Son varios bastidores suspendidos del techo que ocupan dos salas. Cada uno está articulado con otro mediante bisagras. Están en contacto, en roce, en cercanía entre ellas, suspendidas con sogas, amarradas con poleas. Todos azules. Cobalto, ultramar, talo. Ningún azul es igual a otro. Se completan con tres pinturas antropomórficas, cuyas medidas coinciden con las del cuerpo de la artista: una está suspendida; la otra, sujeta por un choker en el cuello y la tercera, acostada y vestida ¿Una pintura se ve como un cuerpo cuando se vuelve cosa? ¿Cuánto es capaz una pintura de sostener su estado? ¿A quién se parece? ¿Cuánto movimiento genera el no movimiento?
Es un viernes por la tarde. Mientras toma té en su casa-taller de Boedo, Mariela Scafati retoma estas preguntas que escribió hace un tiempo. Seguida de cerca por la mirada de su gato blanco y negro, llamado Zaffaroni, ella muestra un croquis y explica en que consiste la muestra “19 centímetros más cerca” que en ese mismo instante se inaugura en la otra punta del mundo: en la galería PSM de Berlín. “Bueno, no es una inauguración en sentido estricto porque allí también hay restricciones por la pandemia. Pero digamos que la muestra acaba de abrir”, cuenta la artista, que por primera vez realiza una muestra individual en el exterior. La realización y montaje son de Daiana Rose, con texto curatorial de Marie Gouiric.
Aunque el mundo se detuvo tras la aparición del covid-19, el universo artístico (al menos en términos globales) se las ingenió para crear nuevas formas de exhibición y circulación de obras. En ese marco, en 2020 Scafati expuso en la Bienal de Arte Contemporáneo de Berlín. Además de la nueva muestra en la capital alemana, también prepara otra que se abrirá en Nueva York el mes próximo. A esto se suma su participación como parte de Serigrafistas Queer, en la muestra colectiva “Transformación. La gráfica en desborde” que se exhibe en el Museo Nacional del Grabado hasta el 12 de junio. “En esa exposición, que indaga la potencia de la gráfica actual que han tenido artistas y colectivos para impulsar cambios culturales y sociales, decidimos mostrar parte de nuestro archivo vinculado con el aborto y las luchas trans”, dice.
Como parte de esa muestra, en abril Mariela realizó la performance “Ni verdaderas ni falsas”, donde se fue poniendo, una encima de la otra, 26 remeras estampadas por el Taller Popular de Serigrafía y Serigrafistas Queer. Al final, su cuerpo parece un abrazo: ahí confluyen el tiempo transcurrido desde el inicio de esas experiencias hace casi veinte años y las batallas libradas por los derechos de todxs. De hecho, una de las remeras lleva estampada la consigna surgida en 2012: “Aborto legal es vida”.
La obra de Scafati es gozosamente desconcertante ya que surgió en las calles antes de llegar a los museos. A través de este adn conceptual, cada experiencia artística adquiere su propia materialidad. Desde hace algunos años, la artista viene experimentando en galerías y museos con planos monocromos. “Muchos son cuerpos o pinturas antropomórficas. O cuerpos pintura. O pinturas cuerpo”, especifica. Si bien tienen rasgos comunes (responden a un patrón de cabeza, torso, brazos y piernas) cada unx se carga de sentidos específicos porque la artista le aporta una personalidad, un color, una forma de sentir vinculada al universo de sus afectos. Además, si bien están quietxs, sugieren el gesto de un movimiento inminente.
Con naturalidad, Mariela trasciende los bordes entre pintura y escultura para integrarlas como parte de una misma búsqueda donde el deseo manda. Que el Malba haya adquirido trabajos suyos es una muestra del enorme reconocimiento que tiene allí donde va (en 2017, el jurado de Art Basel Miami quedó impactado por su instalación “Secretos de esposas” y la eligió como una de las mejores artistas emergentes del momento). Y es que si bien durante décadas los museos solo se miraron a sí mismos, ahora renuevan su curiosidad por los movimientos sociales, sus discursos, su performatividad.
“Sí, concede Mariela, han sido años de movilización y agite. Y de algún modo, todas estas muestras casi juntas vienen a dar cuenta de un proceso que fue bastante intuitivo y caótico y gozoso pero visto desde el presente, se puede leer de manera orgánica”. Para ella, los bordes entre arte y vida son difusos o, en todo caso, parte de una misma subjetividad fecunda. De hecho, a los 47 años, su embarazo de ocho meses crece debajo de su vestido corto negro y ajustado.
El modelito le queda brutal y ella se ve luminosa. “Estoy leve y gánica. Supongo que ando con las hormonas por el techo, como una especie de droga que me tiene todo el tiempo en un estado particular de bienestar. Adoro mi cuerpo, lo miro, lo exploro. Es un delirio. Sé que los embarazos son distintos entre sí. Pero el mío está siendo de este modo”, afirma. Y aclara: “De todos modos, no todo es genial. También hay cuestiones que siguen poniendo en evidencia cuán necesario es desarmar prácticas y sentidos complicados e incómodos. Yo materno con mis amigues, con mis redes y eso crea una afectividad preciosa pero también tuve que acudir al sistema de salud, donde encontrás de todo. Aún te dicen cosas como que por tu edad no podés intentar un embarazo, o te infantilizan llamándote ‘mami’ o insisten en preguntarte si tu bebé será nene o nena”. Frente a esto, elige el humor como recurso: “Cuando le dije el nombre de mi hije, una obstetra muy joven respondió ‘qué lindo, un nombre unisex’. ¡Se ve que en concepto de ‘no binario’ aún no ha llegado ahí! Yo no bajo línea en esos casos pero busco la manera de reírme, de ser un poco irreverente y de aprender sobre la marcha”.
A lo largo de la conversación, esta artista nacida en Vicente López, que se crió en Punta Alta y estudió arte en Bahía Blanca, da cuenta del modo en que la quietud de estos tiempos se transformó en exploración. Así emergieron otras formas del amor, del deseo y de la creatividad. Así (“si tenés tus necesidades básicas cubiertas”, aclara) la quietud también puede ser una forma de contemplación, de abrigo, de echar raíz nuevamente a la espera de la primavera. Incluso, un desafío para quebrar los distanciamientos impuestos por un momento de incertidumbre al desnudo. Eso es lo que indaga, justamente, “19 centímetros más cerca”, la nueva muestra alemana.
“Fabriqué y vestí. Abrigué un cuadro con un buzo y las manos de la chica que me gusta con las mías, porque acordate: perdí la noción de la distancia. Y por esta causa, hice otras cosas también: martillé, imprimí, pinté. Até, cosí, dibujé, ordené. Desarmé, atornillé y escribí poemas a lápiz en cuadernos. Marché, reuní, abracé. Besé, bailé y me quedé dormida”, se lee en el texto curatorial de Gouiric. Esta poeta escribe desde un yo desdoblado, amoroso, que es ella y es Mariela y su universo afectivo y su obra con lo personal y lo político como lienzo. “Pinté banderas. De estas prefiero las aéreas a las de arrastre. Lo mejor de ellas es la altura para que, si en medio de la multitud te perdés, con los tuyos puedas reencontrarte. Serví a que las pinturas sean andamios entre cosas y a su vez a construir andamios invisibles entre una persona y otra”, escribe Gouiric.
Cualquiera que en los últimos diez años haya participado en marchas del Orgullo en Plaza de Mayo, en tomas del espacio público por la legalización del aborto frente al Congreso o en movilizaciones vinculadas a derechos humanos, seguramente vio su obra. Sucede que Scafati, además de ser artífice junto a otrxs artistas de experiencias como el Taller Popular de Serigrafía o les Serigrafistas Queer, integra Cromoactivistas que comenzó a tomar las calles en 2016. Sus intervenciones rasgaron la hegemonía del color único para proclamar la diversidad cromática en carteles Rosa Chanchísimo o Rosa Maravichonga y también en otros pintados en Azul Sin Yuta, Gris Plomo Nunca Más, Marrón Fiesta del Mañana o Blanco Lucha Incansable. Y es que, como proclaman lxs cromoactivistas que militan junto a Mariela (Marina De Caro, Daiana Rose, Victoria Musotto y Guille Mongan) el color no es inocente. Propuesto también como resistencia política en el espacio del diseño y el arte, Cromoactivismo trabaja “en el rediseño de paletas cromáticas en las que colectivamente se reescribe la historia de cada pigmento, su nombre, su historia y sus referencias en la vida social”, según contaron hace un tiempo a esta cronista.
Algo de ese espíritu rupturista ya aparece en “Windows”. Este fue el nombre de una instalación que Scafati realizó en 2011 en Buenos Aires. Una nueva versión se exhibirá a partir del mes próximo en la Storefront de Nueva York. Se trata de una intervención de afiches rojo-rosa que empapelarán las paredes de la galería, algunos con frases en castellano y otros, en inglés, escritas a mano. “En el 2001 yo estaba perdida entre tambores y banderas que no decían tu nombre”. “Mi corazón estará en la plaza”. “Estable dentro de la gravedad rolling del activismo”. “El cuerpo barricada fluida”. “Te pienso un ratito”. “El clima entusiasmante”. Son fragmentos de mensajes de texto, de whatsapp, retazos de charlas incidentales, de notas pegadas en la heladera o garabateadas en un cuaderno, de cosas dichas y/o pensadas. Algunos son nuevos y otros ya aparecieron en aquella primera muestra, exactamente diez años atrás.
“Esa era una época de alto voltaje creativo y político. Me preguntaba cómo sonarían ciertas frases desde el presente, en otro espacio y en otro lugar geográfico, en otro contexto social donde yo tampoco soy la misma. Así que hice una selección tomando en cuenta lo transversal que ha sido todo para mí, esa mezcla de ideas, de colores, de referencias históricas y personales. Mensajes informales y amorosos mezclados con evaluaciones y experiencias en la calle, con la crítica política”, relata.
También cuenta que, en las paredes externas de la galería, ya se puede ver la obra “What black is this, you say?”, de la artista Amanda Williams, que reflexiona sobre el asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd en Minesota en 2020 y el modo en que se realizó una movida exhortando a lxs usuarixs de redes a cubrirlas de negro. Williams indaga en las diversas posibilidades de un mismo color, su significado cromático y político. Casi un diálogo perfecto con la propuesta de “Windows”.
En su versión 2011, esa muestra incluyó el uso de sogas, algo que Scafati luego incorporaría en otras experiencias artísticas, transformándolas mediante nudos y extensiones en una sutil firma de autora con estética bondage. “Nos enseñaron que una obra se ve a determinada distancia, de determinada manera. Y lo cierto es que esa idea de la pureza del espacio tiene poco que ver con un cuadro que convive en una casa con su cotidianidad, sus personas y animales. Entonces puse un cuadro rojo-rosa en el techo, ahí donde se suelen ver lamparitas, cables y caños. Y lo até mediante sogas y poleas para que pueda moverse. Después la gente se acostaba en una alfombra en el piso y les pedí que me vayan diciendo a qué distancia querían ver la pintura. Es decir, se trata de subvertir las reglas: no movernos nosotrxs como público observador sino que la pintura se adecúe a nuestra mirada, única en cada caso”, dice.
Esa idea del color, la espacialidad y la subjetividad dio vida a “La Movilización”, la instalación que se pudo ver en la Bienal de Berlín el año pasado, en plena pandemia. Hacia allá viajaron 65 cuerpos-pinturas que representaban a otrxs tantxs amigues. “Le pedí a cada une que se tome las medidas de su cuerpo y son esas medidas las que usé para armar las pinturas. Después elegí un color para cada unx. En algunos casos usé colores que ellxs usan y en otros, colores que para mí son parte de su personalidad. y tenían sus nombres. La distribución en el espacio también es amorosa: hermanes que se tocaban cabeza con cabeza, o gente que gustaba de otre entonces les ponía cerquita”, cuenta.
La idea inicial era mostrarlos avanzando juntxs, erguidxs, heroicxs, minutos antes de salir a manifestar, “una postal latinoamericana que se espera desde Europa, la imagen de una manifestación clásica”, dice. Pero el momento pandémico reclamaba quietud. Así que las pinturas terminaron recostadas, rozándose, cercanas. Movilizándose, sí, pero de otro modo. En el texto curatorial, el investigador Nicolás Cuello evoca: “Detenernos fue ensayar otra coreografía de lo político. Detenernos no fue volvernos víctimas de nuestra fragilidad, sino aceptar humildemente que éramos definidos por ella. Detenernos fue una oportunidad para volver a escuchar las fuerzas de un mundo tan vulnerable como nosotros, pero también, fue hacer lugar para la irrupción incómoda de su incertidumbre. Allí estábamos, completamente suspendidos por la desorientación de nuestros propios límites, desactivando desde una resistencia reparadora siglos de autoritarismo sensorial”.
La visión de los cuerpos acostados resultaba deslumbrante pero también, perturbadora. Y es que nuestro país tiene una tradición oscura de cuerpos que no están y de acciones como El Siluetazo, donde en 1983 un grupo de artistas apeló a siluetas dibujadas para denunciar las desapariciones durante la dictadura. Scafati se reconoce en esa genealogía. “Fue necesario explicar que tenemos esa historia en Argentina y en nuestra región pero también tenemos otras historias y se han construido otros cuerpos que no niegan los anteriores. Ahora, por ejemplo, decidimos rebelarnos a través del detenimiento o la quietud”, reflexiona.
En lo personal, para ella también fue un tiempo de introspección. “En 2017, una amiga me preguntó si quería ser madre y de la nada respondí que sí. Es más, aseguré que sería ‘madre soltera’. Pero no soltera de manera literal, esa figura no existe para mí. Maternar es una decisión que tomé con la confianza de todo se irá acomodando y que mi embarazo es producto de mis redes afectivas, amorosas, políticas que estuvieron y estarán”.
En la performance “Ni verdaderas ni falsas”, hablás de la incomodidad del amor al interior “de la rígida cultura política de los movimientos sociales o en el ambiente cool del arte”. Sin embargo, las formas más generosas del amor parecen cobijar a ese hije que llegará pronto.
–Sí, estoy agradecida a tantos cruces de experiencias, de compañeres que acompañan y sostienen. Y que me ayudaron a ver, enfrentar y transformar eso que te han dicho en automático que no es posible. Aplazamos algunas decisiones esperando que todo esté en orden. Cuando tenga equis ingreso, un auto, una pareja, una casa… ¿Y si empiezo al revés?, me pregunté. Empiezo donde puedo. La sigo por donde puedo. Siempre lo hicimos así.
En esa misma performance exhibís una remera verde con la leyenda “Aborto legal es vida”, escrita hace muchos años, cuando se empezaba a exigir la ley. ¿El arte sabe antes?
–No sé. El arte sí es un gran aliado y en algunas cosas se anticipa. Pero fueron los feminismos los que empezaron a manifestar un montón de cosas antes. Por ejemplo, en el caso de problematizar el aborto o los pensamientos sobre lo no binario, en el arte aún falta mucho por trabajar. Sí es cierto que las instituciones del arte, los modos del arte, han cambiado mucho, como les artistas mismes. Pero las experiencias que me han conmovido sucedieron antes en la calle que en una exposición.
¿En qué sentido?
–En las manifestaciones el arte está a full, en la pintura en el cuerpo, en la organización de las marchas, la coreografía, los cantos, la performatividad… En el juego, el humor, lo inesperado. Pero son los activismos feministas, los activismos maricas, los activismos locas, los activismos trans, los que vienen poniendo el cuerpo. Luego, cuando empezó a ser algo innegable, el arte en términos institucionales se hizo eco de ese poder indómito que sí, sabe antes.
En la emergencia, acción
Frente a la emergencia sanitaria producida por el covid, fue necesario apostar una vez más por la solidaridad. Así surgieron dos iniciativas de las que la artista participa: “Coleccionables de emergencia” y “Fondo Fluido”.
En el primer caso, Scafati junto a sus colegas Adriana Bustos, Cecilia Garavaglia, y Marina de Caro alentaron a artistas a donar obras de pequeño formato. Mediante su adquisición por parte de coleccionistas, se logró reunir hasta ahora más de un millón de pesos destinados íntegramente a siete organizaciones sociales. “Nosotrxs no recibimos el dinero, sino que somos una mediación entre coleccionistas y organizaciones”, aclara la artista.
Las obras tienen un valor de 15 mil pesos. Las siete organizaciones con las que colaboran son Artistas Solidarios, No Tan Distintes (organización transfeminista de personas en riesgo o en situación de calle), Cocina Móvil Solidaria (Balsa Las Perlas, Río Negro), Varones trans no binaries y familias (La Rioja), Colectivo Yo no fui (colectivo transfeminista), Villerxs disidentes (Ciudad Oculta, Ciudad de Buenos Aires), Merendero Juvenil (Barrio 31 Carlos Mujica, encarado por jóvenes de 17 a 25 años) y Changuito Solidario del Cera, Escuela de Cerámica Nº 1 del barrio de Almagro (Ciudad de Buenos Aires).
Para mayor información se puede escribir a [email protected] o a la cuenta de Instagram @coleccionablesdeemergencia donde además se exhiben las obras.
Por su parte, “Fondo fluido” es un proyecto de economía solidaria para ayudar a los artistas con dificultades económicas. Los fondos, explica Mariela, surgen a través de una alianza entre las galerías y sus artistas que donan un porcentaje de la venta de la obra para tal fin.
En la cuenta de Instagram @fondofluido se pueden ver las obras disponibles, las galerías que participan de esta iniciativa y los artistas que colaboran. Este fondo se va conformando a partir de las ventas de obra y su lanzamiento se realizará en los próximos días vía canal de Youtube de Amigos del Bellas Artes.
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