“Esta es la historia de sonidos radicales donde antes había silencio, de sueños que pudieron cumplirse gracias a la tecnología”, reza Sisters with Transistors, documental de la directora Lisa Rovner que traza la evolución de la música electrónica a través de notables visionarias que experimentaron tempranamente con máquinas, redefiniendo los límites sonoros. Una travesía no carente de obstáculos: en principio, por indagar en un campo artístico que, en sus inicios y por ciertos prejuicios de época, ni siquiera era considerado tal; y ya luego, por la renuencia de sus colegas varones, que descreían de la habilidad femenina para laburar la fina, compleja mixtura entre tecnología y música. “Es revelador darse cuenta que muchas de ellas buscaban cambiar la forma en que la gente escucha, creyendo que el sonido podría recalibrar cuerpo y mente”, opina la gran Laurie Anderson, que presta su voz, oficia de narradora de la cinta.
Una cinta que, desde su reciente estreno en distintas plataformas del globo, trae encantados tanto al público como a la crítica de países como Estados Unidos e Inglaterra, que festejan que Rovner haya puesto el foco en el aporte indispensable, a menudo ignorado, de estas iconoclastas damas. “En tiempos en los que una mujer compositora era, en sí misma, motivo de controversia, la tecnología fue un elemento de liberación que hizo estallar las estructuras de poder”, resalta Laurie Spiegel, pionera en la creación de música por computadora, a la par que explica cómo, en los 60s, se subvirtió cierta aura negativa en torno a los ordenadores, “tenidos hasta ese momento como enemigos de la contracultura”.
A partir de suculento material de archivo y algunas interviús, el crisol de bios que ofrece Sisters… comienza con la lituana Clara Rockmore (1911-1998), niña prodigio que debió abandonar el violín por problemas de salud, pero que a los 17 tuvo revancha tras toparse con León Theremin, físico ruso que acababa de crear una rara caja con dos antenas, que generaba una cadencia ondulante, hipnótica, al batir los brazos el ejecutante, generando notas “del aire”. Intrigada, Clara se arrimó al theremín y a su inventor, con el que trabajó codo a codo para perfeccionar el instrumento. Dueña de un oído absoluto, la rompió con el chiche ruso: le sacó tonos, logró un rápido control de sus movimientos, incluso desarrolló una técnica que incluía un sistema de digitación para realizar pasajes rápidos. “No podés tocar el aire con martillos: tenés que hacerlo con alas de mariposa”, el encantador consejo de Rockmore.
Figura preeminente de la música concreta y experimental, tampoco falta en Sisters… la compositora y matemática Delia Derbyshire (Inglaterra, 1937-2001), “arquitecta” detrás de los arreglos de la popularísima canción del show sci-fi Doctor Who, para el que además fabricó algunos ruiditos universalmente reconocibles (como el sonido de la Tardis) o piezas incidentales. Aunque Ron Grainer escribió la melodía, le dio a DD pocas instrucciones. “En la partitura, apenas había anotado ‘barridos’, ‘golpes’, y bellas palabras como ‘nube de viento’, ‘burbuja de aire’”, contaba Derbyshire, que se valió de loops, filtros y osciladores de válvula para llevar el track a la estratósfera, aunque los méritos se los llevara Grainer. Pasó a razón de una década en el Radiophonic Workshop, taller experimental que, con dos mangos con cincuenta, innovaba en efectos sonoros y músicas para programas de radio y tevé de la BBC. En paralelo, se zambulló en la escena contracultural electro; hizo extrañas canciones pop, himnos para robots, soundtracks para films de terror. También creó el paisaje sonoro para el primer desfile de moda íntegramente musicalizado con tunes electrónicas. Colaboró con Yoko Ono, George Martin, Harry Nilsson, Brian Jones…
El mentado Radiophonic Workshop de la BBC, por cierto, fue fundado en el ’57 por Daphne Oram (1925-2003), inventora de la revolucionaria máquina Oramics, que producía sonido electrónico puro y duro tras leer y traducir imágenes, dando la chance de “dibujar” universos sonoros. Y siguen las firmas en la peli; entre ellas la de la francesa Éliane Radigue (París, 1932), ducha en experimentos tonales mínimos. O la estadounidense Pauline Oliveros (1932-2016), militante de la “escucha profunda” y la “conciencia sónica”, que proponen concentrarse en la profundidad de las capas sonoras. O Wendy Carlos (Rhode Island, 1939), artista trans que fusionó clásica y electrónica con su disco Switched on Bach, reemplazando orquesta por sintetizadores, y además participó de los soundtracks de films como La naranja mecánica, El resplandor, Tron.
Otra inevitable es la espléndida Suzanne Ciani, diva
de los diodos, de 74, muy valorada estos últimos años. En la década del 60, domó al Buchla, sintetizador
dificilísimo de ejecutar, al que jamás le ha soltado la mano, agradecida de que
le haya permitido “crear un lenguaje completamente distinto”. De formación
clásica, intentó conseguir laburo como ingeniera de sonido, sin suerte: nadie
confiaba en una mujer para la tarea. Entonces probó suerte en publicidad ¿El
sonido de la Coca-Cola que se abre y se vierte? Suyo, al igual que el “beep”
del lavarropas de General Electric, entre otros efectos que le dieron chapa en
materia de ads. También hizo jingles y efectos para películas, videogames, pinballs. Y en 1981 se convirtió en la
primera mujer en componer el soundtrack de un film de gran presupuesto: The Incredible Shrinking Woman,
estelarizado por Lily Tomlin. En paralelo, con la guita que ganaba, se dedicó a
producir sus discos new age; además
de fundar su propio sello.