“Ayer me puse la vacuna del coronavirus”, comparte Rubén Blades, al otro lado del Zoom, desde su hogar en Nueva York. “El único efecto colateral que tuvo hasta ahora es que camino más como un maleante que antes”. A pesar de que muchos artistas padecieron el confinamiento que provocó la pandemia, el músico panameño supo sacarle provecho al mantenerse activo en sus redes sociales o llevando adelante encuentros con sus seguidores a través de su canal de YouTube. “Soy una persona muy de casa. No acostumbro a ir por ahí de noche”, reconoce. “Cuando salgo de gira, vivo como si estuviera la pandemia. Estoy en el cuarto del hotel, me traen la comida, hago la prueba de sonido, regreso al hotel, voy al show, termina el concierto, vuelvo a mi cuarto y después viajo. Además, mi esposa (la actriz y cantante estadounidense Luba Mason) y yo vivimos en una casa que es muy amplia y callada porque esto antes era un convento. Eso nos dio la oportunidad de no arrancarnos los pelos mutuamente. Bueno, a mí casi no me quedan… Me imagino la presión de la gente que vivió con su familia en un espacio reducido. Eso debe ser fregado”.
El viernes 30 de abril, esta leyenda viviente de la salsa puso en circulación en las plataformas musicales digitales su nuevo álbum, Swing!, al que le precedieron en las dos semanas previas Salsa Plus! y Salswing! Más que una trilogía o una propuesta conceptual, son tres exquisitas y ambiciosas maneras con las que Blades establece un diálogo entre el jazz y la música afrocaribeña. Siempre con la complicidad de quien ha sido su mano derecha artística en los últimos tiempos: el director de su orquesta, al igual que bajista y paisano, Roberto Delgado. “Salsaplus! lo hicimos para los que les da urticaria escuchar algo que no sea salsa”, explica. “Mientras que Swing! tiene arreglos propios de ese género, por más que algunos temas estén cantados en español”. El que avisa no traiciona, y, más allá de que la palabra es su principal identikit, el cantautor cumple con lo que pregona. Eso lo dejó en evidencia cuando fue ministro de Turismo de su país. Tal como lo había advertido antes de asumir, entre 2004 y 2009 sólo se dedicó a la política. Por lo que no grabó discos ni salió de gira.
Si bien a lo largo de su trayectoria, especialmente después de su salida del sello Fania Records en la primera mitad de los ochenta, se animó a incursionar en otros géneros musicales, de lo que da fe su disco Tangos (2014), el juglar centroamericano encendió las alarmas en 2016 al anunciar que no haría más salsa. “A mí me gusta la salsa”, enfatiza. “Quiero aclarar que, efectivamente, en un momento estaba decidido a irme en otra dirección. Por eso también fundamos Paraíso Road Gang con Luis Enrique Becerra (en 2019 publicaron un disco homónimo), que es el tecladista del grupo de Roberto Delgado. Ibamos en una corriente a la que llamo ‘mixtura’, donde se encuentran integrados elementos de distintos géneros. Es una banda que puede tocar pop, folk, rock, salsa y jazz. Cuando hicimos Salsa Big Band (2017), dijimos que no íbamos a hacer más giras de salsa. En todos los sitios a los que fuimos, nos despedimos. Pero ocurrió algo que no me esperaba, y es que ese disco ganó el Grammy Latino al año siguiente”. En YouTube se puede ver su cara de asombro, sentado en primera fila en el teatro, tras el veredicto.
Entonces lo pensó una vez más. “Si no volvía a participar en la salsa, toda la música, posiciones y opiniones que he creado a través de mis composiciones, durante todos estos años, iban a desaparecer”, reflexiona. “Nadie continuó por esa dirección del comentario urbano en la salsa, y todo se iba a quedar en el ‘Vente mamá, vamo’ a gozar’. No digo que esté mal, pero no debe ser lo único”. Sin embargo, también pesó otra razón. Una onírica, epifánica y hasta sobrenatural. “Tuve un sueño muy raro, y yo soy supersticioso. No me controla, aunque lo respeto. No entiendo cómo el mundo puede creer en Dios, y no en la existencia de los extraterrestres. No comprendo esa diferencia. Considero que hay cosas que no puedo explicar. Este sueño es interesante porque se me aparecieron todos los personajes de mis canciones en casa. Tocaron la puerta, y empezaron a entrar Pedro Navaja, Josefina Wilson, Juana Mayo, Adan García, Pablo Pueblo, Juan Pachanga y Ligia Elena. Y básicamente la pregunta que me hicieron fue: “Si te vas, ¿quién nos canta? Morimos, pues”.
El antecedente de Salswing! se remonta a 2014, en un recital (grabado y posteriormente publicado, cuatro años más tarde, con el título de Una noche con Rubén Blades) donde el músico unió fuerzas con el trompetista estadounidense Wynton Marsalis y la Jazz at Lincoln Center Orchestra. El show alternaba versiones de “Pedro Navaja”, “Sin tu cariño” y “El cantante” con “I Can't Give You Anything But Love”, standard cantado entre otros por Ella Fitzgerald; “Too Close For Comfort”, inmortalizada por Frank Sinatra; o “They Can’t Take That Away From Me”, de George Gershwin. “Después de reconsiderar mi decisión, lo que hicimos con mucho cuidado fue integrar el jazz al repertorio para que no sea sólo salsa”, manifiesta. “Sé que hay sitios en los que no vamos a poder ir a tocar porque no van a aceptar ese material. Pero a la vez hay otros a los que no fuimos aún, y estoy seguro de que esto nos va a permitir llegar. Van a disfrutar de la calidad de la orquesta. Tengo sumo respeto por iconos como Frank Sinatra, Tony Bennett, Sammy Davis Jr., y Nat King Cole”.
Grabado en Panamá a partir de una sugerencia de Roberto Delgado, quien encontró en el Istmo un estudio de grabación analógico (la intención era brindarles a las canciones un formato rico e ideal para el vinilo), llevó alrededor de dos años el proceso de producción del proyecto. Si bien la terna de discos comparte repertorio, la matriz es Salswing!. De sus 11 temas (tanto Swing! como Salsa Plus! tienen ocho), Blades reversiona de su cancionero el clásico “Paula C.”, la celestial “Canto niche”, la sonera “Contrabando” y la iconoclasta “Cobarde”. Mientras que de Sinatra toma prestada “What Watch What Happens”; le saca brillo a su orquesta con el instrumental “Mambo Gil”, de Tito Puente; adaptó “Ya no me duele”, del boricua Jeremy Bosch; y se viste de crooner con “Pennis from Heaven”, célebre gracias a Bing Crosby. “Nuestro arreglo de ‘Pennis from Heaven’ es el mejor que escuché”, se jacta el artista de 72 años, que se encuentra sin sello disquero. “Estuvo a cargo de Tom Kubbis, maestro de orquestación de Roberto Delgado y compositor de ‘Do I Hear Four?’”.
-Es una paradoja que supongas que te van a criticar por esta propuesta, considerando que el jazz es inherente a los orígenes mismos de la salsa. Ray Barretto, Tito Puente, Mongo Santamaría y hasta Machito, que tuvo entre sus socios a Charlie Parker, son una muestra de esa dialéctica…
-Hay gente que no cultivó la posibilidad de ser curioso y de aprender de cosas que no le resultan quizá comunes. Para mí siempre la música es la música. Cuando me preguntan qué hago, respondo que soy músico. Pero éstas son personas que no sólo tienen problemas con cierto tipo de música, sino que también deben ser intolerantes con otras razas. Me acuerdo una vez que un supuesto crítico musical me dijo que, en vez de estar en Harvard, debería estudiar en la universidad de la calle para poder mejorar como sonero. Hablan de estupideces o santurronerías que no tienen nada que ver con la realidad.
-Tanto en la dupla que formaste con Willie Colón como en tu carrera solista, la experimentación es una constante en tu obra. Lo que evidencian no sólo Salswing!, en el que cantás algunos temas en inglés, sino también Nothing but the Truth (1988), un disco que hiciste enteramente en ese idioma y en el que además te adentraste en el pop y el rock.
-Fíjate lo curioso del caso. ¿Cuál fue el propósito de Nothing but the Truth?, establecer una combinación entre escritores urbanos del rock, folk y pop con escritores urbanos de salsa. Era una comunicación que se creía inalcanzable. A mí me dijo mi sello de aquel entonces (Elektra Records, que albergó desde a The Doors hasta Nina Simone, pasando por The Stooges, Tracy Chapman, Metallica y Björk) que quizá esos tipos no sabían quién era yo, y que no solían colaborar con nadie y que tenían personalidades bastante reacias. A lo que les respondí: “Lo único que les estoy pidiendo es que les pregunten”. Insistí porque pensaba que si son como yo entendía que eran, por lo que escriben y el talento que demuestran, les iba a interesar. Y así fue. Todos dijeron que sí. La canción con Bob Dylan no funcionó porque nos pusimos a hablar de otra cosa, y nunca terminamos el tema. Elvis Costello vino desde Irlanda, y me junté mucho con Lou Reed en su casa. De hecho, las grabaciones las hice con su banda, y con él tocando la guitarra y produciendo. Eso era imposible sólo en la mente de algunas personas. Me gustaría que la gente joven no piense que no pueden hacer las cosas porque son argentinos o panameños. Eso es falso. La mejor definición del fracaso es no intentarlo.
-En algunos lugares donde no forma parte de su erario cultural, la salsa suele ser banalizada o ignorada. ¿Cómo un icono de la contracultura neoyorquina del tamaño de Lou Reed se interesó en lo que hacés?
-En varias ocasiones, coincidimos en eventos en los que protestábamos contra el racismo, el sexismo o la homofobia. Un día, saliendo de una de esas actividades, había un carro que nos tenía que llevar a un sitio. Como iba solo, me preguntaron si no había problema con que Lou Reed y su esposa Silvia vinieran conmigo. Si bien anteriormente intercambiamos algunas palabras, en ese trayecto se dio cuenta de muchas cosas mías. Y establecimos una comunicación que se mantuvo por décadas. Lo que más le impresionó a Lou de mi trabajo era que, al igual que él, describía realidades que generalmente no son motivo para el desarrollo de concepto de canciones. De la misma forma que sucedió en su disco Berlin, continuamente buscaba nuevas expresiones. Respetaba a la gente que como él desechaba la fama que se adquiere por adherirse a lo mismo, y por no decir las cosas como son. Un tema como “Cuentas del alma” (está incluido en el disco Escenas, de Blades), que dice “Y mi madre le ha temido a la noche desde el día que se fue mi papá”, Lou Reed no necesita hablar español para sentirlo. Nuestra comunicación fue muy buena, y nunca fue traicionada por el abrazo a la inconsciencia. Fuimos amigos hasta que murió.
-A propósito de esa temática urbana, este año es el 40 aniversario de la aparición de Canciones del solar de los aburridos, disco en el que te consolidaste como un letrista comprometido con el tiempo que te tocó vivir. Al punto de que tras hacer “Tiburón”, tema incluido en ese trabajo, estuviste década y media sin poder sonar en las radios estadounidenses. ¿Te sorprendieron las consecuencias?
-No hay nada como el tiempo para demostrar la verdad de las cosas. El punto de “Tiburón” (Vicentico la versionó en su disco Los rayos) era achacarme la noción de que yo era comunista, porque protestaba contra la intervención de Estados Unidos en Centroamérica y su apoyo a las dictaduras militares en todo el continente. Cualquiera que criticara eso, y que apoyara a los sandinistas o al Frente Farabundo Martí, o que estuviera en contra del bloqueo a Cuba, lo metían en una lista negra. No apoyo ni apoyé a ninguna dictadura. Critiqué tanto a la cubana como a lo que está haciendo Ortega en Nicaragua, que es una vergüenza, y ni te voy a hablar de lo que pasa en la pobre Venezuela. Mi caso siempre fue criticar, pero con un argumento. En el caso de Cuba, lo que siempre pedí es que le dejen al pueblo decidir por sí mismo lo que quieren hacer.
-Hasta te llegaron a amenazar de muerte en un recital por cantarla…
-La última vez que toqué en Miami con Willie Colón, lo hicimos con un chaleco antibalas. Cuando cantamos “Tiburón” en Puerto Rico, justo en la época en la que hundieron el Belgrano, la reacción del público ante ese hecho fue la de un argentino. El argumento de la canción era decirle a cualquier país del mundo que en Latinoamérica no se puede ejercer un poder imperial. Ahora mucha gente ni se acuerda de eso. En Panamá prohibieron el disco Buscando América por “Decisiones”, y lo hicieron con la excusa de que el tema defendía las actividades extramaritales y patrocinaba el aborto. Esos días no fueron fáciles.
-Si hace cuatro décadas América latina estaba poblada de dictaduras militares, hoy la región se encuentra polarizada. Pero tus canciones se mantienen vigentes. Sin embargo, ¿te frustra que el mensaje de unión, conciencia y esperanza que encierran tus temas siga siendo una utopía?
-Es una desafortunada realidad que sólo podrá cambiar en países que puedan crear un frente lo suficientemente solidario como para no elegir a esta gente, que es la que termina destruyendo la posibilidad de un argumento nacional. Tenemos una corrupción administrativa que no nos permite avanzar, y parte de eso se debe al clientelismo político. Cuando hablas de eso en Panamá, corremos con el problema de que la gente quiere una solución ahora. Y la solución es “dame algo”.
-Pero en Colombia fue el propio gobierno el que pidió ese “dame algo” con la propuesta de reforma tributaria que desató la crisis que hoy padecen. ¿Qué opinión te merecen las protestas que se originaron en Cali, capital mundial de la salsa, y que se extendieron por el resto del país?
-La reacción del gobierno del señor Duque se asemeja mucho a la mentalidad de sus predecesores, del mismo partido, que creen que cada situación de protesta debe ser enfrentada con el rigor de una batalla contra guerrilleros. Esta cuestión, que originalmente fue por un alza tributaria, se convierte en una manifestación en contra de otras cosas y encuentra otra vez a un cuerpo policial que no está bien entrenado o que cree que tiene la impunidad para actuar como lo hace. Responde con una violencia que provoca más violencia, y eso lo aprovechan los actores que siempre pescan en río revuelto y que buscan desestabilización y caos. Acá, en los Estados Unidos, sucedió lo mismo con George Floyd. En Colombia, la gente percibe altanería, arrogancia y falta de respeto. Ahora mismo se necesita a un estadista, y no existe.
-¿Existe solución para Latinoamérica?
-Ha habido instancias como la de Pepe Mujica en Uruguay o Michelle Bachelet en Chile. Si bien hubo momentos que demostraron que es posible mantener un sentido de solidaridad social, hay una serie de problemas. Uno de ellos es la falta de credibilidad en el sistema. El otro es la ausencia de líderes dentro de los estratos no politizados y no políticos. Tampoco existe voluntad de la gente de darle oportunidad a los que no tienen un antecedente político previo. Debajo de la costra colonial, todavía sutura la duda de la capacidad de solventar nuestros asuntos. Nadie creía en 1977 que Panamá sería capaz de manejar el Canal. Pero, a contramano de lo que se supuso, fue un éxito extraordinario.
-Cuando asomaste la posibilidad de volver a la política para las elecciones presidenciales en tu país de 2019, planteaste una alternativa a la izquierda y a la derecha. ¿Cuál era?
-No hay que introducir la pasión en la política, en argumentos administrativos. Las madres de los sectores populares son las mejores administradoras que conocí. Cuando fui funcionario público, apliqué el mismo criterio: no gasto lo que no tengo, y pienso en función de los demás. Ese dinero no es mío, y la oportunidad es de todos. Pero el problema, al menos en mi país, es encontrar a la gente que no participa porque no tiene confianza en la posibilidad de que puedan cambiar las cosas. Eso requiere de un acto de fe. Eliminar el clientelismo político requiere de un candidato o de una candidata independiente.
-¿Estás al tanto de lo que pasa en la Argentina?
-Argentina era el Xanadú, y todo se ha ido desgastando. En un país tan complejo y grande, el problema es quiénes podrían ser los encargados de representar la mejor disposición del pueblo para solucionar sus problemas. Al margen de la ubicación política de sus voceros o de esos grupos que manifiestan su opinión. ¿Cómo se logra eso? No sé. Ni con un Papa argentino. Quizá atendiendo una unión entre artistas, médicos, científicos, gente al servicio espiritual y profesores. Pero convocar y organizar ese movimiento nacional requiere de credibilidad. Ese es el problema. Cuando propones algo así, te responden que no sabes nada o que no estás en la capacidad de opinar porque no vives allá. Hace 10 años, la banda de Roberto Delgado no hubiera podido tocar el arreglo de “Pennis from Heaven”. No por su capacidad, sino porque seguramente hubiese creído que no podía hacerlo. Hoy, ese experimento se puede dirigir en otras direcciones. En Argentina, la capacidad la tienen. Lo que hace falta es una voluntad nacional que se imponga por encima de la polarización política.
Canciones con todos
Luego de que fuera convocado por Carlos Vives para el single que el músico colombiano le dedicó, “Canción para Rubén”, y con el que incluso obtuvo el año pasado el Grammy Latino en la categoría “Mejor canción tropical”, el artista panameño prepara varias sociedades. Aparte de compartir recientemente un tema con la mítica cantante cubana Omara Portuondo, que se suma a uno que ya hizo con la mexicana Natalia Lafourcade y la posibilidad de hacer algo fuera de serie con la novel estrella boricua Bad Bunny, Blades también participó en una canción junto a León Gieco. Se trata de “Revolución”, para la que además prestaron su talento, entre otros, Hugo Fattoruso y Rubén Rada. Forma parte del proyecto sin fines de lucro Mensajes de tierra adentro, concebido por el profesor de música cordobés Ramiro Lezcano, quien el año pasado causó sensación por otro laboratorio musical: Canciones urgentes de mi tierra. A manera de antecedente, en esa ocasión colaboraron 200 artistas: desde Litto Nebbia hasta Víctor Heredia, pasando por Peteco Carbajal o el cubano Pablo Milanés. En ambos casos, el docente convocó a alumnos de escuelas rurales de las provincias de Córdoba y Santa Fe para que compongan canciones basadas en temáticas puntuales (en el caso de la primera experiencia el disparador fue el medio ambiente), que después son interpretadas por los propios estudiantes al lado de músicos locales y foráneos. Posteriormente, el resultado es distribuido gratuitamente a bibliotecas y medios de comunicación. Al autor de “Pedro Navaja” la propuesta le llegó por mail, y le gustó tanto que inmediatamente aceptó. Al parecer, la canción tiene madera de hit.