*Gracias, Alejandro Sanz, por la idea.
Señor juez:
A pesar del encabezamiento de esta carta, no se trata de ningún anuncio de suicidio ni de exculpación alguna por la muerte de nadie. Por el contrario, se trata de un intento (quizás algo ingenuo, porque la desesperación se agarra de donde puede) de mantener con vida y salud a la mayor parte posible de las personas.
Supongo que V.E. está enterado de que, desde hace poco más un año, un virus amenaza a la población humana del planeta, calculada en más de 7.000 millones de seres vivos. Y escribo “supongo” porque, dadas vuestras acciones y fallos, no lo sé con certeza jurídica.
Este virus, que tiene varios alias (“coronavirus”, “Covid”, "COVID-19”, etc.) y tremendo prontuario internacional, ya ha asesinado, serialmente hablando, a más de 3 millones de personas en el planeta, y como nuestro país, la Argentina, forma parte indeclinable del planeta, más de 60 mil argentinos han perdido la vida por esa misma causa.
Cuando escribo "60 mil", estoy escribiendo un número, pero también una cantidad desglosable de uno en uno. Son 60 mil duelos, 60 mil seres queridos, 60 mil amores, familias, amistades, trabajos; 60 mil historias, 60 mil esperanzas, 60 mil recuerdos, 60 mil padres, madres, hijos, amigos, abuelos, vecinos, compañeros.
Cada una de esas muertes es una catástrofe. Sin embargo, señor juez, no escribo esta carta para culpar a nadie más. Se sabe quién es el asesino, ya se lo advertimos.
Entiendo que no pudo usted hacer nada para evitarlas. Porque la biología está por encima de los poderes que otorga nuestra Constitución, que nada dice respecto de nacer o morir, porque no tiene sentido que lo diga. No puede el Poder Ejecutivo ejecutar a un virus, ni el Legislativo legislarlo, ni el Judicial juzgarlo.
Entiendo también que el derecho civil no puede civilizar a un virus, el penal no puede penalizarlo, el contencioso-administrativo no puede contenerlo, y mucho menos la Corte Suprema puede cortarlo o suprimirlo. No. Pero sí se pueden decidir medidas para limitar su accionar (no el suyo, señor juez, quédese tranquilo: me refiero al accionar del virus).
Existe, en tal sentido, experiencia científica y cotidiana (en sus términos, “jurisprudencia”) de que la circulación y el contacto sostenido entre las personas le permiten al virus divulgarse, propagarse, y –perdone el vulgarismo– “viralizarse”.
Por eso mismo, diversas autoridades, en territorios de diversa dimensión y nivel, han adoptado medidas similares y efectivas, como lo son el cierre de lugares por los cuales suele circular mucha gente, porque por esos lugares circula también el virus. Se trata de shoppings, restaurantes, estadios, hoteles, cines, teatros, galerías y… ¡escuelas!
Puedo coincidir con usted en que, de todos los lugares mencionados, el único esencial es la escuela. Le pido a cambio que coincida usted conmigo en que la vida también puede ser incluida dentro de lo “esencial” y en que, de hecho, sin vida, no hay escuela posible.
También aclaro esto, y no lo doy por obvio, porque quizás desde su lugar de observación, al ser tan alto, o tan supremo, no vea a los pequeños hombrecitos y mujercitas que van cayendo. No, señor juez, no son hormigas: son seres humanos como yo y como usted.
Si estamos de acuerdo en preservar la vida “en concreto”, la singularidad de cada uno y cada una de las personas (esas que, como le digo, van cayendo como hormiguitas), entenderá usted que quienes han dedicado sus vidas a estudiar estas situaciones de pandemia con el mismo ahínco que le puso usted al estudio del Derecho son los que tienen, en este caso, las herramientas para tomar decisiones al respecto.
También entenderá usted, o al menos debería hacerlo por su propia supervivencia, que el virus no sabe de banderas políticas, económicas o ideológicas. Como su cargo es vitalicio, privilegiado e inmune a cargas impositivas varias, por ahí crea usted que la biología forma parte de esos ítems. Con el mayor de los respetos lamento contradecirlo.
Es posible que, por motivos de edad o incumbencias esté usted ya vacunado: excelente. Señor, lo felicito. Sin embargo, sepa usted que eso suma –y mucho–, pero no termina de resolver.
Quizás se esté preguntando por qué me dirijo a usted en estos términos, qué tienen que ver sus decisiones con un virus, cuando usted “solo se ha referido a jurisdicciones”. En tal caso, sepa usted que lo considero mucho más inteligente que esa respuesta que me acaba de dar.
Cuando usted decide permitirle a un gobierno local decidir “sobre salud”, se está refiriendo a un ítem que abarca y afecta a todo el país, y al mundo, y que no reconoce fronteras políticas.
Sabemos, usted y yo, que el virus no necesita pasaporte ni documento alguno para atravesar fronteras, lo hace a través de personas que sin saberlo, o sabiéndolo –y esto sí debería usted juzgarlo con todo el peso de la ley–, no toman las medidas de precaución necesarias y transportan al virus de contrabando.
Volviendo al tema que nos afecta, señor juez: visto y considerando el daño que su decisión puede causarles a nuestros niños, padres, docentes, no docentes, transportistas y a usted mismo, le insistimos en que no falle de esta manera, para no incurrir, digámoslo con respeto, en "complicidad involuntaria” o algo semejante.
Si así no lo hiciereis, la Humanidad, más tarde o más temprano, os lo demandará.
¿Será justicia?
Como intento (probablemente fallido) de darle un sentido a este sinsentido, sugiero ver el video “El dedo de Freud” de RS Positivo (Rudy-Sanz), y ya que andan por ahí, pasear por el canal de Youtube de los autores, y si gustan, suscribirse al mismo.