Los seres humanos poseen múltiples memorias, definidas como la capacidad que desarrolla el cerebro de codificar, guardar y expresar experiencias. Son tan centrales como naturalizadas, ya que participan de los acontecimientos más cotidianos y triviales –como recordar dónde están las llaves del auto– así como pueden ser empleadas para prevenir riesgos mortales –por ejemplo, recordar la anestesia que debe suministrarse ante una intervención quirúrgica–. De hecho, una vez que la información se almacena en el sistema nervioso ayuda a los individuos a mejorar sus comportamientos, desenvolverse de una manera lógica y a construir su identidad.
Sin embargo, no todo es color de rosa. Porque en el cerebro las redes neuronales procesan información positiva pero también negativa. ¿Qué ocurre con los acontecimientos traumáticos? ¿Cómo superarlos? ¿De qué manera atenuar una memoria negativa? Haydée Viola plantea una posible salida al respecto. Es doctora en Ciencias Biológicas (UBA) e investigadora del Laboratorio de Memoria en el Instituto de Biología Celular y Neurociencias “Dr. Eduardo De Robertis” (dependiente de la Facultad de Medicina de la UBA y el Conicet). En esta oportunidad, explica a PáginaI12 cómo se forman las memorias, describe cada detalle de la metodología empleada en roedores y, por último, adelanta de qué manera sus hallazgos podrían ser aplicados en personas.
–Junto al doctor Medina, usted lidera el Laboratorio de Memoria. ¿Por qué la denominación es en singular teniendo en cuenta que existe más de una memoria?
–La denominación en singular se vincula con que nos ocupamos de estudiar los procesos de memoria en general. Efectivamente, existen muchos tipos de memoria que pueden clasificarse a partir de medidas temporales (de largo y corto tiempo), por sus requerimientos a nivel molecular, por su consolidación (sináptica, sistémica), así como por el tipo de evento que se recuerda (implícitas y explícitas). Como existían tantas variantes y abordajes decidimos agruparlos a partir del genérico “Laboratorio de Memoria”.
–¿De qué manera un acontecimiento pasa a formar parte de la memoria?
–Todo lo que los seres humanos experimentamos se traduce en información que puede ser aprehendida y codificada en un lenguaje accesible al sistema nervioso. Es decir, a partir de la conexión entre las neuronas que se activan y conforman una red neuronal. De este modo, si además de codificarse se conserva en el tiempo, puede guardarse y en el futuro ser expresada. Por último, lo que guardamos puede modificar nuestras conductas respecto de las nuevas experiencias.
–¿Cómo definiría a la memoria?
–Operacionalmente podría definirse como un cambio en la conducta a partir de una experiencia pasada, que fue guardada y es susceptible de ser expresada.
–Desde esta perspectiva, podría señalarse que la memoria es esencial a la supervivencia en la medida en que los seres humanos recuerdan y cuentan con la posibilidad de evadir situaciones de riesgo.
–Exacto. Por ejemplo, los primeros seres humanos que pisaron el planeta lograron advertir que no debían caminar por ciertos lugares peligrosos con presencia de animales salvajes, del mismo modo que recordaban que podían pasearse por un camino alternativo para encontrar comida. Estamos en presencia de dos aspectos: uno relacionado a un espacio aversivo y otro vinculado a un estímulo apetitivo y emocionalmente positivo. La emoción nos invade y hace que podamos recordar los acontecimientos para darles importancia.
–¿Es por ello que los sucesos vividos con más emoción se recuerdan más fácil?
–Lo que sucede es que los sucesos importantes son guardados de mejor manera y por más tiempo. De modo que contamos con un sistema que colabora y modula para que una memoria se recuerde mejor que otras.
–¿Y cómo ingresan el miedo y los recuerdos indeseables en este esquema?
–Existen circuitos en nuestro cerebro que codifican situaciones emocionalmente negativas e integran esa red de información que ingresa al sistema nervioso. Nuestros análisis se realizaron con roedores que, tras descender una plataforma, traspasaban un piso de rejas que activaba una descarga eléctrica de mediana intensidad. Luego, ante el estímulo negativo eran retirados de la caja.
–De modo que lograran aprender cómo al bajar de la plataforma recibirían la descarga…
–Correcto. Esto implicó una experiencia de miedo que despertó en los roedores un sistema de conexiones neuronales. En definitiva, ese evento emocionalmente negativo es el que colabora para que la memoria se forme.
–Si en las memorias se forman recuerdos indeseables, ¿cómo prevenirlos?
–Existen diferentes estrategias para intentar disminuir las memorias aversivas, aquellas que pueden resultar traumáticas. Por un lado, se ubica el mecanismo de “reconsolidación” que comenzó a ser examinado con fuerza durante la última década. Guarda relación con que las memorias, una vez formadas, no permanecen estáticas; sino que son dinámicas y cuentan con la posibilidad de ser modificadas.
–En este sentido, ¿cómo continuaron sus experimentos?
–Tras 12 horas de aplicar una pequeña descarga eléctrica en roedores, los ubicamos ante una situación totalmente novedosa en un ambiente más amable que no los indujera a recordar lo sucedido. Y lo que comprobamos como resultado es que a la semana siguiente los animales tenían menos memoria acerca del suceso traumático.
–¿Cómo lo comprobaron?
–A partir del cálculo del tiempo que tardaban, nuevamente, en descender de la plataforma. Si se retrasaban mucho era una señal que indicaba que recordaban lo sucedido, pero si bajaban del escaloncito con velocidad quería decir que no recordaban y que la memoria había disminuido. En paralelo, sabíamos que existen circunstancias que determinan la persistencia de las memorias, es decir, si durarán un día, una semana o un mes. Y también estábamos al corriente de que, 12 horas después que la experiencia negativa fuera codificada, los mecanismos de persistencia requerirían de síntesis de proteínas.
–Entonces, ¿cómo se forman las memorias? ¿A qué resultados arribaron?
–Para que se formen las memorias deben suceder dos cosas: el evento que motiva la codificación de esa memoria tiene que marcar los contactos sinápticos que fueron activados por esa experiencia, y luego, las proteínas deben ser utilizadas en esos sitios marcados que determinan los espacios específicos en que van a guardarla. Es decir, la codificación de la memoria marca sitios y luego la síntesis de proteínas debe ser aprovechada allí para que la memoria perdure.
–Existe competencia entre las memorias por esas proteínas.
–Sí, además, ante la competencia una de las memorias puede ser vulnerable y disminuirse. Es lo que ocurría con el ejemplo de los roedores que señalé recién.
–¿Y cómo cree que su estudio sobre formación de memorias y recuerdos indeseables podrá ayudar a examinar lo que ocurre con los cerebros humanos?
–Los mecanismos de formación de memoria son bastantes conservados evolutivamente. Existen estudios en cangrejos, moscas y babosas de mar que exhiben grandes similitudes a nivel molecular con lo que ocurre con las personas. Por ello, creemos que tranquilamente puede aplicarse a seres humanos. Ya hemos realizado experimentos con estudiantes de escuela primaria y secundaria para analizar si la memoria de lo que aprendían lograba ser mejorada con una experiencia posterior. Por ejemplo, las maestras que leían un cuento a sus alumnos y una hora después tenían una experiencia positiva no planificada (como salir al recreo o una hora libre), al día siguiente tenían mejores resultados con el proceso de aprendizaje. El recuerdo de la trama del texto podía ser descripto con mejores detalles por todos los estudiantes. Hemos realizado muchos estudios como estos y estamos convencidos de que los procesos de formación de memorias son muy similares. Por eso, los roedores siempre funcionan como buenos modelos para experimentar.