Los libros cambian el destino de las personas. Hasta el más incrédulo se rendirá a los pies de esta historia fuera de serie, protagonizada por una tenaz jubilada alemana. Una ficción resuena en el hueco de una vida lectora. La realidad vivida es el eco de una ficción. La verdadera casa de papel está en Künzelsau, ciudad en el centro sur de Alemania, en un castillo del siglo XI que pertenece a la familia Stetten. Cuando Jutta Wilfert leyó Das papierhaus, del escritor argentino Carlos María Domínguez, quedó impresionada por el personaje del bibliómano uruguayo Carlos Brauer, que decide irse a vivir a una casa hecha con sus propios libros. Algo se encendió en Jutta, que ha tocado el violoncello durante treinta años. Pronto empezó la construcción de esa casa hecha de libros en la residencia Schloß Stetten, junto al director, gerente y propietario del castillo, Wolfgang von Stetten, con el auxilio de un arquitecto que vive también, como ella, en la residencia.
Carlos María Domínguez (Buenos Aires, 1955) cuenta a Página/12 que “después de experimentar la aplanadora de la serie de Netflix sobre mi querido título, esta loca iniciativa alemana me reconforta”. El escritor que publicó La casa de papel en 2004 vive en Montevideo desde 1989. La narración tiene un comienzo más que prometedor: “En la primavera de 1998 Bluma Lennon compró en una librería del Soho un viejo ejemplar de los Poemas de Emily Dickinson, y al llegar al segundo poema, sobre la primera bocacalle, la atropelló un automóvil. Los libros cambian el destino de las personas”. Esta novela sobre la pasión por los libros se ha traducido a más de veinte idiomas y lleva vendidos más de 150 mil ejemplares en el mundo. “La historia es un tanto loca, al menos lo bastante loca para que me desborde el asombro y necesite compartirla, porque uno puede imaginar diferentes destinos a un libro, con una premisa editorial, pero si construimos un barco y el destino del barco es atravesar una montaña, como en Fitzcarraldo, algo se ha salido de registro y cruzado la delgada línea de la imaginación”, plantea el escritor.
Jutta Wilfert, una lectora alemana, le escribió a Domínguez. Ella, que asistió a la presentación de la novela que el escritor realizó en Hamburgo, le comentó que consiguió el apoyo de von Stetten para construir una “casa de libros”, inspirada en la locura de Brauer. “Los dos mil libros donados por los ancianos de la residencia integrarán 60 paneles para formar las paredes de una casa octogonal. Los meten en unos bastidores de madera, los pegan con cemento y los recubren de resina. Todo muy estético y decorativo, pero tumba al fin para esos pobres penados –aclara Domínguez-. Les pedí que no sumaran ningún texto valioso, después de advertir que estaba siendo cómplice de semejante herejía y me aseguraron que vigilaban el tema, y que había otras copias de los libros donados. Detrás de la iniciativa también hay un asunto práctico: año tras año los viejitos se mueren y como los alemanes son muy lectores, dejan cantidades de libros que ya no tienen dónde guardarlos, pese a contar con una biblioteca de más de 20 mil volúmenes. Otra vez la materialidad de los libros, ¿no? De nuevo la palabra y la realidad salen a bailar un tango”.
Aunque la construcción de la casa de papel alemana está avanzada, el plan de inaugurarla en el Día Mundial del Libro, el pasado 23 de abril (en coincidencia con el cumpleaños del autor de la novela), no se pudo concretar. El entusiasmo de Wilfert mueve montañas de libros. “Hay literatura que puede encender a la gente. Esto me sucedió en 2015 y al profesor Wolfgang von Stetten en 2017. El verdadero lector debe ser el autor extendido”, dice Wilfert citando a Novalis. “Cuando me mudé de Hamburgo a la residencia de ancianos Schloß Stetten en 2016, fundé un círculo de literatura, di conferencias sobre literatura, música y pintura y para el Día Mundial del Libro en 2017 los residentes recitaron un fragmento de La casa de papel sobre el lugar donde Carlos Brauer hace que un albañil construya una casa con sus libros”.
Wilfert logró un cómplice excepcional en el profesor Wolfgang von Stetten. “Estaba tan entusiasmado con la idea de Carlos Brauer que no escatimó dinero ni esfuerzos y trabajó en estrecha colaboración con un arquitecto –reconoce su aliada-. Después de cuatro años, nuestra casa de libros está casi terminada y probablemente se inaugurará en las próximas semanas. Trabajamos con entusiasmo y estamos contentos con nuestro trabajo, que le da una nueva dimensión a la residencia. Todos estamos deseando que llegue la gran fiesta de inauguración. La extraordinaria historia que escribió Domínguez ejerció tal fascinación en algunas personas que la ficción se hizo realidad”.
Las preguntas sobre la relación entre los libros y las personas nunca la abandonaron. Entre los libros que le cambiaron la vida a Wilfert está la novela de Pamela Hawken Ann flies into the world (1953), sobre una joven que sigue su propio camino y se convierte en azafata. “Mi sueño de colegiala a mis dieciséis años, en los confines de un pequeño pueblo y una escuela superconservadora, era escapar, volar”, recuerda Wilfert y suma a este listado de libros La lengua absuelta y La antorcha al oído, los dos primeros tomos de la autobiografía de Elias Canetti; y la novela Hyperion y los poemas de Friedrich Hölderlin, “mi amigo y hermano del corazón con versos tan hermosos, que uno puede crecer y envejecer con ellos”, pondera Wilfert. “No puedo vivir sin libros. No puedo desprenderme de ninguno de mis libros sin pena. ¿Así que soy como una pequeña Carlos Brauer? También escribo a lápiz en mis libros”, revela esta lectora alemana para confirmar que cualquier parecido con la ficción no es mera coincidencia.
“Nadie quiere extraviar un libro. Preferimos perder un anillo, un reloj, el paraguas, que el libro cuyas páginas ya no leeremos pero conservan, en la sonoridad de su título, una antigua y tal vez perdida emoción”, señala el narrador de La casa de papel, el profesor argentino que reemplaza a Bluma Lennon en Cambridge. La inauguración de la casa de papel en Künzelsau probablemente será por Zoom. Domínguez confirma que los acompañará a la distancia. “En este mundo desquiciado hay locuras de infinita naturaleza”, concluye el escritor. Como escribió Emily Dickinson: “para viajar lejos no hay mejor nave que un libro”.