El final, el último capítulo del libro, puede ser otro posible principio. Una anécdota despliega la potencia de un tema que interpela. Algo nuevo irrumpió cuando se estrenó en París, en mayo de 1917, el ballet Parade, de Jean Cocteau, con música de Eric Satie, decorados y vestuarios de Pablo Picasso y dirección de Diaghilev. Todos fueron silbados y abucheados. Muchos años después, poco antes de su muerte, Cocteau, artista clave en el surrealismo y el dadaísmo, recuerda ese momento en que surgió lo que no se esperaba y explica: “A la gente le gusta reconocer, no aventurarse. Reconocer es mucho más cómodo y autohalagador”. En La vanguardia permanente (Paidós), Martin Kohan toma la resonancia explícita de la teoría de León Trotski para trazar un recorrido crítico por la literatura argentina, en la que encuentra una “vanguardia moderada” en los años 20 (el grupo reunido en la revista Martín Fierro), las varias vanguardias encabezadas por Héctor Libertella y Ricardo Piglia o la “vanguardia sin épica” en la literatura de César Aira.
La bandera de Boca se despliega como el fondo principal que elige el escritor, fanático xeneize, en la entrevista por Zoom con Página/12. “La pandemia agravó algo que ya estaba formulado en términos de un futuro más corto. Cuando se dice visibilidad diez kilómetros, había diez kilómetros de visibilidad histórica en las sociedades que tenían una idea de lo que podía llegar a pasar en el futuro. En esa especie de ecuación entre utopías políticas y pragmatismo, ya venía ganando el pragmatismo, que supone un futuro muy corto. Veníamos con una visibilidad reducida por niebla. Ahora con la pandemia nadie puede decir sensatamente qué va a pasar a nivel colectivo e individual en un mes”, plantea Kohan, autor de las novelas Dos veces junio, Museo de la revolución, Ciencias Morales (Premio Herralde de Novela en 2007) y Bahía Blanca, entre otras.
-Sin que sea de manera explícita, en “La vanguardia permanente” pareciera que planteás que hay “tres vanguardias” en la literatura argentina: Ricardo Piglia, César Aira y Juan José Becerra. ¿Estás de acuerdo con esta interpretación?
-Estoy de acuerdo, pero agregaría a Libertella. Habría cuatro alternativas a uno de los problemas nucleares que se condensaría en esta idea: cómo generar lo nuevo, cómo escribir lo nuevo, cuando lo nuevo ya ocurrió. En Libertella está la dislocación de la disposición entre tradición-novedad, reformulando el imaginario de la novedad, una reformulación de los imaginarios de la vanguardia puestos en fricción no ya con la tradición, sino con lo antiguo. Libertella hace chocar lo más nuevo con lo más antiguo y pone la vanguardia en el ámbito de lo rupestre. En Piglia tenemos otra alternativa que es la idea de pensar las vanguardias como un efecto de lectura y por lo tanto que la lectura produzca vanguardia donde en principio no se había formulado como tal. Toda literatura está disponible para que alguna lectura la constituya en vanguardia, como hace Piglia con (Juan José) Saer, (Manuel) Puig y (Rodolfo) Walsh. Lo de Aira es distinto porque es uno de los autores más atentos a la aparición de las vanguardias radicales. Aira vuelve sobre Duchamp, no solo en sus textos ensayísticos, sino en algunas de sus ficciones. Aira produjo algo nuevo en tiempos en los que nada nuevo parecía posible y en uno de los puntos más sensibles de lo nuevo, que es desconcertar cuando aparece una literatura y no se sabe bien qué hacer. A cuarenta años de su primer libro, todavía hay algo desconcertante en Aira. En el caso de Becerra, más que volver sobre un legado de vanguardia y buscar una reactualización opera por la negación: apunta a tomar los elementos que fueron puestos para domesticar a las vanguardias y los contrarresta paródicamente.
-¿El paradigma de la vanguardia moderada sería Borges?
-Sí, definitivamente. Borges produjo lo nuevo; hay novedad en sus textos de los años 40 y produjo un efecto de desconcierto cuando publicó “Pierre Menard, autor del Quijote” en la revista Sur. Ocurre la pregunta: ¿Qué es esto?, como fórmula del desconcierto, que ahora me doy cuenta de que es la pregunta que hizo (Ezequiel) Martínez Estrada para hablar del peronismo porque estoy pensando mucho y escribiendo sobre el antiperonismo. “Pierre Menard” produce lo nuevo: ¿esto qué es? ¿es un ensayo? ¿es un cuento? Borges es una figura clave para entender la moderación de la vanguardia de los años 20, porque él está ligado al grupo martinfierrista, es el que le aporta y le importa, vía España, el ultraísmo. Es la figura recurrente del “viajero importador” que parte de (Esteban) Echeverría, que vuelve de París y trae el romanticismo. Borges vuelve de Europa y trae el ultraísmo. Borges produce lo nuevo en el género cuento, que es un género mucho más tradicional que el teatro, que la novela o la poesía. Borges piensa la tradición desde “El escritor argentino y la tradición” hasta los textos sobre la gauchesca. Reescribir la tradición es establecerla como tradición y al mismo tiempo es usar la tradición para producir novedad. Borges fija la tradición, la renueva, obstruye el experimentalismo de lo nuevo, produce lo nuevo. Borges hace todo.
-En Borges se da una paradoja porque desde la literatura representa una vanguardia moderada, pero sus intervenciones políticas, su antiperonismo, es más radical y visceral, ¿no?
-Lo que pasa es que también hay que historizar las posiciones políticas de Borges. Eventualmente para nuestra sorpresa, Borges escribió un poema saludando la revolución rusa. El Borges que modera la vanguardia no es el Borges por el que estás preguntando, ese Borges viene después. Borges podría haber sido peronista en el sentido de su yrigoyenismo, que incluso es una clave del conflicto por el que se termina disolviendo y cerrando la revista Martín Fierro. Borges tiene en ese momento una posición muy próxima al yrigoyenismo. Ya sabemos que la secuencia Yrigoyen-Perón que propone el peronismo no es la secuencia que Borges va a seguir. Efectivamente Borges se radicaliza hacia una posición más reaccionaria por el antiperonismo, lo cual lo llevó a saludar un golpe de Estado porque le resultaba suficiente que hubiese sido un factor para quitar al peronismo del poder. En principio, para Borges, era la única variable: con el peronismo o contra el peronismo. Que es un poco lo que estamos viviendo ahora también y me parece la gran victoria del peronismo.
-¿A qué te referís?
-El antiperonismo es un factor fundamental para la consistencia y la vigencia del peronismo. El peronismo produce el antiperonismo y, en alguna medida, es producido por el antiperonismo. Se da un circuito de retroalimentación que solamente se podría desarmar, como lo pensaron algunos de los integrantes del grupo Contorno, si se supera la dicotomía. Superación es superación; no es ni neutralidad ni exterioridad ni el medio porque estar en el medio es estar en la dicotomía. Hay que superar la dicotomía para pensar una instancia que esté por fuera del dispositivo porque el antiperonismo es parte del dispositivo peronista y de hecho lo retroalimenta. Si el peronismo no contara con el antiperonismo lo inventaría. Si es que no lo inventa cada tanto porque lo precisa y porque mantiene los conflictos en un terreno funcional al peronismo. Poder pensar en una instancia que permita la superación dialéctica de la dicotomía y alcanzar una terceridad hoy no parece posible. En mi caso, tristemente hay que decir que me señalan como K o como anti K; las posiciones que uno pueda tener parece que no cobran entidad por fuera de esos términos. O solo cobran entidad en una supuesta tibieza intermedia, lo cual todavía te mantiene en la dicotomía. La dicotomía se supera radicalizando los términos de la contradicción, no morigerándolos. En el caso de Borges, fue paradójicamente una radicalidad conservadora, pero no hay que subsumir una obra por las posiciones que el escritor pueda haber asumido. En la literatura de Borges hay una dimensión de lo nacional y popular mucho más consistente que lo que pudo haber sido su posicionamiento político.
-El peronismo planteó una tercera vía o posición: ni yanquis ni marxistas, peronistas. El propio peronismo se presenta o intenta hacerlo como una superación de la dicotomía.
-El peronismo se propone como esa terceridad y mirado desde el peronismo funciona en tiempos de la bipolaridad de la guerra fría. Pero desde una perspectiva marxista la disposición cambia: el peronismo pasa a ser una resolución complementaria bajo el formato del estado de bienestar respecto de los ciclos de la explotación capitalista. No hay ninguna terceridad. En estos ciclos que se dan en los distintos sistemas de explotación capitalista hay períodos de virulencia de libre mercado, con las consecuencias que eso tiene una y otra vez, y ciclos de reparación de daños en los períodos de estado de bienestar. Pero desde una perspectiva marxista es una dinámica interna a la perpetuación de la dominación capitalista. La terceridad es una instancia de superación de las diferentes inflexiones que la explotación en el capitalismo puede llegar a cobrar para plantear una crítica a ese mismo orden social. No estoy diciendo que sean lo mismo. No comparto esos momentos en que la izquierda dice “son lo mismo”. No son lo mismo; pueden ser muy diferentes. Las perspectivas de transformación social significaban futuro pero hoy significan pasado. Uno plantea esta cuestión e inmediatamente se activa una recapitulación de lo que pasó en la Unión Soviética o con la revolución cubana. ¿Qué pasa con la idea misma de revolución que en lugar de situarnos en una perspectiva de futuro nos pone a mirar hacia atrás? Vivimos tiempos muy conservadores y la cortedad del futuro tiene que con la imposibilidad de imaginar un futuro que sea sustancialmente distinto del presente.
-Desde el título del libro se percibe tu simpatía hacia el trotskismo, ¿no?
-Mis amigos peronistas me preguntan: ¿qué pasó? (risas). Mi primer voto, en l985, fue al peronismo. ¿Qué pasó después? Y yo les digo: las lecturas me han llevado al marxismo. Hay una trampa por la cual no es posible no ser peronista sin ser antiperonista, como parece imposible no ser kirchnerista sin ser tomado como antikirchnerista. Si no rezás los términos de los antikirchneristas, te toman como kirchnerista automáticamente. De este modo quedamos entrampados en una dicotomía que no nos satisface por reductiva. No es un problema que la grieta divida a los argentinos porque yo no estoy a favor de la unidad de los argentinos. El problema es si esos son los términos de las contradicciones fundamentales o no.
-La unidad de todos los argentinos es una utopía un poco ingenua...
-Yo no creo que sea deseable la unidad. Hay sectores de la sociedad argentina con los que la unidad no solo no es posible, sino que no quisiera estar ahí. ¿Por qué el explotado se uniría a su explotador? ¿A quién le conviene esa unión? Es obvio, ¿no?
Dilemas de una dicotomía
A Martín Kohan le gusta aventurarse por las aguas del antiperonismo. Quizá sea el “tema” de su próximo libro de ensayos. Hace poco leyó Ayer fue San Perón, libro de Raúl Damonte Taborda (el padre de Copi), que es una de las dos "biblias" del antiperonismo. El otro es ¿Qué es esto?, de Martínez Estrada. “Yo no asumo una posición peronista porque no es mi posición política, pero quiero ver cómo contrarrestar críticamente el antiperonismo, sin hacer de eso una posición de afirmación del peronismo, para romper esta dicotomía que se retroalimenta. Vamos a ver qué resulta”, dice el escritor. “¿No les viene bárbaro a los peronistas escuchar a Fernando Iglesias diciendo barrabasadas? Yo, que no soy peronista, me siento más cerca del peronismo cuando escucho a Iglesias. Como nunca me sentí tan cerca del kirchnerismo como en el 2009. Alejandro Dolina dice que se hizo peronista cuando vio quiénes eran los que odiaban al peronismo. Los enemigos del peronismo son mis enemigos. Pero el peronismo no es suficiente para contrarrestar a esos enemigos”, aclara Kohan.