En un escenario caótico, de señales enfrentadas, el mundo del virus parece más el de la vaca loca, con Estados Unidos apoyando la liberación de las patentes de las vacunas, y los países europeos que respaldan el pedido, con excepción de Alemania. Pero al mismo tiempo en Madrid ganó las elecciones una facción ultraderechista que impulsó el rechazo a las políticas sanitarias y en una reunión de impresentables latinoamericanos, en Miami, Mauricio Macri defendió el lawfare. Y 70 legisladores demócratas plantearon al gobierno de Estados Unidos que pida al FMI la postergación de los vencimientos de la deuda argentina. En ese contexto, Alberto Fernández comenzará una gira para lograr que el Club de París adscriba a esa postura.
En 1966, la ley Oñativia, que en los hechos liberaba las patentes de los medicamentos, provocó el derrocamiento del entonces presidente Arturo Illia, con el visto bueno de Washington. Ahora, Washington promueve lo que fue la causa del golpe que promovió en 1966. Los diputados de Joe Biden le pidieron al FMI que no cobre la deuda de Argentina cuando, en 1976, Estados Unidos promovía los golpes militares en la región para propiciar el endeudamiento brutal con el FMI.
Se ha planteado que la liberación de las patentes no es tan importante sin el conocimiento y la infraestructura para producir, cosa que Argentina sí tiene. Se planteó también que el pedido al FMI es por la postergación de dos pagos de capital que suman 3800 millones de dólares, más el pago de intereses por 300 millones que debían realizarse este año. No fueron diputados de izquierda, sino 70 legisladores cercanos al presidente Biden. Pidieron que el gobierno de Estados Unidos eleve ese planteo al Fondo.
Es como si el virus hubiera introducido una cepa de racionalidad. Pero estas decisiones del gobierno de la principal potencia, que viene de una política agresiva y de aprietes a los países de la región, constituyen el síntoma de la crisis que afronta. La retracción de la economía norteamericana tras la crisis del 2008, más una recuperación muy lenta e incompleta que terminó de desmoronarse con el manejo desastroso de la pandemia, obligó a Estados Unidos a un repliegue que coincidió con la irrupción de China y Rusia en los mercados.
“En nuestra historia siempre hemos crecido con fuerte inversión pública e infraestructura”, dijo Joe Biden, el presidente del país que inventó el lawfare y que ha tratado de imponer el libremercadismo para sus productos en todo el mundo a sangre y fuego. Siempre fue así con la inversión pública, pero dijeron lo opuesto para evitar que también lo hicieran otros países.
Donald Trump había anunciado una inversión estatal de 2,2 billones de dólares y esa política se mantiene con Biden, porque siempre ha sido así. La inversión fenomenal que requiere la reactivación de una economía como la norteamericana no saldrá del sector privado que, como siempre, tratará de colgarse de los beneficios de lo que invierta el Estado. Washington necesita reactivar la economía y salir a disputar mercados contra el impulso vigoroso de la economía china, que ya hizo pie en territorios que hasta ahora eran exclusividad de Washington.
El lawfare en reemplazo de los golpes militares comenzó a ser difundido por Estados Unidos contra gobiernos populares o centristas durante el gobierno de Barack Obama y su secretaria de Estado, Hillary Clinton. Y se profundizó con Trump. Así como la política injerencista de Washington corrompió a las Fuerzas Armadas latinoamericanas con la doctrina de la Seguridad Nacional, en esta etapa hizo lo mismo con sectores del Poder Judicial que aplicaron el lawfare con la excusa de una supuesta lucha contra la corrupción y el lavado. En ambos casos, las consecuencias fueron devastadoras para los países de la región
Quizás corrido de época, el ex presidente Mauricio Macri, que ha sido hostil al movimiento de derechos humanos y conciliador con los genocidas, se esforzó por viajar a Miami para participar en una reunión de dirigentes ultraconservadores latinoamericanos de tercera o cuarta línea. Ninguno de los que participaron tiene alguna proyección en sus países de origen.
“Quiero aclarar que no me di ninguna vacuna contra el coronavirus y tampoco lo voy a hacer hasta que el último de los argentinos de riesgo y de los trabajadores esenciales la haya recibido.” Macri difundió esta frase en las redes cuando quiso colgarse del escándalo por algunos acomodos en la vacunación.
Sin embargo, viajó por Europa y el mundo árabe cuando los argentinos se sumían en una dura cuarentena que trataba de ganar tiempo para recuperar un sistema de salud deteriorado por su gobierno. Y ahora viajó a Miami después de participar en un asado en el que se encontraba un legislador cordobés del PRO contagiado. Macri sabía del contagio y viajó sin respetar el protocolo. Y en Miami lo recibieron. Conociéndolo es difícil que lo haya hecho por inconsciente o negacionista. Y todavía falta vacunar a muchos trabajadores esenciales, sobre todo en la CABA.
Las encuestas presentan a Macri como el político con más imagen negativa. Y en el exterior, donde lo querían convertir en el Che Guevara del neoliberalismo, ahora lo desprecian por inepto. Prácticamente quedó fuera de la política. Sin embargo su belicosidad contra el gobierno es ostensiblemente mucho más fuerte que durante sus campañas electorales y su gobierno. Si no tiene mucho margen en la política, esa belicosidad se entiende más por algunas causas que se tramitan en la Justicia.
En el gobierno, Macri y su gente se dedicaron a hacer negocios con sus empresas y descuidaron la economía general. Causas como las del Correo, los parques eólicos o los peajes, que involucran a empresas del Grupo Macri, tienen muchas pruebas concretas, no son inventadas para la política. Y lo mismo las causas por el manejo autoritario del poder político, como la de espionaje ilegal o la de persecución con la AFIP a propietarios de medios críticos.
Las partes centrales del discurso de Macri en Miami fueron para defender el lawfare y atacar al gobierno de Alberto Fernández como si fuera una dictadura populista. Así como la Corte necesita que el Gobierno se debilite para frenar cualquier reforma que ponga límites a sus desbordes, Macri necesita frenar causas cuyo curso judicial normal lo pondrían en una situación muy difícil.
Aunque el comportamiento de las sociedades se vuelve bastante impredecible con la pandemia, el discurso de extrema derecha que eligió Macri solamente sirve para el núcleo duro y aleja a centristas e indecisos. Horacio Rodríguez Larreta, desde el Gobierno de la Ciudad suele incursionar en esa línea para diferenciarse de la Casa Rosada y luego vuelve a replegarse en una pose dialoguista.
En ese contexto mundial, Alberto Fernández iniciará una gira que busca convencer a los acreedores del Club de París de postergar el pago de 2400 millones de dólares que debería efectuarse este mes. El Presidente se reunirá con los gobiernos de Francia e Italia. El discurso que hizo en el Consejo Federal Argentina contra el Hambre, ayer, de alguna manera fue una advertencia de que no está dispuesto a pagar deuda mientras dure la pandemia y sustente políticas sociales. Resulta más que evidente que ninguna deuda puede ser cobrada cuando el deudor está enfermo y no puede trabajar. En esa postura coinciden Kristalina Georgieva, titular del FMI, el Papa y hasta los legisladores demócratas.