El Riachuelo contaminado, al punto de no poder remarlo, nadarlo, ni acercarnos a sus orillas, ni siquiera en condiciones de ser considerado “agua”, es sin embargo fuente de inspiración para la obra de dos jóvenes escritores y del relato de un líder quom. El Matanza Riachuelo entendido como lo que está perdido, el espejo en el que no nos queremos mirar, se transforma en impulso de comunicación para hacer un llamado en favor del ambiente. 

Los primeros pobladores de la Cuenca fueron los querandíes, pueblos que mantenían con la naturaleza y con el río una relación “armónica”. El espacio natural que constituía la cuenca en esos comienzos era la de un típico río de llanura, rodeado de pastizales, juncos, pequeños arbustos.

Luego, con la llegada de los primeros colonizadores, ese paisaje inicial se fue transformando por las acciones de la sociedad para satisfacer las necesidades habitacionales y las aspiraciones productivas y comerciales; comenzó a evidenciarse la contaminación. 

En el Matanza Riachuelo tuvo lugar nuestra revolución industrial, “el granero del mundo” que supo ser nuestro país desde principios del siglo XX. Los frigoríficos que exportaban toneladas de carne envasada, producían en las orillas de ese río y empleaban cerca de 20 mil obreros en turnos que cubrían las 24 horas. Y todo eso sin conciencia ambiental; no existía. Tampoco existían las plantas de tratamiento de efluentes cloacales. El paisaje se fue convirtiendo en algo oloroso, gris.

Más tarde, al aplicarse las políticas liberales de la dictadura militar, la zona entró en decadencia, los frigoríficos cerraron, las masas obreras fueron despedidas y el río olía a cloaca. Los miles de asentamientos, barrios, villas que surgieron a su vera sin planificación urbana, sin agua potable, sin tratamiento cloacal se expresaron en sus aguas y su paisaje. 

El río y su entorno se transformaron en lugares oscuros. Fue en esa época, mediados de los ‘70 y gran parte de los ‘80, en que dos escritores transcurrieron su infancia en esos entornos y lograron, más tarde, plasmar sus imaginarios en relatos de ficción.

Juan Diego Incardona, en “El Campito” desarrolla espacios, personajes, relatos que mezclan la historia política, obrera, peronista, en una margen del Matanza, en Villa Celina, donde suceden las aventuras más inimaginables, inesperadas, inciertas. 

En el cuento, Riachuelito es un bagre que aumentó desproporcionadamente su tamaño debido a la contaminación. Habita en las aguas de la cuenca Matanza Riachuelo y en su afluente “Río de Fuego”, un río que el escritor imagina cargado de aceites y líquidos inflamables.

En otra orilla, la de Valentín Alsina, Mariana Enríquez, pasaba su infancia en Lanús y desde su miedo a cruzar el Riachuelo, produjo obras memorables “Cómo desaparecer completamente” o “El Aljibe”, donde describe a una chica que le tiene miedo a un montón de cosas, entre ellas, al Riachuelo. 

Mariana tiene el recuerdo del Riachuelo como un lugar que simboliza el miedo y el terror. “Tenía la fantasía de que había un monstruo abajo, más bien como si el Riachuelo fuera un monstruo”, dice Mariana quien cuando fue creciendo empezó a transformar ese miedo de pequeña en su inspiración para escribir. 

En otro plano de lo imaginario, Félix Díaz, líder de la comunidad quom, explica que para la cultura quom, “existe Weraiklek, un ser sobrenatural, que es un dios del agua, un protector de la vida en el río. Al contaminarla esos seres desaparecen, se produce un quiebre, ese ser se muere o se aleja”. Y agrega reflexiones simples pero que al ser expresadas por Félix, suenan reveladoras. “Todos los seres dependemos del agua. Sin agua solo somos herederos de la muerte. Eso que le hacemos al río viene avanzando hacia nosotros. Está condenando a las generaciones futuras por la ambición del ser humano, contaminar el río es lo peor que podemos hacer. El río fue creado para dar equilibrio a la naturaleza”.

Nos quedamos reflexionando que en cada río habita un ser, para Incardona es el Riachuelito, para Enríquez es un fantasma, un monstruo oloroso y oscuro, para los indígenas, Weraiklek. Esa dimensión sagrada que ancestralmente ha aparecido en el simple contacto del hombre con la naturaleza.

Los últimos diez años se ha iniciado un proceso de recuperación de la Cuenca Matanza Riachuelo. Es quizá una buena oportunidad para pensar qué leyendas hacen falta para activar su existencia. Tener en cuenta la dimensión espiritual, además de la ambiental, la económica y social, es clave; si queremos que vuelva a encantarnos.

* Licenciada en Comunicación UBA, especialista en ambiente.