Mariluz Zambrana es auxiliar de portería en el colegio Juan Pedro Esnaola, tiene 39 años y vive en el barrio Fraga de Chacarita. De lunes a viernes se levanta a las 6 de la mañana para subirse al 71 y llegar a su lugar de trabajo: “Desde el año pasado no dejé de trabajar porque no soy una persona de riesgo”. Desde que comenzó la pandemia a su labor cotidiana se le sumó la repartición de bolsones, el control de la temperatura de les estudiantes en la entrada, el suministro de alcohol y el sostenimiento del protocolo. En total son 5 trabajadorxs para mantener la limpieza de los tres pisos del colegio, Mariluz se encuentra todos los días con un panorama desolador: docentes en estado de agotamiento y estudiantes en estado de confusión crónica: “Entre las burbujas, los turnos, los casos positivos y los contactos estrechos, muchas veces vienen al colegio en el horario equivocado o cuando no tienen que venir”, cuenta Mariluz mientras prepara la cena en su casa para ella y para su hijo, que tiene 16.
A la hora que Mariluz sale hacia su trabajo desde el barrio de Chacarita hasta Saavedra, el colectivo está lleno y viaja parada: “Yo tengo media hora de viaje, pero tengo compañerxs que vienen de más lejos, incluso de provincia, hacen tren y colectivo para llegar al trabajo. A quienes trabajamos ahí nos angustia el tema de los artículos de limpieza, nos hacemos de nuestras herramientas de trabajo a través de la cooperadora, el gobierno no manda nada. Tenemos que estirar todo para que llegue al mes”. Escobas, trapos de piso, guantes y lavandina son fundamentales para poder llevar adelante los protocolos de limpieza que vienen desde el Gobierno de la Ciudad, sin embargo son insumos que escasean en las escuelas. Cada 15 días desde el gobierno de la Ciudad envían un bidón de alcohol pero no alcanza: “En la puerta yo le tomo la temperatura a les estudiantes y aparte les damos el alcohol para que se higienicen las manos. No alcanza porque también lo tenemos que utilizar en los baños que tenemos que limpiar cada periodos muy cortos de tiempo, muchas veces no llegamos”.
El cansancio emocional
El Esnaola tiene tres pisos y un total de 30 aulas que además están repartidas en el patio, la sobrecarga en las tareas produce un cansancio de cuerpo que Mariluz dice sostener, lo que más le cuesta es el cansancio emocional, intenta no trasmitir eso a las familias y a les estudiantes: “Hemos visto docentes que se ponen a llorar, que la están pasando mal por el estrés que tienen porque muchas veces no pueden sostener los requerimientos de la virtualidad, no ven como poder llegar a hacer lo que saben hacer respecto a su labor como trabajadorxs de la educación. Yo trato de ponerle la mejor cara, pero también salgo de ahí a las 3 de la tarde y tengo que enfrentar los problemas en mi barrio que también son complejos”.
Mariluz es referenta barrial, acompaña a mujeres en situación de violencia y milita en el acceso a la vivienda. A esa hora comienza otro día de trabajo, muchos de los conflictos del barrio los resuelve a través de su conexión con el celular. En su casa no tiene ni computadora ni internet: “Cuando salgo de la escuela siempre hay un problema en el barrio con alguna compañera que tiene problemas con los servicios, un corte de agua, eléctrico o la cloaca. Eso para empezar, después siempre está el llamado de alguna vecina que está viviendo situaciones de violencia: yo hago ese acompañamiento que a veces es ir a una comisaría y otras contener. También estoy acompañando los procesos de urbanización de manera técnica. Muchas veces las familias nos quieren ir a enfrentar las charlas con el IVC (Instituto de la Vivienda de la Ciudad) que está ubicado en una carpa en el barrio. Yo siempre digo que a partir de las 3 puedo estar, antes no porque estoy en el laburo”, así cuenta Mariluz cómo organiza el pase de un trabajo a otro.
El hijo de Mariluz tiene 16 años y va al colegio en donde ella trabaja, muchas veces realizan juntxs el trayecto en colectivo. Ahora su hijo no está yendo al colegio, Mariluz considera que no es momento para la presencialidad en un contexto en donde el tema está en el ojo de la tormenta después de que un fallo de la Corte Suprema de Justicia avaló la decisión del Gobierno de la Ciudad de no suspender las clases presenciales como lo había dispuesto el presidente Alberto Fernandez a través de un DNU: “Mi hijo no tuvo conectividad en todo el año pasado, en el barrio la mayoría vivió situaciones parecidas respecto a la virtualidad. De hecho nos ocupamos de hacer el reclamo por la conectividad en el barrio y no obtuvimos respuesta, en este momento en el que hay más contagios lo mejor sería poder darles conectividad a lxs pibxs”.
La amenaza permanente
Mariluz vive el agotamiento de estar con el virus encima: “lo que más me cansa es saber que en cualquier momento te podés contagiar y que se puede contagiar alguien de mi familia que además son de riesgo, como mi mamá y mi hermano. También pienso en otras familias del barrio que la están pasando mal”. En la planta baja de su casa vive su mamá pero ella no la ve para prevenir el contagio: “Mi mamá era una militante igual que yo, se movía igual que yo por el barrio, acompañando, trabajando las redes colectivas pero desde el año pasado está resguardada” cuenta a Las12.
Ir todos los días a trabajar en un contexto de pandemia va reduciendo derechos a veces de manera imperceptible, cuando las condiciones no están dadas se pierde el acceso a lo básico: “Ahora pedir un médico por licencia no es lo mismo que antes, la otra vez me mordió un perro en la calle y no pude tramitar los días que me correspondían, tuve que ir a trabajar igual. No pude porque la página funciona mal, porque no hay médicos que te puedan revisar. Lo mismo le pasa a docentes que tienen un contacto estrecho por ejemplo, quieren entrar a la página para cargar esa información y no pueden. Después saben que eso se lo descuentan, entonces están perdiendo derechos”. Su trabajo como el de la mayoría de quienes realizan tareas en las escuelas es esencial, sin embargo, en estos recovecos en donde hay que fraccionar el alcohol en gel a cuenta gotas y ocuparse de que la lavandina no se acabe, las vacunas no han llegado. Una primera línea que a pesar de ser trinchera se evapora.
Mariluz está todas las mañanas en la vereda de la escuela, no deja de sentir una rareza en tener que “escanear” a les estudiantes, no escucharles por el barbijo y mantener la distancia: “La lejanía me pone triste, a eso no me puedo acostumbrar, cuando veo esas filas a la mañana se me hace un nudo en el estómago”.
Cuando llega el preciado momento del descanso, deja todo preparado para el día siguiente, carga el celular, ordena la ropa, le da un beso en la frente a su hijo. ¿Cuál es ese pensamiento recurrente cuando te estás por dormir? le pregunta esta cronista. Ella responde: “Que llegué a un día más de vida y que mañana hay que seguir”.