclarse. Debería financiar investigaciones y proveer incentivos a las industrias, es decir, desarrollar y promover alternativas sustentables. También, educar a la población sobre los problemas que causa la contaminación”, añadieron.
Para las empresas, a nivel mundial se gesta un cambio en la regulación. La “Responsabilidad Extendida del Productor” (REP) exige a los productores de elementos de plástico que se hagan cargo de sus ítems luego de que hayan sido utilizados. Las normas ISO incorporan cuestiones como los análisis de ciclo de vida o impacto de un producto.
También están los consumidores, que pueden impulsar cambios, como elegir productos sin plástico o que se pueden reciclar. Buscar productos más sustentables. Reutilizar todo lo que sea posible, reciclar.
“La regulación es compleja”, reconocieron y agregaron que “existe consenso a nivel mundial en prohibir el uso de elementos descartables que no tienen un gran impacto en la vida cotidiana, como sorbetes, removedores, utensilios y vasos descartables”. En este punto, explicaron que regular el plástico de envoltorios de alimentos es más difícil: “No hay alternativas industriales, económicamente viables y ambientalmente sustentables. Es necesario fomentar variantes que funcionen para los productores y los consumidores”.
Es cierto que al plástico se lo considera inerte, por eso se lo trata como si fuese inocuo. Sin embargo, puede contener aditivos que se desprenden. La manufactura incorpora compuestos que hacen al plástico más flexible, duradero y transparente. Los más conocidos son el bisfenol A (BPA) y los ftalatos. Aunque son muchos y no hay manera de saber cuáles son, ya que los materiales que contiene el plástico no se encuentran listados.
Principalmente si hay cambios de temperatura, se liberan compuestos como el BPA, que pasa a los alimentos y es ingerido. Se ha reportado que, al calentar un recipiente de plástico con agua a 40°C, algo del BPA se transfiere al líquido. Además, un estudio realizado por el Instituto Nacional de la Salud de Estados Unidos (NIH) demostró que el 93 por ciento de las personas evaluadas contenía BPA en su orina. En dosis muy altas, estos productos químicos podrían alterar el sistema endócrino. Tanto el BPA como los ftalatos se acumulan en animales y pueden afectar a su reproducción y desarrollo. Aunque, los compuestos análogos alternativos tienen una toxicidad muy similar al BPA.
Los estudios toxicológicos con animales y humanos han demostrado que algunos de estos aditivos son potenciales carcinógenos, neurotoxinas y disruptores endócrinos.
Del impacto ambiental al social
E-Basura comenzó en 2009 en la UNLP como un proyecto de extensión universitaria de la Facultad de Informática, con alcance local. Desde 2017 es un programa oficial de la universidad que cuenta con reconocimientos y convenios internacionales.
Su acción concreta es reparar computadoras para donarlas a entidades sin fines de lucro. Así, cuidan el medio ambiente y contribuyen con la alfabetización digital. Viviana Ambrosi, directora del proyecto, le contó al Suplemento Universidad que los “principales obstáculos” que han enfrentado tienen que ver con el espacio. Por la variedad de acciones que llevan a cabo, el lugar siempre les queda chico. La docente-investigadora agregó que conseguir los equipos también puede ser desafiante. Por eso consideró que “es importante lograr que las empresas, al hacer un recambio tecnológico, tengan interés en donar los equipos a E-Basura”.
Para Ambrosi, abordar el problema requiere informar al público sobre la basura electrónica y su tratamiento. En este sentido, amplió que “la principal forma de combatir el problema es la educación” porque –afirmó- “si la sociedad desconoce el problema y su repercusión en la salud seguirá tirando las cosas en lugares incorrectos”.
Incorporar el conocimiento para reutilizar antes de reciclar, de eso se trata. Esto implica extender o aprovechar la vida útil del equipamiento electrónico, luego reciclar. También, encontrar recicladores que trabajen de forma correcta, con los procesos correspondientes para no contaminar ni al ambiente ni a los trabajadores. La docente remarcó que también “es importante mostrar que hay iniciativas de re funcionalización de equipos, que tienen un componente de ayuda social” como E-Basura.
Este proyecto superó las expectativas de sus creadores, un equipo interdisciplinario de la UNLP. En estos años, no solo cosecharon reconocimientos internacionales, también desarrollaron una planta piloto experimental de residuos electrónicos en conjunto con la Unión internacional de Telecomunicaciones, parte de la ONU. Para Viviana y su equipo “reciclar tecnología y donar a instituciones de bien público” es uno de los logros más relevantes de E-Basura. “Más en esta época de COVID, donde resalta la necesidad de conectividad tanto para estudiar como para trabajar”, enfatizó.
Ladrillos sustentables
En el Instituto de Física de los Materiales de la UNICEN, los investigadores Diego Velázquez y Marcelo Stipcich crearon dos tipos de ladrillos de hormigón que reemplazan el uso de piedras: uno con plástico y otro con telgopor.
Diego Velázquez puntualizó que uno de los principales objetivos es “la reinserción al mercado productivo local de plásticos no reciclables en la ciudad de Tandil, mediante el desarrollo de hormigones livianos para uso en la construcción”. Otro objetivo es generar puestos de trabajo con la fabricación de estos productos.
Los ladrillos de IFIMAT tienen ventajas frente a los tradicionales: “Tienen menor densidad, lo cual abarata el transporte y facilita la manipulación en obra; son mejores aislantes térmicos, y tienen mayor ductilidad, es decir, que se deforman mucho más antes de romperse, lo que brinda mayor resistencia ante vibraciones o temblores”, señaló el investigador.
El proyecto está en vinculado con una fundación y con una Pyme locales para desarrollar la fabricación hogareña a pequeña escala. No es necesario equipamiento muy sofisticado para desarrollarlos, aunque la mano de obra debe estar capacitada.
En línea con la producción de hormigones livianos que incorporen plásticos no reciclables localmente, IFIMAT avanzó en el desarrollo de pisos y revestimientos con materiales de estas características. Mientras, encara la creación de paneles ultra livianos para construcción en seco.