“Somos el desierto tristemente conquistado”, es la frase inicial de una muy linda canción de impronta patagónica. Se llama “Somos”, le pertenece a Cami Warner, cantautora nacida y criada en Bariloche, y no solo tal sino toda su letra se ofrece como una sólida síntesis ontológica de lo que esa región implica para el ser de la patria. Ese que es “no solo” el desierto, sino también el silencio más reciente de la historia, el destino más feliz del egresado, los fusilados de la Patagonia rebelde, o el verano “sin Nahuel y sin Santiago”. El tema opera entonces como posible llave madre para abrirse camino entre tres flamantes ediciones discográficas patagónicas, con todo lo que ello implica. Este llamado Somos; Raigal, de Arroyito Dúo e Infinito, del cantautor de Río Turbio Eduardo Guajardo.
La primera es precisamente la que contiene el tema epónimo, delicadísimo y ecléctico trabajo de nueve piezas que funde intereses sociales y regionales, con un acendrado acento en la cuestión autoral. La búsqueda de Warner en esta patriada de reflejarse en el vasto y misterioso sur se llega incluso hasta los lindes con Buenos Aires. Se apropia de una huella –“Huella blanca”- para quitarle unos pocos grados de calor, y llevarla como bella cautiva hasta la cordillera, donde la cantautora hace base, pese a vivir en Buenos Aires. Otra punta intensa del disco es la visita que hace de “Quimey Neuquén”, compuesta por la dupla Marcelo Berbel-Milton Aguilar y eternizada por José Larralde, que Warner diversifica con la inclusión de un atrevido y lúdico rapeo, que juega en tándem con la línea melódica central del hipnótico loncomeo.
Pero es la pluma de la propia Warner la que, tal como en “Somos”, contiene y sintetiza la aspiración de esas dos millones de personas que ocupan, a densidad ultra baja, esos mil millones de kilómetros cuadrados del triángulo entre los andes, el Atlántico y La Pampa. Es por caso en “País lejano” –con una muy lúcida participación de Romina Vega Soto en cello- donde el federalismo no parece solo cosa de las provincias de cuyo, el NOA y la Mesopotamia; o en “Para Diciembre”, calmo y percusivo fresco sonoro en el que aparece aquella idea recurrente de la patria como la infancia.
En esa máxima está posada la segunda gran noticia discográfica del sur. Se trata de un dúo radicado en la misma tierra que nació Warner, aunque en este caso el foco está puesto en el arraigo a un paisaje, a una naturaleza que se defiende también luchando, además de dar cuenta de lo que implica ser músico y hacer música en esa Patagonia que no solo respira kaanis y chorrilleras. El dúo se llama Arroyito, lo conforman la cantante y compositora Victoria de la Puente, y Nehuén Rapoport –si, el hijo de Diego, ex tecladista del flaco Spinetta en A 18' del sol, Kamikaze, Alma de diamante y Los niños que escriben en el cielo- en bajo, guitarra y voz. El disco, integrado por siete piezas compuestas por ambos, lleva por nombre Raigal. En él, Rapoport se luce en arreglos tal como lo haría su padre, mientras Victoria juega libre con su voz. Data plus: que Carlos “el Negro” Aguirre haya aceptado tocar acordeón y cantar en uno de los temas -“Dame el agua”- no hace más que ratificar la solidez de este trabajo que ramifica, también, en zambas y chacareras “propias”.
Entre las primeras se luce la más que explícita “Soy del sur”, una muy fina pieza que ancla su sino en esa madre naturaleza que se abre paso entre soledades y polvaredas, y en la sangre persistente del pueblo mapuche. Entre las segundas, en tanto, se destaca “Serena”. “Con Raigal abrazamos el viento de las cumbres y el silencio del bosque”, sintetizan ambos. Arroyito Dúo lleva seis años de existencia, y dos EP, además del flamante: Todo tan calmo y Moray. Además, ha publicado dos larga duración. Uno llamado Grupo Cayú, que tuvo como invitado a Lito Epumer, y otro de nombre Escenarios.
La tercera buena nueva patagónica pertenece al experimentado Eduardo Guajardo. El estreno se llama Infinitos, EP del que el trovador nacido, criado y desarrollado en Santa Cruz ya mostró -además del epónimo-, el tema “Te lo digo cantando”. Fiel a sus preocupaciones históricas –lleva cuarenta años en esto- Guajardo centra sus preocupaciones en los valores “más altos” del hombre común: “Yo soy tu hermano soy tu amigo, un semejante un conocido / Tu compañero, tu vecino, soy uno más en el camino / Un trashumante, un peregrino, un niño viejo malherido / Que sueña un mundo parecido, como vos”, canta, y musicaliza sus versos con guitarras, bajo y congas del multiinstrumentista boliviano Nico Quintana, y el violín del porteño Matías Romero.
Infinito es el quinto disco que este juglar de la helada y mineral Río Turbio publica en cuatro décadas. Lo anteceden Señales de vida, el de “Que va a pasar un obrero”; Una mirada al sur, Un grito de ida y vuelta, del que intervino El Sabalero; La ruta de la dignidad – especie de Ushuaia a La Quiaca compartido con Claudio Sosa, y Cantares de la lejura, trabajo clave en la búsqueda de lo que Héctor “el Gato” Ossés -genio y figura de ese sur junto a Hugo Giménez Agüero- definió como el “genoma santacruceño”.
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patagónico, echarle nieve.