Los degustadores del cine de Corea del Sur se superponen en capas. La última hasta el momento la forman quienes apreciaron Parasite, ganadora de nada menos que cuatro Oscars en la entrega 2020 de los premios de la Academia. La capa previa es la de los que descubrieron, desde fines de los 90/comienzos de este siglo, películas como Oldboy, las de Kim Ki-duk, las de Hong Sang-soo, las de Lee Chang-dong, las primeras de Bong Joon-ho (realizador de Parasite), tal vez alguna de Im Kwon-taek. Y después está lo que sería la veta madre, la napa dura, la de los connaisseurs, que saben que ese cine no salió de un repollo sino que lo hizo en forma contemporánea al nacimiento oficial en Francia, en 1897. Y que conoció otras épocas de oro, previas a la de los tardíos 90.
Esto último podrá ser verificado, como quien se asoma a un campo vasto a través de una mirilla, gracias al miniciclo Tres clásicos del cine coreano, que la Sala Leopoldo Lugones pondrá online desde este jueves y hasta el miércoles 26 de mayo, con la colaboración del Centro Cultural Coreano y el Korean Film Archive. ¿Años de realización de las tres películas? 1961, 1980, 1987. ¿Estado de las copias? Flamantes, recientemente restauradas. ¿Valor de las entradas? Nada. Cero. Nul.
Desde hoy y durante siete días podrá verse La bala perdida (Obaltan, 1961), dirigida por Yu Hyun-mok, prohibida poco después de su estreno y unánimemente considerada una de las más importantes en toda la historia del cine de ese origen. Para algunos es la mejor, sin vueltas. Drama de posguerra en estricto blanco y negro, se trata de un film coral que vuelve siete años atrás de la fecha de su realización, hasta el momento en que la guerra entre las dos Coreas (1950/53) acababa de finalizar. La mirada que La bala perdida echa sobre esa Corea capitalista del sur -que venía de firmar un armisticio con su vecina comunista del norte- es devastadora, terminal. La familia protagónica, que vive hacinada en un único ambiente en un barrio de emergencia, está integrada por un contador que no tiene plata para calmar un dolor de muelas ya cronificado, su hermano, veterano de guerra sin empleo, su esposa embarazada, su madre que perdió la razón… Con guion de Lee Beom-seon, el de Obaltan es un mundo de clase media caída hasta el mismísimo fondo del barril. En él no hay otra salida que la prostitución, el alcohol, el delito, la locura, el suicidio. Empieza con un veterano mutilado rompiendo un vidrio de puro borracho y termina con otro hombre dando vueltas sin rumbo, sintiendo que la realidad ya es demasiado.
Estrenada al año siguiente que el melodrama erótico-social The Housemaid (también considerada entre las diez mejores producidas en Corea del Sur), La bala perdida no pasó el veto de la dictadura que en ese momento gobernaba el país, que la acusó lisa y llanamente de “comunista”. Rescatada dos años más tarde por el Festival de San Francisco, pudo darse a conocer más allá de unas fronteras que se habían cerrado. Anticipando la fluidez genérica que distingue al cine coreano contemporáneo (pensar en la combinación de comedia negra, cine social y drama de disfuncionalidades familiares que Parasite pone en juego), el film de Yu Hyun-mok empieza como película neorrealista (de hecho no son pocos los puntos en común con Alemania año cero, de Roberto Rossellini), se embebe de melodrama (algo que tampoco era extraño a los clásicos del neorrealismo italiano) y termina como policial negro, con el desesperado robo de un banco y una persecución policial que no difiere demasiado de las de tanto films noirs hollywoodenses de los años 40 y 50. Yu Hyun-mok pone en juego un lenguaje visual de primera agua, con líneas de fuga y juegos de luces y sombras que acentúan el dramatismo, sonidos de trenes implacables como la fatalidad y volúmenes en primer plano que quiebran la continuidad visual, tanto como parece quebrada esa sociedad.
La historia es oscura
La placa inicial de El último testigo (Lee Doo-yong, 1980) es toda una declaración de principios éticos y políticos. “La historia es oscura, como la pantalla”, anticipa. “Ojalá esa oscuridad desaparezca en los años 80”, cierra. ¿A qué oscuridad se refiere? A la dictadura de Park Chung-hee, que se extendió desde 1962 hasta 1979, año en que aquél fue asesinado durante un golpe militar. Tal vez aluda también a ese gobierno ilegítimo. Practicando también la fusión genérica, El último testigo describe el trayecto inverso al de La bala perdida: empieza como policial y deriva indefectiblemente hacia lo político. Han matado a dos personas en distintos puntos del país, pero el jefe de policía sospecha que el autor es el mismo, y encarga la investigación a un detective que, viudo reciente, sólo toma el caso por consideración a su superior. En el interior del país, el investigador comienza un periplo digno de Frank Columbo (a quien lo unen una presencia ligeramente distraída, y la costumbre de llevar las manos en los bolsillos del abrigo). El espiralado trayecto lo conduce gradualmente hasta el fondo del tarro: la Guerra de Corea, tema al que la sociedad de su país daba la espalda y, de acuerdo al film, cuna de todos los males.
Como Obaltan, El último testigo es de una negrura total. Durante la guerra, civiles del Sur denuncian a un grupo de guerrilleros del Norte, de resultas de lo cual éstos son cazados y masacrados. A su vez, entre los sobrevivientes cunden las traiciones, y los combatientes convierten a una mujer en esclava sexual. Finalizada la guerra las cosas no mejoran: la mujer, defendida por un hombre que a su vez había sido trabajador esclavo en el Norte, es obligada a casarse con un poderoso empresario del Sur. En una escena increíble, los guerrilleros comunistas, escondidos en medio de la oscuridad, bajo el piso de una escuela primaria y después de haber violado en grupo a su compañera, oyen a los chicos cantar una canción sobre soles, campos verdes y flores que florecen: suelo y subsuelo de Corea.
Algunas escenas más adelante la escuela será puesta en llamas y tirada abajo, durante un ataque del ejército del Sur. Lee Doo-yong la filma de modo interminable, se diría que hasta la náusea. A diferencia del estilismo visual de Yu Hyun-mok, el estilo de Doo-yong, especialista en policiales, films de acción y artes marciales, es tosco y brutal, como si la película fuera una brasa ardiendo que no puede sostener en sus manos. Eso no obsta, ciertamente, para que el cinismo algo dandy del detective la impregne de un tono liviano, como de serie policial. Hay, por otra parte, una escena de trompadas y patadas que parece salida de una de artes marciales. Al gobierno no le pareció tan liviana (en verdad El último testigo no termina precisamente con un happy end), de modo que le rebanó 50 minutos, restituidos más tarde en la copia que ahora se presenta.
Un maestro
La madre alquilada (Sibaji, 1987) es una de las varias obras maestras de Im Kwon-taek, el “pater familiae” del cine coreano. Nacido en 1936, Im se inició a comienzos de los 60, a los 26 años. Hoy en día, con 76, sigue activo, habiendo rebasado el centenar de films realizados. Durante dos décadas llegó a filmar ocho películas por año, del género que fuera: comedias, films de acción, policiales, películas de guerra. Mandala, de 1981, fue su primer film personal. De allí en más ya no volvió a filmar nada que no lo representara. Habitué de todos los festivales internacionales de primera línea, ganador de la Palma al Mejor Director en Cannes 2002 por Chihwaseon (otra de sus obras maestras), tres años más tarde Im recibió un Oso de Oro honorífico en el Festival de Berlín, además de ser nombrado en 2007 caballero de la Legión de Honor francesa. Sopyonje (1993) y Chunhyang (2000) -exhibidas en una retrospectiva que la Sala Lugones le dedicó en 2006- son otros de sus muchos hitos. Además de Sibaji, claro.
La madre alquilada transcurre “en tiempos en que se trataba mejor a los muertos que a los vivos”, según otra demoledora placa inicial. Fines del siglo XIX. Tras doce años de matrimonio, la joven esposa de un miembro de la élite coreana no pudo darle un hijo. Un hijo, no una hija: eso es lo que se requiere para darle sucesión al linaje. Para ello habrá que conseguir a la madre alquilada del título, práctica propia de la época entre los miembros de la clase pudiente. Un emisario viaja hasta la aldea conocida simplemente como Vulva, un poco porque según se dice las mujeres del lugar serían particularmente aptas para parir hijos varones, y otro poco por la forma de hondonada triangular que describen las montañas vecinas. Se traen, como corresponde, a una virgen adolescente, que, para garantizar la fecundidad, deberá tener relaciones con el amo 28 horas después de la última regla, a las 5 de la mañana y con una penetración de 3 centímetros y medio. Hay dos problemas. Uno es que el candidato a padre la pasa mejor con la impetuosa adolescente que con su esposa. Otro es que después de concebir, ésta no querrá despedirse de su hijo.
En el mundo ficcional de La madre alquilada, hasta el mínimo detalle está regimentado de acuerdo a una tradición inmutable, a la que corresponde obedecer al pie de la letra. La palabra “ancestral” está en boca de todos, y los rituales, basados en puras supersticiones, son abundantes y brutales. La mera fisonomía permitiría reconocer si una mujer será fértil o no, si dará los deseados hijos varones o las malqueridas hembritas. Para fomentar la fertilidad se aplican brasas encendidas sobre el vientre de las mujeres sin hijos. Se busca una madre sustituta pero a la vez se la mantiene encerrada, ya que la presencia de ellas es mal vista. Cualquier muestra de desobediencia es castigada a palazos.
Como Im es un clásico, narra este melodrama aparentemente sobrecargado con la ligereza de una bailarina, permitiéndose toques de humor, de absurdo, de comedia. Pero sólo toques, como pinceladas de una aguada: daría la impresión de que si esas pinceladas fueran hechas con una presión un gramo mayor que el indicado se quebraría un equilibrio narrativo delicado como un cristal. Plásticamente Im es un superdotado: contrastes lumínicos, sombras nocturnas, lunas llenas, cromatismos, suaves transiciones de montaje: todo colabora para hacer de Sibaji una experiencia lisa y llanamente sublime. Sin dejar de ser chocante, dolorosa, monstruosa: el mundo que muestra no es bonito, ni justo, ni humano.
* Tres clásicos del cine coreano podrá verse en los sitios de Vivamos Cultura y el Complejo Teatral. La bala perdida estará online desde el jueves 6 hasta el miércoles 12 de mayo. El último testigo, del jueves 13 al miércoles 19. La madre alquilada, del jueves 20 al miércoles 26. En todos los casos, a partir de las 19. Ingreso libre y gratuito.