“La represión es tan brutal que hay que estar preparadas para cualquier cosa. Yo, por ejemplo, fui a la manifestación del 1° de mayo y tuve miedo, soy mujer y sé que pueden hacer lo que quieran”, relata Diana L. Ochoa López, de 39 años. Es docente y vive en un pueblo muy conservador llamado Guarne, cerca de Medellín, una de las tantas ciudades de Colombia que hace más de una semana estallaron en revuelta popular. El detonante fue la reforma tributaria, Diana lo define como “el caballo de Troya” : “Fue lo que hizo que la gente saliera a manifestarse en las calles, pero todo se debe a un cansancio que lleva tiempo”. Si bien el gobierno de Iván Duque dio marcha atrás en pos de buscar un consenso con respecto a ese paquete de medidas, el retroceso de la medida y la renuncia del ministro de hacienda, Alberto Carrasquilla, no pudo lograr que la gente abandonara la calle. Estudiantes, feministas, la comunidad lgtbiq+, el movimiento campesino y la ciudadanía en general siguen manifestándose como reacción frente al hartazgo.
El antecedente más cercano se remonta al 21 de noviembre del 2019 (21N), donde un paro general con la consigna “Colombia despertó” parecía tener la fuerza para sostenerse en la calle, un atisbo de un posicionamiento en contra del orden social vigente y la idea de que es posible su transformación. Este estruendo que parece lejano fue apaciguado por un 2020 de pandemia y ahora, en medio de una crisis sanitaria mundial, resurge en un país que no escapa a la saturación del sistema de salud y a las salas de terapia intensiva colapsadas. El levantamiento popular se instala nuevamente en ciudades como Valle del Cauca, Bogotá, Neiva, Cali, Soacha, Yumbo, Ibagué, Madrid, Medellín y Pereira, con las juventudes protagonizando las manifestaciones.
Las políticas privatizadoras del gobierno y el incumplimiento sistemático de los acuerdos de paz fueron algunas de las causas que provocaron aquellas movilizaciones masivas que, al igual que sucede ahora, encuentran al ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) como artífice de las sangrientas represiones. “Desde su creación, tiene un prontuario de denuncias por homicidios, por torturas, por mutilaciones y por violaciones que están en completa impunidad”, explica a Las12 Andrea Oramas, parte de La Tremenda Revoltosa, una colectiva feminista radicada en Cali. Su quehacer colectivo se ha centrado en evidenciar la profunda relación que existe entre los diferentes sistemas de opresión con el patriarcado: “Hacemos énfasis en la lucha contra el racismo, el capitalismo y el militarismo. Cali es uno de los bastiones de resistencia, con una población mayoritariamente afrodescendiente que ha vivido históricamente un sinfin de opresiones, donde aparece la opresión de la raza. En este momento es la ciudad que más ha sentido la crudeza de la militarización”, describe Oramas.
Cali y sus alrededores es una de las zonas más candentes, allí se encuentra la ruta Panamericana que lleva al Puerto de la Buenaventura, donde se mueve la mayor parte de la economía del país. Es también uno de los lugares más pobres del territorio: “En esta parte del país hay mucha población campesina que se ha manifestado cortando esa vía y ha sido reprimida por el ESMAD. La semana pasada, un grupo de jóvenes habían levantando un peaje en esa zona para que pasen los autos; es un lugar donde siembran caña. El ESMAD los hizo tirar en los cañaverales, eran aproximadamente 70 jóvenes y hoy hay 30 de ellxs que se encuentran desaparecidxs. Había un gran conglomerado de mujeres, y el ESMAD -que siempre está acompañado de la policía- decía abiertamente que mujer que encontraran, mujer que iban a violar”, cuenta Diana, que es docente en la Universidad Pública de Guarne y escucha a sus alumnas decirle: “Profe, si a mí me llegan a agarrar en la calle, prefiero que me maten a que me lleven a un centro de detención de la policía, porque allá quién sabe qué me van a hacer”. Así cita Diana, conversaciones cotidianas que tiene con sus alumnas. “La escalada de violencia que sucede hoy en Colombia, no puede pensarse sin un análisis feminista decolonial respecto de cómo se configuran las relaciones de poder aquí en el territorio. Hay determinados cuerpos que están siempre en una posición de opresión: el militarismo y el racismo”, explican desde el colectivo La Tremenda Revoltosa.
Betty Ruth Lozano es feminista negra, vive en Cali, describe lo que pasó la noche del 3 de mayo en Siloé como una matanza. Siloé es un asentamiento. Tras seis días de revuelta popular, sus habitantes estaban realizando un acto simbólico en homenaje a las personas que habían sido asesinadas por la policía desde el 28 de abril, día en el que se declaró el paro nacional. A las 8 de la noche, comenzaron a llegar militares armados disparándoles a las personas: “Hay un general, llamado Eduardo Zapateiro, que tiene la orden del Presidente de recuperar la ciudad para la clase empresarial y la agroindustria de la caña, que son quienes manejan esta región y quienes se consideran los más afectados por el paro” cuenta Betty en diálogo con Las12.
La gente sigue en los lugares en los que ha venido haciendo resistencia desde el 28A, y no está dispuesta a moverse hasta no lograr cambios. La ONG colombiana ‘Temblores’ da cuenta hasta el 3 de mayo de 26 homicidios, 940 casos de violencia policial y cuatro hechos de violencia sexual por parte de las autoridades públicas. Por su parte, la Defensoría del Pueblo dio el informe de 19 personas muertas (18 civiles y un policía) y más de 800 heridos. La entidad registró la desaparición de 89 personas que trasladó a la Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas.
Se destapa otra olla en la región, la de un pueblo que se desprendió del miedo a salir a la calle después de largas décadas de gobiernos que asociaban cualquier tipo de manifestación popular a la guerrilla. Tiene algo de resonancia la revuelta popular en Chile, donde una consigna sigue palpitando como el corazón de un animal herido: hasta que valga la pena vivir.