"Abrazáme mamá trava, abrazáme/ porque me asustan las sirenas/ Marcáme el paso en este corso/ Porque ya te fuiste en brillos/ Y yo todavía tengo que bailar". Alma Fernández
Mariana Fernández nació en Goya (Corrientes) en 1961, pero fue anotada en el ‘63 según cuenta ella misma, porque en el campo donde nació no había Registro Civil. Una mujer tenía un hijo, esperaba a otras que también parieran y se juntaban para ir en carro al Registro Civil de Corrientes. “Cuando llegaban ya habían pasado años”, recuerda en el preámbulo de vericuetos que sería su vida. “Mi nombre cuando nací era Gerardo Fernández y siento orgullo porque gracias a él también soy lo que soy. Él le prestó la identidad al cuerpo de la Mariana escondida, gracias a eso, ella está viva”. En el barrio la conocen como La Chocolate, apodo que se puso para hacer dulce lo amargo.
La Choco acaricia sus gatos mientras charla en la piecita de calle Choele Choel, donde funciona el Comedor Candela, que comenzó como refugio para travestis y hoy alimenta a más de 200 vecinos y vecinas del barrio. Cuenta cómo empezó su vida en la ciudad en la “Villita Centeno” (hoy barrio Itatí), donde vivía con sus once hermanos, una mamá víctima de violencia de género y un papá policía, en plena dictadura de Onganía.
“Cuando yo era chiquito, ya movía las manos de otra manera'', asegura, mientras hace un movimiento ondulante con sus brazos largos. “Ahí va el marica decían en esa época, así te marcaban y así es como vas a ser toda tu vida, te condenan a ser el ‘puto’ del barrio. No sé cómo los pibes se daban cuenta, siendo que yo no salía con nadie, pero ya estaba marcada, ya sea ahí o en la escuela”. No terminó los estudios, recién hoy está aprendiendo a leer con la ayuda de Ciudad Futura, espacio político con en el que se encontró hace poco, que también aporta provisiones para su comedor comunitario.
"Yo digo que empecé mi militancia a los 15 años cuando me puse los tacos. Ahora en julio voy a cumplir 60, saca la cuenta…”
La vida de Choco confirma las conclusiones del informe de La Revolución de las Mariposas, una investigación que tuvo como brazo encuestador al alumnado del bachillerato popular trans Mocha Celis: “Cuando en el hogar se hace visible esta ruptura con la cultura biológica del género, éste expulsa. Entonces llega el rechazo en el ámbito familiar y como consecuencia la deserción escolar: el 70% de mujeres trans travestis dejó a su familia antes de los 18 años. Realidad que empuja casi de forma exclusiva al ejercicio de la prostitución, situación que al menos para la mayor parte de las encuestadas, sería abandonada si existieran otras opciones para generar ingresos”.
“A mis 6 años, cuando hicimos la casa, ahí empezó mi vida de sufrida, de golpes y torturas'', cuenta Mariana, quien tomó su nombre de un local de ropa de calle San Juan. Solía mirar sus vidrieras cuando pasaban con compañeras a bordo del ex 203. Mientras conversa, de a ratos hace silencios, se pierde en recuerdos de infancia que -aún después de 50 años- siguen doliendo, como cuando rememora a sus hermanos varones, que la hacían ponerse de rodillas diciéndole que tenía el diablo en el cuerpo. Su madre le pegó con los mocasines y su padre con un rebenque cuando la vieron vestida de mujer por primera vez, a los 12 años. “Mi padre era el macho correntino y encima policía, yo tenía que ser como él. Era preferible tener un hijo choro que puto”.
La Choco recuerda que ser pobre y “marica” era lo peor que podía pasarle en la vida, ya que debía lidiar con toda una sociedad en contra, mudándose de barrio para que los vecinos no hostigaran a su familia. “Entonces era más difícil para nosotras, el hambre, el ser analfabeto, el no tener estudio”. Entre tantos recuerdos tristes, sobreviene un momento feliz en su infancia, cuando entre la basura y de donde juntaban vidrios para poder comer, encuentra una revista “Anteojito” con la Mujer Maravilla en la tapa. “Yo quería ser ella, ser yo y ser feliz. No me reconocía en nadie. De día trabajaba en una fábrica de bicicletas y de noche me fugaba de mi casa, buscaba alguien que me represente, así conocí a las travestis y los gays. Yo digo que empecé mi militancia a los 15 años cuando me puse los tacos. Ahora en julio voy a cumplir 60, saca la cuenta…”, dice mientras sonríe.
“En la medida en que realmente pueda llegarse a superar el pasado, esa superación consistiría en narrar lo que sucedió”, escribió Hannah Arendt. Por eso, es vital el testimonio de las Marianas que sobrevivieron y sobreviven a una sociedad que aún hoy no comprende la diversidad, las que subsisten después de sufrir las peores torturas en dictadura y en democracia también. Que se escuchen sus dolores y sus deseos.
La ley 26.743 reconoce el derecho a tener la identidad sexual autopercibida en el DNI, así como el acceso a la atención sanitaria integral de personas travestis trans. Esta ley se debió a la lucha de referentes nacionales como Lohana Berkins, Diana Sacayán, Marlene Wayar y las más cercanas Marina Quintero, Victoria Alejandra González, Jacqueline Romero, entre otros nombres de una genealogía local por escribir. Fueron quienes lograron a través de sus batallas un lugar desde el cual definirse orgullosamente travesti y así exigir al estado y a la sociedad el derecho a “ser” en libertad.
No siempre fue así. “Yo me paré en una esquina, me tuve que comer los calabozos, las violaciones, cagarme a palos con la policía y perder los dientes por querer ser como soy. La policía nos llevaba al puente del Saladillo y nos amenazaba con tirarnos, en un simulacro de suicidio”. La Choco cuenta que esto le costó muchos años de ayuda psicológica. “Hoy que la policía no te molesta, podés tomar un colectivo, reír, ser feliz cómo querés, hoy salís del placard porque tuviste compañeras que salieron a la calle. Que fueron quemadas en comisarías o asesinadas, las que quedamos, que sobrevivimos, seguimos en la lucha esperando una reparación histórica para tener un revoque, un baño y una vida digna”. En otro momento, subraya: “Fuimos perseguidas por estar pintadas con un lápiz negro acá”, y se señala el párpado.
Familia
Mariana se casó cuando era Gerardo a los 22 años con Marcela, una joven a quien conoció cuando sus padres lo enviaron a la Iglesia Evangélica del Reverendo Cabrera para “quitarle al diablo”. “Ella me ayudó mucho porque con todos los golpes que tuve en la vida me encerré en mí misma. Siempre le pido perdón y ella me dice que no hay nada que perdonar, que fue feliz en los momentos que estuvo conmigo. Marcela tiene pareja y me ayuda en el Comedor”, relata. Al mismo tiempo, en la cocina, Marcela amasa las decenas de pizzas que entregan diariamente.
Con ella tuvo tres hijas y dos hijos y hoy tiene una relación de amistad.
La Choco vive con algunos de sus hijos, nuera y nietos, por los que dice dio su vida y nunca les faltó nada: educación, salud y sobre todo amor. “Si preguntás en el barrio no te van a mentir. Mis hijos siempre tuvieron sus zapatillas, su festejo de cumpleaños, su carnet de vacunas al día. Milagros (una de sus hijas) se juntó con su pareja y está por recibirse de maestra. Mis hijas me dicen ‘papi’ porque madre ya tienen y yo soy un travesti, me considero TRAVESTI, lo enfatiza, no una mujer. Mi lucha fue, es y será para ser travesti”. E inmediatamente trae un recuerdo de cuando trabajaba en Inicio (legendario boliche gay de Mitre y Pasco) y su hija mayor, con apenas 12 años, luego de uno de sus shows le dijo: “Es la primera vez que te veo vestido de mujer y feliz. Papi, sé feliz”.
Matías es la pareja de La Choco desde hace 12 años. Se conocieron trabajando en la noche y se enamoraron. Él la cuidó mientras estuvo internada por una trombosis en la vena cava, enfermedad que padece a causa de tantos golpes. En esos días, como ella no podía trabajar, Matías recogía latas en la calle para darle de comer a sus hijos. Eso la enamoró y le devolvió las ganas de vivir.
La calle
Cuenta Mariana que al principio sólo se vestía de mujer en los carnavales hasta que conoció la plaza Libertad, donde antes estaba el Mercado o calle Ayacucho, en La Tablada, “donde estaba la droga, la violencia, el fiolo, el que te cagaba a palos o te sacaba la recaudación”. “Nos metíamos en los rincones más oscuros o en los pasillos más torturantes, estábamos rodeadas de gente que no queríamos estar, yo siento que la gente más sufrida se junta. A nosotras nos dejaban estar a un precio muy alto, pero era eso o nada”, relata. Después estaba “Tiki Tiki”, un boliche frente a la terminal de ómnibus, donde “la faca más chica era una guadaña”, recuerda Choco. “Por ahí la mataron a Sandra (Cabrera), con ella trabajábamos juntas”, rememora a la dirigente de Ammar de Rosario, asesinada el 27 de enero de 2004.
Como en “Las Malas”, la novela de la gran escritora y poeta Camila Sosa Villada, “...donde las travestis paseaban su hechizo por la boca del lobo, y trepaban cada noche a ese infierno del que nadie escribe”, la Choco anduvo por todas partes: Provincias Unidas, avenida Godoy al lado del Cementerio El Salvador, la ruta AO12, muerta de frío con amenazas constantes “de gente pesada a las que, si denunciabas, ibas adentro”.
"La mayoría de aquellas travestis que estaban conmigo murieron, pero no de SIDA, murieron violentadas, a veces a manos de maridos"
La Choco sigue tirando de su memoria. “Un mundo en el que no quería estar por lo doloroso y duro, pero me pertenecía. La mayoría de aquellas travestis que estaban conmigo murieron, pero no de SIDA, murieron violentadas, a veces a manos de maridos que las mandaban a patinar (prostituirse), o por hambre. Dormíamos en el cañaveral de acá, de Acindar, porque no teníamos donde ir, o en las villitas: Banana o las Flores. El derecho de piso era hasta para dormir”.
Si no hubiera sido por esta peste, reflexiona, quizás seguiría en la calle. Cree que la pandemia hizo visibles muchas realidades. “Ahora se ve el sufrimiento de las travas, el hambre de la gente”.
Cupo laboral trans
Rosario es una de las ciudades pioneras en implementar el Cupo Laboral Trans. Según cuenta Mariana, la realidad es otra, ya que piden requisitos que ella y muchas compañeras no podrían cumplir nunca. “Nosotras no tenemos estudio porque no nos dejaron tenerlo, nos negaron esa posibilidad'', asegura Mariana. “Recuerdo una vez, creo que en segundo grado, que me pusieron un lápiz en la silla y me lo clavé en la cola. La maestra me miró y no hizo nada, porque para ella yo me lo merecía, por puto. Yo no pretendo estar en un estudio jurídico, ni en un hospital, de enfermera, porque ya sé que eso no puedo hacerlo, pero nosotras tenemos dos brazos y dos piernas: podemos limpiar, escribir en un papel o hacer trámites. No pretendemos que nos den trabajo en una oficina sino para limpiar la oficina. ¿Por qué no nos dan esa oportunidad? Yo no digo que el Estado nos negó el derecho de estudiar, la sociedad nos lo negó porque no nos aceptó como éramos”, dice la Choco. Y convoca a pensar: “Imagináte, si no se puede vivir con 60 mil pesos porque estás bajo la línea de pobreza. ¿Una travesti puede vivir con una tarjeta de mercadería de mil pesos y dos bolsones por mes? Eso es lo que nos dan, nosotras no queremos eso, queremos un trabajo. Nosotras no pudimos estar en la escuela que ellos piden, porque nos obligaron a estar en la calle”. Otro impedimento es la edad.
Reparación Histórica
La ley de reparación histórica fue promulgada en 2012, y tiene el objetivo de reconocer la deuda histórica con la comunidad travesti trans, específicamente con las generaciones que han padecido la exclusión social, la negación de su identidad y la violación de sus derechos humanos durante la mayor parte de sus vidas. Consiste en una pensión mensual vitalicia a mayores de 40 años que hayan realizado su cambio registral en el DNI. Ana Oberlin, auxiliar de la Unidad Fiscal Federal Especializada en crímenes de Lesa Humanidad de La Plata, considera que “lo primero que hay que hacer es encuadrar estas violencias en el marco en el que se dieron, la base ideológica del Terrorismo de Estado” y subraya que “por estar en situación de prostitución, se hacía mas fácil que las fuerzas represivas las encuentren y violenten”.
Según cuenta Matías Gómez, abogado de la Secretaría de DDHH de la Provincia de Santa Fe, son 16 las personas que obtuvieron la reparación histórica hasta el momento, gracias a una investigación llevada adelante en forma conjunta entre la Subsecretaría de Políticas de Diversidad Sexual y el colectivo de mujeres trans sobrevivientes de la última dictadura cívico-militar.
"El sentimiento que tenemos cada vez que se nos muere une compañere es como prender fuego una biblioteca. Se nos pierden un montón de historias". María Belén Correa
Mariana, a pesar de algunos escollos en el camino, hoy está tramitando su reparación, porque sabe que es un derecho adquirido luego de tantos años de lucha. Durante la dictadura fueron incontables las veces que cayó presa: meses, hasta un año en la antigua Jefatura de Policía, en las comisarías 5°, 16° y 18°, donde la torturaron de las maneras más aberrantes. Aún al pasar por esos lugares se le hiela la sangre. “Cuando caía presa la policía te sacaba la ropa, la peluca, te dejaban desnuda, te encerraban en una pieza y te violaban. Cuando estás en el calabozo te despertás a la hora que sea y te parece de día o de noche. No hay hora. Hoy tengo la oportunidad de pelear, porque sé que si voy a la policía y hago una denuncia me la van a tomar. Me van a tratar mal pero voy a gritar, porque tengo una ley que me ampara”, concluye convencida la Choco. “Tuve muchas amigas que murieron en manos de la policía, fueron a hacer simples denuncias y terminaron presas por travestis. Si tenías HIV te mataban, salvo que tuvieras un certificado que acredite que no. A veces se cuenta mal nuestra historia. La mayoría no vivieron para contarla. Nosotras estuvimos en una esquina paradas para comer, a fuerza de golpes y dolor abrimos el camino para la lucha de las jóvenes travestis”.
Archivo de la Memoria Trans
Para La Choco, contar su vida es un deseo cumplido. Para la sociedad, es una necesidad de documentar historias que recién empiezan a escribirse. Así nació el Archivo de la Memoria Trans, en 2014, por una idea de Pía Baudracco, ya fallecida y María Belén Correa, que la realizó con la ayuda de la fotógrafa Cecilia Estalles. “La expresión o el sentimiento que tenemos cada vez que se nos muere une compañere es como prender fuego una biblioteca. Se nos pierden un montón de historias, un montón de vivencias que no fueron documentadas. Por eso el trabajo de hoy del Archivo de la Memoria Trans, es, salvando las distancias, como el trabajo que hicieron las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en su momento, reconstruyendo un pasado que el Estado intentó ocultar. Un pasado que daba vergüenza, no solo al Estado sino también a la familia”, dice Belén. Pareciera una historia muy lejana pero no hay que olvidarse de la posición política y la línea de tiempo. “Nosotras hasta el 2011 votábamos en la fila de hombres”, rememora Correa. “No teníamos una identidad, hasta ése entonces yo no podía estar en el colegio, no tenía posibilidades de trabajar, porque en el 2012 tuvimos la primera ley de Identidad de Género y por supuesto hasta el día de hoy no tenemos una reparación, ya que la memoria y la reparación fue hétero cís, porque la mayoría de nosotras no tuvimos ni Madres ni Abuelas que reclamen por nosotras. Tampoco tuvimos una descendencia de HIJOS para que reclamen por nosotras. Nosotras mismas podíamos reclamar por nuestras amigas, pero nuestras amigas tenían apodos, como la Choco. Cómo iba a reclamar yo si no sé su nombre y apellido, sólo sabía que era la Choco”.